DE LA ECONOMÍA POLÍTICA A LA ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA: trayectorias del sujeto económico.

 

Héctor Hugo Trinchero ( [a]).

Introducción

 

El presente  texto trata de la construcción de un discurso , el del hombre económico y una categoría social: el sujeto económico. Ambos emergentes de   confluencias (y divergencias) de dos campos de producción de saberes: el antropológico y el económico. Un proyecto interdisciplinario que se construye en un determinado momento histórico del desarrollo de las ciencias antropológicas y más concretamente de la antropología social. Aquel en el cual las genéricamente definidas “ciencias del hombre” van a requerir de otras ciencias, en este caso las “ciencias económicas”, determinados conceptos, categorías y modelos, que permitieran a aquella avanzar en su desarrollo sistemático. Ciertamente, si hay algo en que coinciden los estudiosos del tema es que la antropología económica aparece como un campo disciplinario con cierta especificidad a partir de la segunda posguerra, siendo este contexto el que le otorgará, según veremos, también algunas especificidades.

 

Situación que no obstante se complejiza más allá del hecho cronológico en que dicho programa comienza a conformarse como tal, pues su campo se configura fundamentalmente a partir de las variadas formas de definir, conceptualizar y abordar las problemáticas configuraciones en torno al “hombre” y fundamentalmente al “hombre en tanto ser social”, que proponen en su desarrollo disciplinario distintas corrientes y escuelas del pensamiento en el campo de la economía  política, la teoría económica y la antropología social.

 

La antropología económica se construye, entonces, como un campo de reflexiones y análisis, producto de investigaciones en torno a las prácticas e instituciones consideradas “económicas” en las sociedades y grupos sociales tradicionalmente estudiadas por los antropólogos: las denominadas “sociedades primitivas”. Pero semejante forma de concebir su campo de análisis puso a esta interdisciplina desde el comienzo en algunos callejones sin salida.

 

En primer lugar, se planteó el problema de la relación entre  aquello que los economistas definen como instituciones y prácticas económicas y aquello que los antropólogos definen  como sociedades primitivas. Sin cuestionarse este lugar tradicional, la mayoría de los antropólogos economistas se pusieron a discutir la validez o no de la traslación de las categorías económicas hacia aquellas “sociedades” cuando ya para ese entonces (hablamos de la década de los años 1950) las denominadas “sociedades primitivas” no sólo habían sido objeto de profundas transformaciones en el marco de la expansión de las relaciones de la producción capitalista a escala mundial (lo cual era ya una obviedad) sino que las mismas fueron incluso discutidas como categoría configurativa del campo antropológico.

 

En segundo lugar, el debate al interior de las ciencias antropológicas reproducía en términos relativamente semejantes problemáticas que ya estaban enunciadas o anunciadas en las teorías económicas, por lo que la investigación antropológica de “lo económico” se constituía como espacio de validación o refutación de aquellas.

 

¿Cuál es el sentido de las transformaciones contemporáneas de aquellas “sociedades primitivas” y cuáles son las construcciones teóricas y metodológicas que pueden orientarnos en su investigación?

 

Esta pregunta está en el centro del debate actual en el seno de la antropología social y en particular la antropología económica más reciente. No obstante y en muchas ocasiones encontramos que se retorna o se reproducen explícita o implícitamente algunos estereotipos. Se continúa preguntando qué es lo económico, pero se avanza poco en la interrogación sobre qué es lo primitivo. ¿Son las denominadas “sociedades primitivas” una reconstrucción teórica de algún supuesto estadio originario o previo, a partir de la constatación empírica de determinadas prácticas instituciones o cosmovisiones, detectables en la actualidad en la forma de supervivencias, restos o relictos de aquel pasado? ¿Son tal vez totalidades sociales cuyas prácticas e instituciones sociales, económicas, políticas o culturales son atribuibles a determinados límites en el desarrollo de las relaciones capitalistas a escala mundial?

 

Gran parte de la producción en antropología económica ha  pendulado entre ambos supuestos. Supuestos que implican concebir a “lo primitivo”, es decir un conjunto de prácticas e instituciones sociales tradicionales, como externalidad (histórica o actual) respecto a las relaciones de producción capitalistas. Estas construcciones teóricas y metodológicas han estado presentes en las concepciones “dualistas” sobre el desarrollo económico, suponiéndose, por un lado, que el “polo atrasado” de la economía y la sociedad en general constituye una mera circunstancia histórica que tenderá a desaparecer a  medida que se expanda el “polo moderno”; es decir, a medida que se desarrollen las relaciones de la producción capitalista “plenamente”.

 

Esta pretendida plenitud, siempre a alcanzar pero nunca lograda, hipostasiada por las teorías económicas hegemónicas, ha construido a la economía como un saber antes normativo que explicativo que la caracteriza desde su formación como economía política clásica, y, no en pocas ocasiones, en la reproducción ampliada de su discurso a la antropología económica. Esto, a pesar de que ya en los recientes tiempos constitutivos de su campo (mediados del presente siglo, época de posguerra) la irrupción de lo real-primitivo, es decir la existencia cada vez más acentuada de poblaciones enteras en situaciones de pobreza extrema, las muertes por hambrunas, arcaicas pestes, etc., volvía a mostrarse paralela al incremento de la productividad en la producción de alimentos, a los desarrollos tecnológicos en las áreas de la salud, la vivienda, la educación, etc.

 

Esta situación de contraste entre los discursos normativos y morales de la teoría económica (generalmente negados o naturalizados) y los dispositivos efectivos que organizan la relación entre capital y trabajo, debería echar por tierra las premisas desarrollistas y también los postulados en torno al “equilibrio general” o al “equilibrio de los agentes económicos” que sustentan. Teorías que han intentado  validarse o, como se dijo reproducirse, en algunas formulaciones de la antropología económica. ( [1])

 

Sin embargo e independientemente de la obviedad manifiesta que representa la desigualdad, la extrema pobreza, la fragmentación social cada vez mas aguda, aquellas concepciones se reproducen, vuelven a habitar en forma hegemónica algunos espacios académicos, a referenciar la producción de la política económica, a inmiscuirse en las discusiones cotidianas. Parecería ser que aquella relación directa al aparecer evidenciada en la realidad histórica, es decir en el hecho concreto de que la tendencia generalizada hacia el incremento de la riqueza y su concentración es paralela al incremento de la pobreza y su generalización reaparece negada en algunas teorías económicas y antropológicas.

 

Los economistas desarrollistas que intentan ubicarse en la tradición clásica de la economía política continúan pretendiendo que la “riqueza de las naciones” conducirá a la riqueza de los pueblos. Los economistas subjetivistas y marginalistas (neoliberales) pretenden que la riqueza es un producto de decisiones “racionales” de los agentes económicos, y si esta “racionalidad” no  aparece en escena es porque aún no se dan ciertas condiciones contextuales, es decir externas a sus modelos.

 

¿ Sobre qué presupuestos se basan entonces estos modelos económicos que no pueden dar cuenta de lo real más que como un obstáculo a superar mediante modelos normativos? Para ello se recurre permanentemente a concepciones esencialistas en torno al “hombre” o la “sociedad” y, en particular a nociones voluntaristas sobre el sujeto social.

 

El método de la economía política y sus teorías ha conducido a la negación sistemática de la historicidad de sus categorías (tal la crítica de Marx), la antropología ha sido presa fácil de su pretendida legitimación tal vez por su lugar central en la producción de un saber sobre el “otro”.

 

Nos interesa señalar incluso que ciertas construcciones de la antropología económica neomarxista han sido en parte partícipes de semejante empresa al intentar construir al materialismo histórico como economía política crítica y no como crítica de la economía política, incapacitando de esta manera a la misma antropología para producir una reflexividad  en relación a la producción de la “sociedad primitiva”, es decir una crítica respecto a la historicidad de dicha categoría.

 

La economía y la antropología se han hablado entre sí, han formado un campo y han producido discursos de sujetos sociales. Internarnos en este inquietante itinerario en el que se conformó tal interdisciplina implica entonces no sólo dar cuenta de cómo determinados conceptos y categorías económicas han sido utilizados para el análisis antropológico o rastrear los presupuestos antropológicos de los economistas sino también seguir las huellas de sus confluencias y divergencias en torno al análisis del orden social y a la producción de sujetos sociales.


Economía Política Clásica. La “anatomía” de la Sociedad Civil.

 

En  las doctrinas económicas clásicas (entonces economía política), las concepciones teóricas sobre el valor ocupaban un lugar central en las obras de sus máximos exponentes. Esto no era una casualidad, respondía a la conjunción, al menos, de dos fenómenos que nos interesa analizar interrelacionadamente. Por un lado, tenemos el avance y desarrollo de las ciencias naturales entre los siglos XVII y XVIII que  brindaba modelos de regulación y movimiento de la naturaleza y el universo en abierta confrontación con las concepciones y dogmas teológicos predominantes en la Europa feudal. Por otro lado y al mismo tiempo, las clases burguesas en ascenso encontraban una legitimación filosófica y axiológica en los postulados iluministas emergentes principalmente de los denominados intelectuales de la Ilustración. 

 

La imagen sólida y exacta de una máquina, regulada por leyes  inmutables que ofrecía I. Newton de la naturaleza estaba consolidada cuando las clases burguesas europeas en ascenso intentaban una formulación coherente y sistemática de su concepción del mundo, como así también la legitimación de sus intereses de clase. También las elaboraciones de los filósofos iluministas en torno a la existencia de un “orden natural” y una “naturaleza humana” que se confrontaban con las “arbitrariedades” del poder despótico de los soberanos y de las concepciones teológicas en las que aquellos encontraban legitimidad a sus acciones, configuraba otra de las corrientes de pensamiento de estrechas vinculaciones con las doctrinas económicas emergentes.

 

Entonces, las concepciones en torno al valor del trabajo tendrían dos anclajes paradigmáticos:  como fundamento de  la conformación de los precios de las mercancías pero también como una categoría central en la configuración de la nueva doctrina  moral que se instalaba a la par del predominio de la relaciones de producción capitalistas. En tal sentido, sostendremos aquí que la teoría económica nace ante todo como la reflexión en torno a una nueva moral basada en la concepción de una sociedad que debería reencontrar un orden natural como fundamento de su autoregulación.

 

Según R. Meek, fueron los filósofos de la escuela escocesa, los primeros que comenzaron a formular determinados principios de regulación mecánica de la sociedad:

 

“Esta máquina social, como todas las máquinas, funcionaba de un modo ordenado y predecible y producía resultados – que podía decirse estaban sujetos a leyes – en gran medida de la misma manera que los cuerpos al caer-”. (R. Meek; 1979:177).

 

Gran parte de los filósofos franceses se hicieron rápidamente eco de propuestas semejantes, ya que la disputa con las concepciones teológicas constituían el eje de las preocupaciones de la época. En tal sentido el barón D’Holbach expresaría: “El hombre es la obra de la naturaleza; existe dentro de la naturaleza y está sujeto a las leyes de la naturaleza” (1770:1). ( [2])  

 

Así, puede decirse que la forma principal que parece haber adquirido el estudio de la sociedad en tanto orden autoregulado a partir de leyes propias y ya no divinas, es aquella que combinaba, por un lado, la analogía de la sociedad civil regulada por los “mecanismos” de la naturaleza y, por otro, el permanente perfeccionamiento de la razón en la instrumentación de políticas adecuadas para alcanzar aquel orden. En este sentido Condorcet llegará a expresar:

 

“Si el hombre es capaz de predecir con casi completa certeza el fenómeno cuyas leyes son conocidas. ¿Por qué hay que creer quimérica la idea de predecir el destino futuro de la especie humana” . ( [3])

 

Un supuesto fundamental precedía a estas construcciones del positivismo que se inauguraba: conocidas las leyes fundamentales ( económicas) que regularían la sociedad, la política dejaría de estar sujeta a las arbitrariedades del poder del monarca. Al calor de semejantes expectativas se inauguraban también los principios de aquella moral ya anunciada: los destinos de la sociedad dejarían de estar a merced de las políticas de regulación estatal. Será la élite intelectual orgánica a los intereses de las nuevas clases burguesas, la que, mediante procedimientos científicos,  podría cuenta de las pautas sobre el funcionamiento de las leyes que la regulan. En todo caso, la función política será la de crear las condiciones para que dichas leyes, presentes en la “naturaleza” misma de la sociedad civil, se desarrollen plenamente.

 

La sociedad civil era percibida como un conglomerado de individuos  poseedores de atributos específicos aunque necesarios entre sí para conformar el nuevo orden social. Individuos que intercambiaban sus capacidades para producir bienes necesarios a la sociedad en su conjunto. Así la circulación de bienes, pasaba a ser explicada en términos de una “propensión natural” a intercambiar, sobre cuyas leyes reflexionaría la economía política clásica, heredera inmediata de aquellas concepciones y constructora de edificio conceptual que las explicaría en su funcionamiento.

 

La pretendida analogía de la sociedad sujeta a las leyes físicas de los Principia de Newton puede plantearse así: la materia, en este caso la sociedad, comenzaba a percibirse como la existencia atomística de los individuos o los agentes económicos; el movimiento como la relación social a través del intercambio y el espacio como el ámbito de realización del intercambio, es decir, el mercado (L. Bendesky, 1983:9).

 

Ahora bien, si los procesos de intercambio y circulación de las mercancías constituyen las preocupaciones más importantes de la economía política clásica, será alrededor de las teorías del valor formuladas por sus autores mas encumbrados donde se plantearían los mecanismos, las leyes que rigen dichos procesos. Las teorías del valor en los economistas clásicos estaban sostenidas por una preocupación central:  encontrar, descubrir,  las “leyes” que regularían los precios en la sociedad. La pregunta central era, siguiendo la analogía sugerida con los principios de la física newtoniana: ¿cual es el centro de gravitación alrededor del cual fluctúan los precios de las mercancías en la sociedad?. Pues si la fluctuación de los precios es arbitraria la política regulatoria se hace imprescindible, por lo que la riqueza de las naciones quedaba sujeta a la política. La mayor parte del esfuerzo explicativo de los denominados economistas clásicos estuvo, entonces,  orientado a intentar demostrar que ni la conformación y variaciones de los precios, ni las riquezas nacionales eran ya producto de las políticas regulatorias de los Estados.

 

En las doctrinas clásicas, los precios reales se constituían en torno a un “precio natural” y aquellos variarían en torno a éste, de acuerdo con los mecanismos de la oferta y la demanda.

 

El esquema (conocido, o sistematizado luego como teoría de los tres factores) partía de la existencia de tres “factores” que intervendrían en la producción moderna de mercancías: el trabajo, el capital y la tierra, aportando cada uno “su” cuota a la producción. Este aporte implica que “naturalmente” cada uno de esos factores de producción pretenda una retribución.

 

Así por ejemplo tendríamos que el capital por su aporte a la producción “demanda” una retribución o interés. Al mismo tiempo el trabajo demanda un salario y el propietario de una porción de tierra o un establecimiento demanda una renta.

 

Esquema de agentes/ factores/precios

Agente económico

Factor económico

Precio o retribución

Capitalista

Capital

interés

Terrateniente

Tierra

renta

Trabajador

Trabajo

salario

 

De esta manera categorías de actores y categorías de remuneración (precios) se vinculaban para conformar el precio “natural” de una mercancía dada. Es decir el precio mínimo que exigiría cada factor  por debajo del cual no intervendría en el proceso  (por lo tanto la producción de esa mercancía no sería posible) y por encima del cual se produciría un sobreprecio que tentaría a mas agentes poseedores de dicho factor a incursionar en el mercado del producto en cuestión dando lugar con el tiempo a una sobreoferta del factor e induciendo como consecuencia a la baja del precio del mismo. Entonces, la fluctuación de los precios tendería siempre hacia un punto de “equilibrio” dado por el denominado “precio natural”, tal como lo encontramos graficado con fines didácticos en la mayoría de los textos de economía:

 

 

GRAFICO 1

 

 

 

                             P

                                                                                     D

 


                           Pb

 

                           P0

                          

                           Pa

                                                                                       O

 

 


                                               Qa           Q0          Qb             Q

 

 

 

Donde:

P= precio

Q= cantidad

(P0;Q0)=  Nivel de Precio y Cantidad en equilibrio.

La riqueza pasó a ser considerada como un resultado de la libre circulación de aquellos factores de la producción que intervenían en la producción de mercancías y no la capacidad mayor o menor de gestionar las arcas públicas y el comercio por parte de los soberanos. Así como la gravitación, en el esquema de la física clásica, sostiene un sistema natural que se autoequilibra, el precio natural será constituido como el centro de gravedad de los precios fluctuantes en la sociedad. El mercado, a través de los mecanismos de la oferta y la demanda, será el sistema natural de la autoregulación social. Las complejas relaciones sociales, desigualdades y transformaciones producidas por el desarrollo del capitalismo industrialista encontraban en la física social de la economía política clásica una interpretación coherente de acuerdo a los cánones imperantes en la producción científica del conocimiento.

 

Los distintos intereses sociales que portaban los sujetos sociales fueron representados en los modelos clásicos como “factores de la producción” (capital, tierra y trabajo) aportaban una “cuota” al valor o precio natural de las mercancías y por lo tanto requerían una reposición de la misma. Los precios de las mercancías en la sociedad estaban regidos por los precios de reposición de dichos factores  y, si bien los precios de estos factores y, por lo tanto, de las mercancías que producían, podían variar circunstancialmente, las leyes del mercado harían que tendencialmente logren un equilibrio.

 

Al lograr formular con cierta sistematicidad y logicidad estas concepciones, la Economía Política clásica se constituyó como la ciencia social por excelencia. Su preponderancia estuvo sustentada en a tres motivos que consideramos fundamentales y que confluyeron en brindarle hegemonismo en el campo intelectual y político: en primer lugar por su capacidad crítica frente a las concepciones en materia de política económica de los funcionarios e intelectuales de la época de los llamados estados mercantilistas; en segundo lugar por la adecuación de sus postulados a las formas predominantes de producción del conocimiento científico, y en tercer lugar, por ser un instrumento de legitimación de los ideales de las nuevas clases burguesas en la producción de política económica de acuerdo a sus intereses.

 

En la medida en que los economistas clásicos reflexionaban sobre la sociedad en torno a presupuestos sobre la “propensión natural del hombre al intercambio”, la existencia de un supuesto precio natural en tanto centro de gravitación de todos los precios y un orden natural al que se arribaría por las leyes del mercado, concebían a la sociedad burguesa moderna como una máquina capaz de reproducirse eternamente. Por ello, las elaboraciones en torno al valor como modelo científico eran portadoras también de una axiología, es decir una serie de premisas valorativas en torno al tipo de sociedad al que supuestamente conducirían los “mecanismos” de la sociedad capitalista. Aquellas premisas axiológicas integrantes de la nueva moralidad que introducía la economía política se sustentarán también en proposiciones antropológicas en torno a determinadas esencias humanas y sociales, premisas que serán también los puntos de partida de las elaboraciones neoclásicas y subjetivas de las teorizaciones en economía posteriores y que permiten establecer de alguna manera el campo de limites y posibilidades de la “ruptura” que se establece por lo general entre economía clásica y neoclásica (con sus variantes).

 

3. Las Primeras Sistematizaciones

 

La mayoría de las historiadores del pensamiento económico hacen referencia a la escuela fisiocrática como el primer conjunto sistemático (con pretensiones científicas) en Economía Política. Surgida en los inicios mismos del Siglo XVIII, esta escuela intenta constituirse como una respuesta “específicamente económica” a las innumerables disposiciones que en materia de Política económica constituían el quehacer de los Estados absolutistas y en particular el Estado francés de la época, cuya preocupación principal era el “atesoramiento” de moneda metálica como símbolo máximo del enriquecimiento nacional. De allí la preocupación predominante por la regulación minuciosa del comercio, el logro de una balanza comercial favorable y la competencia internacional por el dominio de los mercados de ultramar, entre otras políticas seguidas por aquellos estados .

 

La riqueza de las naciones estaba concebida entonces sobre la base de la comercialización y, en este sentido, la valorización dei trabajo tanto en la agricultura como también en los grandes sectores artesanales era prácticamente nula. Desde luego el nivel de pauperización del campesinado (la clase mayoritaria del Régimen Antiguo) alcanzaba en las postrimerías de la revolución francesa niveles insostenibles, baste recordar estas palabras de Toqueville:

 

“ Imaginad os ruego, al campesinado francés del siglo XVIII, vedle tal como le representan los documentos que he citado, tan apasionadamente ansioso de la tierra que dedica todos sus ahorros a comprarla y la cornpra a cualquier precio. Para adquirirla debe pagar un derecho... al fin es suya; entierra en ella la semilla y el corazón... pero reaparecen los mismos vecinos que le arrancan de su campo y le obligan a trabajar en otro sitio sin salario. Si quiere defender la simiente contra la caza los mismos personajes se lo prohiben, los mismos lo esperan junto al puente del río para exigirle un derecho al peaje. Los encuentra de nuevo en el mercado, donde le venden el derecho a vender sus propios productos. y cuando de vuelta a casa, quiere emplear para si el resto de su trigo, de este trigo que ha crecido bajo su mirada y gracias a sus manos, no puede hacerlo sino después de haberlo molido en el molino y haberlo cocido en el horno de estos mismos hombres. Debe además darles bajo formas de renta una parte de los ingresos de pequeña finca. y estas rentas son imprescriptibles e invendibles. Haga lo que haga y por todas partes se topa en su camino con estos vecinos incómodos que alteran su salaz, sobresaltan su trabajo y comen sus productos; y cuando ha terminado con ellos, se presentan otros, vestidos de negro, que le quitan las primicias de sus cosechas.”  ( [4])

 

Estas ideas que rescatan el valor del trabajo productivo campesino, fueron escritas con bastante posterioridad a la revolución. Interesan estos posicionamientos ya que suele atribuirse a la escuela fisiocrática una valorización productiva del trabajo agrícola. Sin embargo, como veremos, esta posición es discutible. La preocupación de los fisiócratas se dirigía principalmente a demostrar la inoperancia y lo restrictivo de las intervenciones del estado monárquico en la “economía”. Un iniciador de estas concepciones, fue Boisguilbert quien, según Marx, era el portavoz de “la inmensa población pobre cuya ruina golpea, por reacción a los ricos”. ( [5])

 

Así, en su obra Dissertation sur la Nature de la Richesse, planteaba:

 

“Hoy en día los hombres están enteramente divididos en dos clases, a saber, una que no hace nada y goza de todos los placeres, y otra que trabaja desde la mañana hasta la noche, apenas tiene lo necesario y muchas veces se encuentra privada de todo.” ( [6])

 

Si nos atenemos tanto a lo temprano de sus escritos (1707) como a las reiteradas prohibiciones de los mismos y a su exilio forzoso, podemos afirmar que fue no sólo uno de los primeros en escribir con cierta sistematización sobre Economía Política sino incluso desde una posición en defensa del trabajo campesino; no obstante, y desde la perspectiva del análisis del valor, ya  Marx había señalado que:

 

“Boisguilbert sólo ve el contenido material de la riqueza al valor de uso, el usufructo, y estima que la forma burguesa del trabajo, la producción de los valores de uso a titulo de mercancías y el proceso de intercambio de éstas es la forma social natural en la que el trabajo individual alcanza esta meta” (C. Marx, 1970: 308-9).

 

La importancia de los escritos de Boisguilbert, radica en haber sido el primero en hablar de un “orden natural” en la sociedad, orden que para el autor sería obra de una “providencia” superior. Es decir el fundamento del orden natural estaba justificado por mandato de Dios en contraposición a la autoridad y la violencia del Estado. Será éste el fundamento de lo que, posteriormente se llamó escuela o secta de los fisiócratas, haciendo del orden natural el principio epistemológico de la Economía política. Visión mecánica de la sociedad en alianza con la idea de Dios en tanto creador de la misma y que, tal como ya se ha señalado, se referenciaba por analogía con las imágenes del mundo físico newtoniano y una valorización del trabajo en tanto sostén de la opulencia pública:

 

“La opulencia consiste en mantener todas las profesiones de un reino pulido y magnífico, que se sostienen y se hacen funcionar mutuamente, como las piezas de un reloj.” ( [7])

 

Y también, en otro texto del autor:

 

“La Providencia quiso que en Francia los ricos y los pobres fueran recíprocamente necesarios para subsistir.” ( [8])

 

Ahora bien, es importante indicar que para Boisguilbert la relación entre riqueza y valor de uso, si bien  es importante, no parece ser determinante. En sus análisis la relación que tiende a primar es entre riqueza y circulación de los bienes (de otra manera no podría ser considerado un precursor de los clásicos). Si la riqueza hubiera sido sinónimo de acumulación de bienes de uso, su propuesta implícita sería la identificación de la riqueza de la nación con la ostentosidad de la nobleza de la época, cuestión esta cara a las intenciones críticas de dicha clase social del movimiento intelectual clásico de la economía política. La referencia al orden natural que hace este autor tiene el objetivo de proponer la necesaria circulación de la riqueza para que esta se convierta en riqueza productiva, es decir generadora de mayor riqueza:

 

“Dado que la riqueza no es más que esta mezcla continua tanto de hombre con hombre, de oficio con oficio, como de comarca con comarca, y hasta de reino con reino, es una ceguera espantosa el ir a buscar la causa de la miseria fuera de la interrupción de tal comercio.”  ( [9])

 

y más adelante:

 

“(...) hace falta que estos tres tipos de bienes, devuelvan la vida a los mismos frutos de los que proceden y esta circulación no deba ser nunca interrumpida porque al menor corte tan pronto se vuelve mortal.”  ( [10])

 

Esta circulación mercantil equilibrada, para la mantención del orden económico ha sido entendida en dos direcciones distintas por los historiadores del pensamiento económico. Para Schumpeter por ejemplo, significa un antecedente de la teoría del equilibrio general (de los precios) en la teoría de Walras (cfr. Historia del análisis económico, p. 260). Para otros autores significa un equilibrio entre excedente y costos de reproducción (salarios). ( [11])

 

En esta última interpretación intenta ubicar al autor en una teoría de ”la circulación reglamentada por precios proporcionales”; en la primera serian los precios (el sistema de los precios) el prerrequisito de los costos de reproducción. Desde nuestro punto de vista, ambas interpretaciones son posibles aunque  nos parece más adecuada la primera. Pero es necesario tomar cierta distancia de todo intento de asignar cuestiones actuales de interpretación de la teoría económica a pensadores como Boisguilbert, insertos en las problemáticas de principios del siglo XVIII francés, cuyas preocupaciones se formulaban entorno a la lucha contra todas las imposiciones del régimen absolutista en materia de política económica valiéndose del racionalismo propio del pensamiento científico europeo de la época, para defender un proyecto alternativo que, como tal, implicaba una defensa del “orden económico” de las clases terratenientes.

 

En este sentido Boisguilbert es un claro antecesor de la escuela fisiocrática, estos antecedentes son:

- La alusión a un orden natural de la sociedad dado por el orden económico, que lo ubica como un cuestionador del Estado monárquico.

- La defensa de la producción agrícola en tanto productora de excedentes.

- La preeminencia de la clase terrateniente como iniciadora de todo proceso productivo, justificando su status jerárquico en la producción de dichos excedentes.

 

Estos postulados han de ser retomados y sistematizados con más coherencia lógica por la escuela fisiocrática. Ahora bien, hay ciertas enunciaciones en la propuesta de este autor que son dignas de considerar y que desaparecen en el análisis fisiocrático (quizás justamente por la necesidad que tenían estos autores de dar plena coherencia lógica - racional - a sus postulados). En tal sentido es interesante recuperar la manera en que este autor intenta explicar  la crisis que asolaba a Francia a finales del siglo XVII. Para Boisguilbert dicha crisis era producto de la “falta de consumo”, pues este “había disminuido a la mitad”. Es así que plantearía como principio que: “consumo e ingreso son una sola y misma cosa y que la ruina del consumo es la ruina del ingreso”  (ídem).

 

Reconocer la crisis por el lado de la falta de consumo implicaba para el autor postularse en favor del aumento del nivel de vida de los labradores (como del conjunto de las clases de la sociedad). Según veremos, para los fisiócratas, la tendencia a la pauperización era concebido como un proceso “natural”, aunque no hubo preocupación importante por explicarla. La defensa del consumo del labrador significaba, no obstante, una defensa por el nivel de consumo general y es así como su idea del valor del trabajo campesino (apenas esbozada) queda “neutralizada” por la ideología del orden natural expresada en la necesaria “reciprocidad de los ricos y pobres para subsistir”. La idea del valor del trabajo del labrador se agotaba en la propuesta de la retribución al mismo para la reproducción propia y la del ciclo agrícola capaz de generar el excedente necesario proporcional. ¿Proporcional a quién? al modelo del crecimiento constante y natural implícito en la concepción liberal del autor, “en la proporción en que se es liberal para no ahorrar” ( [12])

 

La circulación de la riqueza es la base misma de la constitución de la riqueza. Es por ello que el valor de uso es solo antesala, requisito previo del intercambio y éste concebido como un orden naturalmente necesario para la generación de la riqueza y del valor-precio de las mercancías. Es en esta determinación última donde el trabajo alcanza también un valor, la forma del valor- precio en términos del salario. El fetichismo de la mercancía hacía su incursión en los primeros esbozos del pensamiento económico.

 

4. La escuela fisiocrática ( [13])

 

Herederos de los postulados centrales de Boisguilbert y también del contenido mecanicista de las ciencias, los fisiócratas franceses crean el primer cuerpo sistemático teórico metodológico de Economía Política. Corresponde a éstos haber sistematizado la idea del orden natural en el campo de la ciencia económica emergente  y, por lo tanto, ir contribuyendo a la construcción de la economía como la “ciencia” social por excelencia. Epistemológicamente, la analogía entre ciencia económica y ciencias naturales es intentada en todos sus análisis. La noción de providencia es reemplazada por la de evidencia, siguiendo los cánones de Descartes y, especialmente, de Locke. La evidencia es el código de validación científica considerada preponderante y corresponde a un nivel de certeza distinto a la fe, mientras la primera pertenece al orden de lo natural, la segunda integraría el orden de lo sobrenatural. ([14])

 

Esta apologética del orden natural se reflejará en todo el sistema fisiocrático el cual partía de los principios filosóficos que maduraron en la Francia prerrevolucionaria, anteponiéndose el derecho natural frente al derecho divino, este último, entendido como dispositivo justificador  del Estado absolutista. Un interesante paralelo con esta concepción lo constituye la vida y carrera de F. Quesnay tal vez el principal exponente de esta escuela. Graduado como cirujano, sus preocupaciones por la Economía Política (o el estudio del orden natural como el mismo autor se expresaba reiteradamente) sólo se manifiestan hacia 1757 cuando comienza a formarse la Escuela, teniendo ya 66 años de edad.

 

La denominaciónfisiócratas” hace referencia justamente a la analogía que los autores de esta escuela hacían entre la fisiología del cuerpo humano y lo que denominaban “fisiología social”.  Al decir de M. Dobb:

 

“El sistema económico era a la sociedad humana, lo que el cuerpo era a la personalidad humana, la base física para el desarrollo de funciones más elevadas... y era condición del progreso social que el sistema económico fuera capaz de producir al Estado y a la clase gobernante el mayor excedente posible” (M. Dobb. 1975:13).

 

La idea de progreso en términos de “funciones más elevadas” se concebía como el fin último de la sociedad y el motor de este proceso se basa en la producción del “mayor excedente posible”. Excedente (produit net, según la categoría utilizada por los propios autores) que es concebido como un don natural; en palabras de Marx: “como una donación de la naturaleza”. La relación progreso-excedente-orden natural constituye a partir de los fisiócratas el cuerpo filosófico y axiológico en el cual se constituirá la economía como nueva moral social; de allí se desprenderán las categorías de valor y de excedente, las clasificaciones entre trabajo productivo y trabajo improductivo, etc. que conforman el edificio conceptual de la economía política.

 

La importancia epistemológica del orden natural en este esquema no implica simplemente una apertura hacia un materialismo mecánico, cuyas limitaciones estarían dadas exclusivamente por las concepciones predominantes en el campo de las ciencias en general, sino que, sobre esta misma base, se construye una concepción justificadora, eternizadora de las relaciones sociales de explotación existentes en ese período histórico, transfiriendo dentro de un mismo código los conceptos de Providencia al de Evidencia aunque en el marco de la nueva moral inaugurada . De igual forma en la interpretación del orden social se planteaba la transferencia (natural) del excedente desde el estado hacia la burguesía terrateniente dentro de una misma estructura de explotación del trabajo campesino.

 

La ideología del orden natural niega el desorden de lo real, y sobre esta negación se construye y construirá gran parte del edificio de la Economía Política clásica y neoclásica, con sus particularidades. Para explicarnos esta justificación del excedente en el marco de una Filosofía de orden natural, es necesario introducirnos en el funcionamiento mismo del sistema fisiocrático cuyo modelo más acabado lo constituye el famoso “Tableau Économique” de F. Quesnay. ( [15])

 

En la presentación, el autor nos invita a hacernos una idea de la sociedad de la que parte:

 

“Supongamos, pues, un gran reino cuyo territorio, llevado a su más alto grado de agricultura, reportara todos los años una reproducción del valor de cinco mil millones, y donde el estado permanente de este valor sería establecido sobre los precios constantes que tienen curso entre las naciones comerciantes, en el caso en que hay constantemente una libre competencia de comercio y una entera seguridad de la propiedad de las riquezas de explotación de la agricultura”. (Op. cit; 794-5) (Subr. nuestro).

 

Comienza entonces el análisis con determinados supuestos sobre la sociedad como un orden “dado” naturalmente (ahistóricamente) ; dichos supuestos son: la existencia de alta productividad agrícola, la libre competencia y la propiedad de “las riquezas de explotación”. Esta forma de proceder inaugura una metodología que nunca abandonará la Economía Política y las teorías económicas hegemónicas hasta la actualidad: el partir de supuestos como “datos de la realidad” sin ninguna explicación sobre su pertinencia teórica, aunque remitiendo su validación  hacia construcciones de sentido común .  El modelo, como se ha dicho, intenta explicar la fisiología de la sociedad a partir de la circulación de la riqueza entre las distintas clases sociales (en palabras del propio autor: “en analogía con la circulación de la sangre en el cuerpo humano”); para ello también parte de otros supuestos en torno a la conformación de dichas clases:

 

“La nación se limita a tres clases de ciudadanos: La clase productiva, la clase de los propietarios y la clase estéril. La clase productiva es la que hace renacer por el cultivo del territorio las riquezas anuales de la nación, la que hace los adelantos de gastos de los trabajos de la agricultura y la que paga anualmente los ingresos de los terratenientes. La clase de los propietarios comprende al soberano, a los poseedores de tierras y a los diezmeros. Esta clase subsiste por el ingreso o producto neto del cultivo, que le es pagado anualmente por la clase productiva (sic). La clase estéril está formada por todos los ciudadanos ocupados en otros servicios y otros trabajos distintos de la agricultura” (Op. cit: 793) ( agregado nuestro).

 

Se reiteran aquí la ahistoricidad de los supuestos, en este sentido es posible aquí preguntarnos: ¿Cuál es el fundamento que explicaría la existencia de una clase productiva, una propietaria y otra estéril?, la respuesta no la encontramos en Quesnay sino en Turgot, pero con referencia nuevamente a la naturaleza:

 

“La naturaleza no regatea con él (el campesino) para obligarlo a conformarse con lo absolutamente necesario. Lo que ella brinda no es proporcional ni a sus necesidades ni a una evaluación convencional del precio de sus jornadas. Es el resultado físico de la fertilidad del suelo y de la exactitud mucho más que de la dificultad de los medios que ha empleada para hacerlo fecundo. Desde que el trabajo de labrador produce más allá de sus necesidades, puede, con lo superfluo que la naturaleza le concede en don puro más allá del salario de sus esfuerzos, comprar el trabajo de los otros miembros de la sociedad” ( [16]) 

 

Puede observarse, en referencia en lo que se había ya planteado en páginas anteriores, que estamos lejos de una teoría del valor del trabajo campesino. La naturaleza es la “productora”, la que brinda la posibilidad del excedente, siendo este “el resultado físico de la fertilidad del suelo”. Si el labrador produce mas allá de sus necesidades es porque este se apropia lo que la naturaleza le ofrece como don puro. No interesa cuales son las condiciones (sociales, de explotación, etc.) que hacen que el trabajo del labrador produzca más allá de sus necesidades. Interesa señalar que es la naturaleza la que contiene la capacidad de producir mas allá de las necesidades (de subsistencia) del campesino. De esta manera, el orden natural se constituye en el modelo fisiocrático como el recurso último para la explicación que resulta tautológica, pues si la naturaleza posee el don de brindar el excedente proveerá  también el sustento del conjunto de la sociedad: una sociedad organizada, según el  orden natural. Para Jean Cartelier:

 

“Desde la perspectiva de los fisiócratas, la apropiación del producto neto por los terratenientes no tiene que ser justificada en el plano de la ciencia así como no es necesario justificar la gravitación universal. En otras palabras, se trata de una ley física, conocida por la evidencia, que se debe combinar con otras” (1980:79).

 

El modelo de circulación de la riqueza (producto neto- excedente en el planteo de Quesnay) constituye una descripción de las distintas etapas desde que este se produce, pasando por su distribución hasta el consumo de acuerdo al siguiente esquema:

 

a) el punto de partida es la obtención del producto agrícola;

b) parte del mismo es retenido-consumido por el labrador para satisfacer sus necesidades;

c) el resto (excedente) es vendido a los propietarios y estériles;

d) con el dinero obtenido se paga la renta de la tierra y los elementos necesarios producidos por la clase estéril;

e) la renta es utilizada por la clase propietaria para pagar los bienes de consumo que debe comprar junto a la clase productora como a la estéril;

f) la clase estéril utiliza lo recibido para comprar de los productivos los alimentos necesarios y las materias primas;

a’) se inicia un nuevo ciclo.

 

La representación gráfica de este proceso (cfr. Gráfico 2) implica una simplificación del original a los efectos de su mejor comprensión y está realizada en términos de “flujos físicos” y “flujos monetarios” ( [17])


GRÁFICO 2

MODELO SIMPLIFICADO DEL “TABLEAU ÉCONOMIQUE”

 

     CLASE PRODUCTIVA

           CLASE PROPIETARIA

        CLASE ESTÉRIL

 

 

                        

     (a)            5000

 

 

                       

     (b)            2.000

 

 

                  

                   

      (c)            3.000

                 Produit Net

 

 

 

     (d)             3.000

 

 

 

 

                         0

 

 

 

 

                    1.000

 

 

 

 

 

       (f)         2.000

 

 

 

 

 

       (g)         3.000

 

   

 (a’)              5.000

        

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                    2.000 

 

 

 

 

 

                              

                              2.000

 

 

                                (e)                          

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                    1.000

 

 

 

 

 

                    1.000

 

 

 

 

 

 

 

 

                   1.000

 

 

 

 

 

                    2.000

Referencias:

              =     Flujos físicos

                              

              =    Flujos monetarios

 Para una comprensión mas detallada del Tableau Économique, seguiremos el esquema paso a paso. Se parte de una situación hipotética donde por adelantos en términos de semillas, bueyes, abonos e insumos necesarios para la producción se requeriría un total de $2.000, los cuales, siempre hipotéticamente, producen una riqueza de $5.000 (a), descontados los $2.000 que implica el costo de los insumos tanto en materiales para la producción como en consumo de la clase productiva (b) quedan $3.000 que constituyen el excedente o produit net (c).

 

La clase productiva necesita vender estos excedentes a la clase propietaria y estéril para poder hacer frente a sus pagos de “renta” a los primeros y de artículos necesarios que produce  la clase estéril (en concepto de vestimenta, instrumentos de labranza, etc.). Se supone que de estas ventas obtiene $ 2.000 a la clase propietaria y $1.000 de la clase estéril, pero las mismas sumas son las que debe pagar en concepto de renta y de artículos de consumo  (d). La clase propietaria, a su vez, deberá gastar en bienes de subsistencia y en artículos de lujo y vestimenta elaborados por la clase estéril. La distribución del gasto de la clase propietaria se supone en $1.000 en concepto de pagos por compras a la clase productiva y $1.000 a la clase estéril (c). La clase estéril entonces habrá recibido $1.000 de parte de los propietarios y $1.000 de parte de los productivos. Pero esta clase deberá a su vez gastar tanto en alimentos como en materias primas para poder elaborar sus artículos por lo que los $2.000 pasan a la clase productiva (f). En esta situación, la clase productiva recibe los 3.000 que les permiten comenzar un nuevo ciclo produciendo nuevamente un total de 5.000 (a’).

 

Este sistema circular del tableau introduce por primera vez el cálculo matemático (aunque en forma simple) en los modelos económicos e intenta construir, también por primera vez, un modelo del “funcionamiento” de la sociedad en términos específicamente económicos. De esta manera se pretendía sistematizar la analogía entre orden natural y orden económico, es decir, las “leyes de la economía”  reflejarían las “leyes de la naturaleza” tal como eran concebidas por estos autores. Hemos visto de qué manera el excedente, concebido en tanto don natural, se incorpora a la “circularidad” del orden económico que no es más que su traducción al sistema de ideas circular de los fisiócratas, sistema que además intenta incorporar la propiedad terrateniente como un atributo esencial, inmanente a la estructura social.

 

“El excedente del producto de las tierras, más allá de los gastos del trabajo y del cultivo, y de los adelantos necesarios para la explotación de este cultivo, es un producto neto que forma el ingreso público, y el ingreso de los poseedores de tierras, de las que han adquirido o comprado la propiedad, y cuyos fondos pagados por la adquisición les asigna, sobre el producto neto un ingreso proporcional al precio de compra de dichas tierras. Pero lo que les garantiza este ingreso aún con mayor justicia, es que todo producto neto es una prolongación natural de su propiedad y de su administración; porque sin estas condiciones esenciales, no sólo las tierras no rendirían producto neto, sino sólo un producto incierto y débil, que apenas valdría les gastos hechos con el máximo ahorro, en razón de la incertidumbre del periodo de disfrute.” ([18]) 

 

La propiedad se constituye entonces en el factor clave de la producción del producto neto, no sólo se justifica su retribución (renta) por su participación en la producción sino que está concebida como la forma organizativa sin la cual el producto neto prácticamente no existiría, por lo tanto:

 

“La seguridad en la propiedad es el fundamento esencial del orden económico de la sociedad, ya que es la seguridad de la posesión permanente la que provoca el trabajo y el uso de las riquezas para la mejora y el cultivo de las tierras.” ( [19])

 

Si relacionamos la idea de Turgot acerca de la capacidad natural de la tierra (fertilidad) para producir el excedente con la concepción de la propiedad como provocadora del trabajo en Quesnay nos encontramos con lo que nos parece el dispositivo principal del pensamiento fisiocrático: los propietarios de la tierra serian las clases realmente productivas en términos de generación del producto neto, clases que en el modelo explicativo fisiocrático integran el orden natural, porque la herencia y el derecho a la misma es parte del “derecho natural”. ( [20])

 

En conformidad con la ideología dominante de la época, los fisiócratas no pueden dejar de colocar el derecho de propiedad en el centro de su doctrina, inaugurando el discurso de la economía política en términos de excedente y propiedad como integrantes naturales del orden económico y por lo tanto susceptibles de ser planteados como supuestos válidos universalmente. El labrador trabaja naturalmente porque busca satisfacer sus necesidades, la producción de excedentes es el doble resultado de la gracia de la tierra por su don natural y por los adelantos del terrateniente. Es importante remarcar que el inicio de la economía política como ciencia ha implicado la justificación del excedente a partir de la ideología del orden natural, es decir, la sociedad vista con los moldes de la naturaleza (y viceversa). Esta ideología se erigía como contrapuesta a lo que consideraban el despotismo y autoritarismo de las prácticas que en materia de política económica habían tenido los estados absolutistas. a partir de estos postulados dicha autoridad debería ser ejercida por el sometimiento al orden natural, cuya explicación corresponde a la ciencia y, en tal sentido, al estado sólo le compete su enseñanza:

 

“La primera ley positiva, la ley fundamental de todas las demás leyes positivas, es la institución de la instrucción pública  y privada de las Leyes de orden natural.” ( [21])

 

La imposición del excedente y su apropiación (aún en forma de renta)  ya no podía aparecer como tal, como un requerimiento externo (estado) sino que debía ser incorporado al esquema de explicación científica de la época. Lo ideológico (interés de la clase terrateniente promovido como interés general) aparece entonces como discurso científico mediante la explicación (mecánica) del orden natural, que es el orden de la sociedad por los mecanismos del funcionamiento de la economía. La política económica pasa a configurarse entonces como economía política, donde la comprensión de ésta en términos de “leyes físicas” es un pre-requisito para la elaboración de las políticas del Estado. Se inaugura también de esta manera el discurso determinista de las “leyes económicas” las cuales deberían regir en la sociedad . ( [22])

 

Ahora bien, hemos visto ya como la idea de excedente (incorporado a la justificación ideológica del orden natural) determina una cierta concepción de lo que es trabajo productivo y trabajo improductivo. Las necesidades de reproducción del orden económico implican la necesidad de justificar la reproducción del orden social, es decir la reproducción tanto física como social de las clases y grupos  capaces de mantener la organización social de acuerdo con el modelo. Pero igualmente hemos notado en cierta forma que el sistema fisiocrático entra en contradicción tanto con las interpretaciones mas corrientes en Historia de la Teoría Económica que plantean en ella una teoría del valor del trabajo campesino o agrícola como con su propia conceptualización de “productiva” en referencia a esta clase social. En tal sentido es importante recordar que estos autores definen a la naturaleza como la portadora de capacidades que “exceden” la necesidad inmediata del campesino (teoría del don puro) y a la clase propietaria como la clase capaz de provocar, inducir, dicha generación de excedentes (teoría de los “adelantos”).

 

El trabajador agrícola si bien nominado como “la clase productiva” en realidad lo es en tanto especie de mediación entre la naturaleza y la clase terrateniente. El labrador es ante todo un “instrumento” mas entre otros insumos necesarios para  obtener lo que la pródiga naturaleza dona al orden social para que se reproduzca. Es decir se concibe al trabajo del labrador como “necesidad” natural del mismo, motivada por las exigencias de su subsistencia, quedando su reproducción social y cultural subsumida a una pura reproducción biológica. Es por ello, tal vez que en Quesnay encontremos que las retribuciones al trabajador agrícola ocupan un espacio muy reducido en el análisis, puesto que están planteadas en términos de “salario mínimo”, es decir el necesario para su alimentación y vestimenta. En este sentido Marx plantearía:

“El salario mínimo constituye con razón, la piedra angular de la doctrina fisiocrática”. (K. Marx, 1974:37)

 

En tanto dispositivo discursivo legitimador de los intereses de la burguesía terrateniente, la doctrina fisiocrática sólo reconoce como productivo aquello que reproduce el interés de aquellas clases sociales. El “excedente”, en tanto posibilitador del cumplimiento de “funciones más elevadas”,  es el objetivo a alcanzar, y el sujeto portador de esas funciones y por lo tanto “propietario natural” de dicho excedente, será la burguesía terrateniente. El esquema del Tableau es en tal sentido sintomático: es el terrateniente el que inicia el ciclo productivo mediante los adelantos en términos de insumos para la producción. Si no fuera así, tal la sanción de Quesnay, sólo nos encontraríamos con una producción “incierta y débil”, una nación sin riqueza.

 

La noción de salario mínimo es entonces la piedra angular  porque dicha doctrina se constituye a partir de una determinada concepción que niega, oblitera, toda noción sobre el valor del trabajo del labrador en tanto productor del excedente trasladando sus capacidades productivas a la naturaleza y la circulación de su producción como necesaria a la mantención de un orden , como ya se dijo, también concebido como natural. También de esta concepción básica se desprende una “teoría del valor” en Quesnay, apenas explicitada. Es una teoría del valor monetario, en palabras del autor, del valor venal:

 

“No son simplemente las producciones del territorio de un reino las que forman las rentas de la nación, es necesario todavía  que esas producciones tengan un valor venal que exceda el precio de los gastos de explotación del cultivo... las rentas y el impuesto se sustraen en dinero. por lo tanto todos los gastos y todos los productos deben ser evaluados en dinero. Por o tanto, el valor venal en dinero es la base de toda estimación y de todo cálculo en economía política, y de toda relación de riqueza entre las naciones.” ( [23])

 

Hay un valor (venal ) que es aquel que excede los costos de producción y que, a su vez, se compara con la renta; pero para poder compararlo con la renta y, en la medida que esta se obtiene en dinero, todos los productos deben ser evaluados en dinero.

 

La abstracción del valor de uso en valor de cambio tiene aquí un principio de enunciación. El valor venal, que “mide” en términos de precio el excedente, mide a su vez su transformación, mediante la circulación, en renta para el terrateniente.

 

“Si se hace abstracción de este valor en dinero ya no se tiene medida para evaluar las propias riquezas.” ( [24])

 

Una teoría axiológica del valor del trabajo  (es decir una valorización acerca de lo que es trabajo productivo de lo que no lo es) en la agricultura , guarda estrecha relación con la medición del trabajo como productor de un excedente, transformándose en valor venal (que excede los “costos”) y por lo tanto en valor-dinero como instrumento de evaluación-equiparación ideal de toda riqueza.

 

A partir de allí todo será evaluado, valorado en términos de la forma-dinero del valor. Estamos aquí frente a uno de los principios claves de toda la teoría económica: la necesidad de un patrón de medida homogéneo que pueda “representar” en una medida única la heterogeneidad de los productos, lo que implica también reducir, simplificar la heterogeneidad de los trabajos y, en última instancia, la heterogeneidad sociocultural. Preocupación, que constituye la base de la formación de la economía política como ciencia, en palabras de Cartelier:

 

“La creación de la economía política sobre una base científica exige un efecto que el valor de uso sea abstracto para que el valor de cambio se manifieste, para que las leyes que lo rigen puedan ser desprendidas” (Op. cit. 72-73).

 

Pero esta medida única responde ciertamente al interés de la burguesía terrateniente, propietaria “natural” del excedente en tanto es la forma dinero, que permite el comercio y la reinversión y de allí la regeneración del excedente. Es por ello que para los fisiócratas, en este sentido precursores de A. Smith, la única teoría del valor posible es aquella que concibe el valor de cambio de las mercancías, es decir su precio, o bien la forma precio del valor. La abstracción del valor de uso al valor de cambio, implica aún en el marco de sus pretensiones científicas una transformación de alcance ideológico: representa también históricamente la transformación del interés particular de la burguesía terrateniente francesa en “interés” de toda la sociedad. El interés de una clase que se apropia del excedente, configurado en el dispositivo teórico de la economía política como interés general (en el orden natural), pretende legitimar los valores (axiológicamente hablando) de la  burguesía terrateniente y la forma renta en dinero (valor venal, o precio del excedente) que es la base de su existencia.

 

Emergencia del fetichismo de la mercancía (según la definición de Marx sobre los postulados doctrinarios de la economía política) que no solo expresa la pretensión de asimilar el interés de una clase al interés general  mediante el recurso a una retórica del orden natural sino también en una desvalorización del trabajo del labrador y, por lo tanto de la “propiedad” que éste tiene sobre sí mismo.

 

Toda la metafísica del valor como precio se construye mediante la traslación del nivel explicativo desde la generación del valor de las cosas hasta el nivel de la valorización de las mismas. Este último nivel no es abstracto  “en sí” sino que corresponde un determinado tipo de desarrollo de las relaciones sociales: el trabajo como mercancía, el trabajo abstracto. Antes de entrar en los desarrollos de los economistas clásicos ingleses, es necesario hacer notar que para los fisiócratas el valor de uso es siempre el mismo (depende sólo de las necesidades y el deseo de disfrute más o menos constante de los individuos); en cambio el valor venal, es decir el precio, varía y depende de causas diferentes independientes de la voluntad de los hombres. Serán precisamente los economistas políticos ingleses quienes intentarán explicaciones de mayor sistematicidad en torno al carácter fluctuante de los precios en la sociedad, aunque desviando su interés de la producción agraria a la producción industrial.

 

5. El sujeto económico

 

Participe y exponente de las concepciones liberales de la nueva burguesía de su época, Adam Smith, se interesa desde el inicio de sus trabajos por el estudio del comportamiento humano. La semejanza con los fisiócratas con respecto a la necesidad de explicar la sociedad como un orden natural contiene algunas diferencias de enfoque que tiene importancia señalar. ( [25])

 

Mientras que para la fisiocracia el orden natural corresponde a la organización de la sociedad en torno a grupos sociales formulados en términos clases sociales , por lo que sus modelos giran en torno a la descripción de dichas clases y su participación en el proceso de generación dei “produit net”, (independientemente de que con el término clases tuvieran presente la noción de orden social, mas cercano a la idea de estamento) para Adam Smith el punto de partida lo constituía el análisis de las motivaciones psicológicas “comunes a todos los hombres” .

 

Es el libre ejercicio de dichas motivaciones el que produciría un modelo organizado de sociedad, un orden económico que debería funcionar naturalmente en beneficio de la nación en su conjunto. Al mismo tiempo, si el centro de atención de los fisiócratas franceses lo constituía la capacidad de la naturaleza de brindar el excedente necesario para la reproducción de la sociedad en su conjunto, en el economista inglés el enfoque principal estaba puesto en los intereses personales operando como fuerzas de mercado capaces de establecer la armonía social por la vía de la oferta y la demanda: esa “mano invisible” que tiende al orden social sin intervención estatal.

 

En este sentido puede decirse que A. Smith desarrolla las bases del pensamiento de la escuela fisiocrática por la que fue influido a partir de 1764, aunque trasladando el nivel de determinación del estudio de la economía del orden natural de la sociedad a la “naturaleza” psicológica de los individuos. Esta traslación se refleja en los problemas en que se ha de detener en forma sistemática dando nuevos contenidos a la Teoría del valor, a la distinción entre trabajo productivo e improductivo y al concepto de excedente o produit net de los fisiócratas.

 

Para la mayoría de los estudiosos del pensamiento económico existirían en A, Smith dos teorías del valor contradictorias entre si; una que connota una definición del valor como la cantidad de trabajo contenido en un objeto, y otra que tomaría mas en cuenta la cantidad de trabajo por la que se puede cambiar un objeto. No obstante, esta apreciación requiere de algunos señalamientos que nos parecen importantes. Será justamente alrededor del concepto de valor de cambio donde el autor construirá su teoría económica. El problema sobre la ambigüedad en la teoría del valor tiene sentido en este marco, en la necesidad de definir una medida del valor de las cosas para el intercambio; para ello será necesaria la alusión analógica a las ciencias naturales (para establecer leyes naturales):

 

“Así como la ciencia natural trataba de propiedades tales como la longitud y el peso, parecía que la ciencia económica debería poder descansar sobre el hecho básico del valor” (M. Dobb;1976)

 

Hemos visto que esta preocupación estaba ya esbozada por los fisiócratas; para éstos existía una teoría de valor venal aunque no había una propuesta que profundizara en los problemas de medición y que permitirá expresar en unidades homogéneas la desigualdad propia de los productos,  problema éste que, como hemos observado, respondería a las necesidades que son propias del intercambio mercantil. Ahora bien, sería un error desde nuestro punto de vista sostener que las preocupaciones intelectuales por producir teorías del valor sistemáticas o coherentes dentro de los paradigmas científicos de la época, respondieran meramente a formular una teoría sustentable sobre el intercambio en términos generales. Que los bienes se intercambian, tienen un precio, que ese precio fluctúa no por el valor de uso o merceológico del mismo sino por factores sociales y que además esos precios se expresan en el dinero como mecanismo de intercambio era conocido. De otra manera no podría explicarse el impresionante desarrollo del comercio y las grandes corporaciones y fortunas dedicadas a él en los dos siglos anteriores a la emergencia de las teorías que conocemos como economía política clásica (lo que conocemos como período mercantilista).

 

El problema novedoso y que configura el centro de las preocupaciones de la intelectualidad orgánica de la época, es la emergencia del intercambio y la formación de los precios ante la nueva realidad constituida por las relaciones de producción capitalista. En Francia, la pauperización creciente del campesinado francés evidenciaba como inmoral la extracción de una renta en dinero por la burguesía terrateniente, de manera tal que la noción medievalista del “precio justo” sustentada por Santo Tomás de Aquino se convertía en un eufemismo. Así, entonces la emergencia del orden natural fisiocrático.

 

En Inglaterra, los inicios del desarrollo industrial, la manufactura, estuvieron precedidos  por el proceso de cercamientos de la propiedad comunal y la expulsión de campesinos sin tierra a los conglomerados urbanos que Marx y Engels llegaron a describir en forma magistral. Se trataba entonces de indicar, proponer, que el aparente caos social y miseria económica observable sería parte de un proceso necesario pero contingente y, en tal sentido, sería superado. En este contexto, la teoría del valor responde al requisito de dar cuenta de la formación de los precios bajo las condiciones específicas de la  producción capitalista, es decir, el intercambio entre capital y trabajo y a las condiciones de reproducción ampliada de dicha relación a través de la reinversión. Es en tales condiciones y necesidades de homogenización (forma precio del valor) donde se plantea generalmente la contradicción de A. Smith. Veamos:

 

“El valor de cualquier bien, para la persona que lo posee y que no piense usarlo o consumirlo, sino cambiarlo por otros, es igual a la cantidad de trabajo que pueda adquirir o de que pueda disponer por mediación suya. El trabajo, por consiguiente, es la medida real del valor en cambio de todas las clases de bienes” . (1977: 33)

 

La búsqueda de una medida invariable le hace rechazar la propuesta de los fisiócratas del valor venal, es decir del valor en dinero pues “el oro y la plata. como cualquier otro bien, cambian de valor”.

 

“(...) por consiguiente el trabajo al no cambiar nunca de valor, es el único y definitivo patrón efectivo, por el cual se compraran y estiman los valores a todos los bienes, cualesquiera que sean las circunstancias de lugar y de tiempo”.  (Op. cit: 34)

y esto porque:

“ (...) iguales cantidades de trabajo, en todas las épocas y lugares, puede decirse que son de igual valor para el trabajador. En su estado ordinario de salud fuerza y espíritu, en el grado común (sic) de sus capacidades y destreza, siempre debe entregar la misma porción de su tranquilidad de su libertad y su felicidad”. (idem)

 

Resulta interesante detenernos en esta justificación del valor trabajo en A. Smith por lo que consideramos son sus connotaciones para la Antropología Económica. Efectivamente, cuando el autor hablaba de la medida del valor como indicador invariable, lo hacía partiendo del criterio de que el trabajo por  naturaleza es susceptible de ser considerado como una medida constante. Cabría aquí la pregunta ¿Que es lo que le permite a este autor y en general a la economía política clásica suponer la invariabilidad natural del trabajo?. Precisamente, el hecho de que en el universo de agentes económicos concebido por la economía política clásica, el trabajador es “propietario” natural de su trabajo, siendo este el único “bien” que posee para reproducirse. El terrateniente posee (naturalmente) la tierra y el capitalista el capital.

 

Así como la economía política inauguraba el discurso del sujeto económico en términos de propietarios de bienes que intercambian bienes recíprocamente necesarios y por lo tanto constitutivos del orden económico, la teoría política inauguraba también el discurso del estado como acuerdo emergente de la sociedad civil y esta configurada como pacto entre propietarios que ceden algo de sí mismos como aporte recíproco al sostenimiento del orden social.

 

El trabajo, al mismo tiempo, sería también el elemento “originario” a partir del cual el hombre (en términos genéricos) realizaba sus intercambios. En el marco de los análisis realizados con el objeto de justificar esta aseveración, A. Smith se referirá a un supuesto “estado natural” de la sociedad, a:

 

“Ese estadio primitivo y bárbaro de la sociedad que precede tanto a la acumulación de capital como a la apropiación de la tierra, donde el trampero de castores y el cazador de ciervos intercambiarían sus presas según la cantidad de tiempo que hubieran empleado en la caza. En ese estado de cosas, el total del producto del trabajo pertenece al trabajador y la cantidad de trabajo comúnmente empleada en adquirir o producir una mercancía cualquiera es la única circunstancia que puede regular la cantidad de trabajo que se podría de ordinario comprar economizar e intercambiar” (Op. cit: 52-3).

 

Esta descripción del intercambio primitivo basada en un imaginario etnográfico que se asemeja al ideal del “buen salvaje” roussoniano, (algo así como que el buen salvaje nos mostraría las bondades naturales del intercambio) inaugura un discurso antropológico económico anclado en una supuesta “naturaleza” equitativa de los intercambios entre los hombres “en estado salvaje y puro”. Esta referencia incorpora, como dato de interés, otro elemento más a la batería de justificaciones en torno a la existencia de un orden natural inmanente, esencial en la sociedad: se pretende buscar en el orden supuestamente natural de las sociedades “primitivas” la medida natural, el “valor natural” al cual deben tender, sobre el cual deberían oscilar, los precios en la sociedad capitalista. La conocida fábula de A. Smith sobre el estadio primitivo ofrece muchos elementos para el estudio del dispositivo ideológico de la economía política (fue retomada en su momento por Ricardo y a ella hace también referencia K. Marx), volveremos sobre ella más adelante.

 

Ahora bien,  aquella situación a la que remitirían los intercambios primitivos, según A. Smith bajo las condiciones de producción capitalista cambia puesto que:

 

“Tan pronto como el capital se haya acumulado en manos de personas particulares, algunas de ellas lo emplearán como es natural (sic) poniendo a trabajar a gente industriosa, a la cual proveerán de materiales y de los medios de subsistencia, a fin de obtener un beneficio por la venta del trabajo de ellos o por lo que el trabajo de ellos añade al valor de sus materiales (en este caso este valor se resuelve en dos partes: salarios y beneficios... en este estado de cosas, no siempre pertenece al trabajador la totalidad del producto, debe en la mayor parte de los casos compartirlo con el propietario del capital que lo emplea” (ídem).

 

Este cambio,  se produce entonces cuando intervienen “otros factores” aparte del trabajo y es por ello que en la constitución del valor de la mercancía deberían ser consideradas las distintas retribuciones que “confluyen” en la constitución del  “valor natural”:

 

“Cuando el precio de una cosa es ni más ni menos que  suficiente para pagar la renta de la tierra, los salarios del trabajo y los beneficios del capital empleado en obtenerla, prepararla y traerla al mercado, de acuerdo con sus precios corrientes, aquella se vende por lo que se llama su precio natural”. (Op. cit: 54)

 

Esta teoría del precio natural es a la que P. Sraffa denominaría teoría aditiva, es decir, aquella que deriva una teoría de los precios como simple adición de las retribuciones necesarias a los factores de producción intervinientes: al trabajador se le debe recompensar por su trabajo mediante el salario, al capital mediante el interés y al terrateniente por la renta; a la suma de estas tres retribuciones correspondería el precio natural de A. Smith como el “valor”. Es decir la medida del valor de las mercancías en el capitalismo, un valor que es distinto al precio del mercado, incluso anterior en su constitución. Los precios de mercado fluctúan siempre en torno a este precio natural:

 

“El precio natural viene a ser, por esto, el precio central, alrededor del cual gravitan continuamente los precios de todas las mercancías. Contingencias diversas pueden a veces mantenerlos suspendidos, durante cierto tiempo, por encima o por debajo de aquel; pero cualesquiera que sean los obstáculos que les impidan alcanzar su centro de reposo y permanencia, continuamente gravitan hacia él”  (Op. cit. 56-57).

 

 

 

Desde nuestro punto de vista, este cambio entre una supuesta teoría del valor a partir del trabajo contenido en una mercancía y una segunda teoría basada en la suma de los factores intervinientes en la constitución del precio “natural” por el que se cambian las mercancías no necesariamente parece constituir una contradicción dentro de la lógica smithiana. Es que si tenemos en cuenta que para este autor  la renta y el capital intervienen como retribuciones naturales a aquellos sectores que aportan a la formación de la riqueza ( es decir, que intervienen en la producción de las mercancías  aportando sus capacidades específicas “naturales”) podemos entender su análisis como la participación de tres tipos de propietarios que intervienen en la formación del valor . Además, para Smith el trabajo incorporado es trabajo asalariado y por lo tanto trabajo exigido. La producción de mercancías “exige” un trabajo valorizado en términos de la forma precio del valor del trabajo es decir en términos de salario, al capital también se le exige un “sacrificio” del ahorro; con respecto a la renta dirá:

 

“A los terratenientes, como a todos los demás hombres les gusta cosechar donde nunca sembraron y demandan una renta hasta para su producto natural” . (op. cit: 58)

 

Esta justificación de la renta en tanto demanda de una retribución por la  tierra sólo se sostiene por el presupuesto de que la propiedad legal de la misma es consustancial a determinados agentes (los terratenientes). Es así también que se analogiza la noción de propiedad (en tanto derecho del agente al usufructo) con propiedad en tanto capacidad propia de aporte del agente a la producción de mercancías. Esta analogía no es exclusiva de A. Smith. Recorre todo el horizonte fisiocrático (tal como se lo ha observado anteriormente) y se inscribe en  los principios  filosóficos de J. Locke en torno al tema:

 

“La hierba que ha comido mi caballo, la tierra que ha labrado mi siervo, el mineral que yo he extraído de un lugar sobre el que tengo derechos no compartidos por nadie, se convierten en mis propiedades sin designación ni consenso de nadie. Es mi trabajo (sic) lo que ha sido mío, es decir, el mover aquellas cosas del estado común en que se hallaban es lo que ha determinado mi propiedad sobre ellas”  (Citado por U. Cerroni ; 1977:271)

 

La exigencia de la producción de mercancías es entendida por A. Smith y los clásicos ante todo como una exigencia moral en tanto que supone a la circulación de los bienes como el basamento de toda riqueza. Sin embargo una moral que ya no era explicada en términos religiosos o de un deber ser del estado o autoridad pública sino inscrita en el orden natural al que necesariamente tienden las acciones de los individuos o agentes independientemente de alguna voluntad exterior a sus propios intereses. Es este nuevo modelo de moralidad el que se constituye en la base para una medida natural (como hemos visto) del valor. ( [26])

 

Es esta necesidad de medición la que se transforma en la explicación del valor del trabajo o, en términos de Marx:

 

“El valor se convierte aquí (en A. Smith) en medida y explicación del valor, se trata por lo tanto de un círculo vicioso (cercle vicieux)” (1979:62)

 

Es decir, en la medida que la mercancía es la forma predominante de la producción capitalista, el valor del trabajo surge explicado desde el hecho (social por cierto) de que sólo puede ser evaluado, medido, valorado en términos de salario. Hemos planteado que algunos analistas de la historia de la teoría económica que discuten las propuestas de A. Smith lo hacen resaltando la contradicción señalada anteriormente. Siguen en tal sentido a lo que ya había indicado al respecto D. Ricardo:  primero  parece asumir (A. Smith) un patrón de medida del valor, el tiempo de trabajo necesario, y luego plantea otra, la cantidad de trabajo que compra una mercancía. Pero mas allá de la pertinencia o no de este señalamiento la única noción de valor que puede encontrarse sobre el trabajo en toda la economía clásica es la de cantidad necesaria de trabajo que resulte suficiente para la producción de mercancías. 

 

Es que el trabajo contenido  en el horizonte clásico no es otra cosa que  trabajo exigido por la producción de mercancías ya que si la medida del valor trabajo está dada por el valor de los bienes que intervienen en la reproducción física del trabajador, como veremos, entonces lo que contiene una mercancía será un conjunto de capacidades del trabajo exigidos por la producción de las mercancías. No es el trabajo el que exige la compensación de su aporte a la producción sino es la exigencia del capital,  que al comprarlo como mercancía, usufructúa su valor de uso y lo remunera a una tasa de cambio (salario) que presupone una determinada reproducción física como garantía para dicho usufructo y  sin la cual desaparecería toda capacidad de compra de dicho trabajo.

 

Esta reproducción física no está dada por determinadas relaciones naturales sino sociales como propondría Marx, es decir por las características de la forma mercancía que determina no únicamente la cantidad necesaria de trabajo sino la necesidad misma de medir a este en términos de su valor de cambio: la cantidad de la mercancía trabajo que compra cualquier otra mercancía.

 

Lo expresado se vincula con lo anticipado en la introducción en torno a la teoría de los tres factores. Ciertamente, el modelo de la economía política fisiocrática y smithiana  es también circular puesto que parte de una noción de sociedad organizada en clases (y las clases concebidas como ordenamientos sociales) que si bien tienen intereses específicos, la persecución de dichos intereses no implica emergencia de conflicto alguno. Mediante la libre circulación de sus productos y capacidades,  la tendencia que genera el proceso de oferta y demanda es hacia el orden, como se dijo un orden natural. Precios  altos o bajos por encima de la retribución “natural” ( heredera de la noción medieval-cristiana de “precio justo” aunque expresada en códigos de la física social inaugurada por la economía política) de los factores y precios  tenderán a equilibrarse por esa mano invisible que ya no es la de Dios sino una supuesta capacidad de los mercados de regular los desequilibrios sociales.

 

Respecto a la caracterización de lo que es trabajo productivo e improductivo, A. Smith difiere de los fisiócratas en tanto que intenta señalar la capacidad de producir riquezas que posee la manufactura. Recuérdese al respecto que la producción industrial en Francia era esencialmente de tipo artesanal y los artesanos considerados como la clase estéril. Por el contrario, reflexionando en pleno proceso de desarrollo de la producción en los talleres manufactureros A. Smith intentará proponer que es precisamente el trabajo industrial el que genera excedentes.

 

En relación a esto, en el capitulo III del libro II de la Riqueza de las Naciones escribe:

 

“Hay una especie de trabajo que añade valor a la materia a la cual se incorpora, hay otra que no tiene dicho efecto. El primero en cuanto valor puede ser llamado productivo... el trabajo de un sirviente doméstico no añade ningún valor”.

 

y más adelante:

 

“El trabajo de los sirvientes domésticos (a diferencia de artesanos e industriales) no asegura la continuación de la existencia del fondo que los mantiene y los emplea. A expensas de sus dueños está su manutención y el trabajo que realizan es de tal naturaleza que no puede reembolsar ese gasto. Este trabajo está constituido por servicios que perecen por lo general en el mismo instante en que se realizan y no quedan fijados ni concretados en alguna mercancía que sea vendible. Al tomar esto en cuenta he clasificado a los artesanos, industriales y comerciantes entre los trabajadores productivos y a los sirvientes domésticos entre los estériles o improductivos”. (Op. cit)

 

Al igual que los fisiócratas, lo determinante para la distinción entre trabajo productivo e improductivo es el criterio de la producción de excedentes: aquel valor que excede la “manutención” del trabajador y que tal manutención pueda ser pagada por el propio  trabajador. Es productivo, entonces, en este esquema aquel trabajador que mediante su trabajo  añade, agrega valor a la materia y al mismo tiempo esta materia configura un producto intercambiable, una mercancía.

 

Lo importante en este contexto es entonces garantizar “el fondo que los mantiene” (a los trabajadores) , es decir los “adelantos” según los fisiócratas ya que por “naturaleza” el trabajo tiene la específica particularidad de reproducirse a sí mismo, pagar su propia retribución y además pagar una retribución al capital que lo emplea. En cambio a los sirvientes los mantiene el amo y sus servicios “no quedan concretados en alguna mercancía vendible”. Sólo de esta manera se explica que para A. Smith el trabajo “del artesano, industrial y comerciante” sean productivos. Por ello, la tipologización entre trabajo productivo e improductivo guarda coherencia lógica con sus planteos respecto a la “teoría de la suma” como teoría del valor.

 

La  limitación central de estos planteos, expresada principalmente en los intentos de clasificación de lo que es trabajo productivo y trabajo improductivo fue enunciada adecuadamente por Marx en tanto que:

 

“La producción capitalista no es simplemente la producción de mercancías sino en lo esencial es la creación de una plusvalía. Ese trabajador sólo es productivo si produce una plusvalía para el capitalista y de esta manera trabaja para la autoexpansión del capital” (1980:517)

 

Lo que se oblitera detrás de las clasificaciones en torno a los tipos de trabajo es que son al mismo tiempo calificaciones y, como tales, pertenecientes a un dispositivo legitimador. Esto es así ya que la definición de trabajo productivo y trabajo productivo no pertenecen a la naturaleza misma de la actividad sino al contenido específico que estas adquieren en una formación social determinada. Nuevamente, según Marx:

 

“El trabajo productivo, según su significado para la producción capitalista, es el trabajo asalariado que intercambiado por la parte variable del capital...reproduce no sólo esta parte del capital (o del valor de su propia fuerza de trabajo) sino que además produce plusvalía para el capitalista(...) sólo es trabajo productivo el que produce un valor mayor que el suyo propio” ( [27])

 

Para Marx, entonces, la definición del trabajo productivo o improductivo no pertenece a la naturaleza misma de la actividad sino por el contenido particular de las relaciones sociales de una formación social determinada, en este caso el contenido que el trabajo adquiere, bajo las relaciones sociales capitalistas de producción. De esta manera, a lo largo de su obra intenta poner en claro ante todo el significado histórico-social de las categorías de la Economía Política, siendo ésta una de las claves para su crítica, llevando hasta las últimas consecuencias las contradicciones internas a las aproximaciones teóricas y metodológicas construidas por aquella.

 

Para A. Smith, al igual que para los fisiócratas, no es el trabajo el productor de la ganancia, sino el capital en tanto agente activo y autónomo capaz de generar las condiciones de la producción. Esta sería la relación entre ganancia (excedente) y trabajo productivo e improductivo:

 

“Cualquier porción del capital empleado por el hombre en este concepto, espera siempre poder ser recuperado con un beneficio. Lo emplea, por consiguiente, en mantener manos productivas solamente, y después de haberle servido a él como capital, constituye un ingreso para aquellos. Ahora bien, cuando emplea una porción de su capital cualquiera que sea, en mantener mano no productivas, desde aquel momento la retira de su capital para ser situada en el fondo que se reserva para el consumo inmediato” (Op. cit. : 98)

 

El trabajo es, entonces,  productivo sí y sólo sí es movilizado, puesto en producción por el capital. Así, la teoría del valor trabajo en el universo smithiano se limita al trabajo en tanto mercancía al servicio del capital. ( [28])

 

 Un enfoque relacional

 

La economía política clásica estuvo preocupada por construir un modelo de explicación de la sociedad que fuera coherente con una axiología que pautara las bases del funcionamiento de la nueva sociedad emergente. La revolución industrial, lejos de configurar una situación caótica indicaba el inicio de una nueva forma de prosperidad basada en la producción industrial y su legitimidad como modelo de orden social. Si bien sus distintos autores compartían este universo y produjeron formas de interpretación semejantes, sus diferenciaciones al interior de ese nuevo campo intelectual que iba conformando la Economía Política, también fueron de cierta significación. Es importante inmiscuirse en algunas de sus diferencias para también comprender el alcance de aquellas semejanzas que, desde una mirada antropológica y crítica, nos interesa señalar.

 

En una primera aproximación en tal sentido, puede decirse que, si A. Smith se preocupaba fundamentalmente por darle sustentabilidad a los principios morales que  postulaba en torno al comportamiento y las motivaciones individuales de los hombres y de qué manera la búsqueda de los intereses individuales tenderían hacia situaciones de equilibrio social, D. Ricardo, por ejemplo, centró mas su atención  en el análisis específico de las relaciones entre Ganancia, Renta y Salarios y, en este sentido, expresar algunas discrepancias con aquel. ( [29])

 

Un tema central del debate era la preocupación en torno al decrecimiento del beneficio. Si para A. Smith, cualquier tendencia hacia el decrecimiento de la tasa de beneficio, debía ser explicada a partir de la competencia en el mercado, para D. Ricardo en cambio lo fundamental era la relación (inversa) que existiría entre el beneficio y la renta:

 

“Los beneficios del capital decrecen solamente debido a que no se encuentran disponibles tierras que se adaptan en igual forma a la producción de alimentos. Y el grado de la caída de los beneficios y del alza de las rentas depende totalmente del gasto incrementado de la producción. (...) Si por lo tanto en el progreso de los países, en materia de riqueza y población pudiera añadirse a ellos nuevas porciones de tierra fértil, con cada incremento de capital, nunca caerían los beneficios ni se elevarían las rentas” ( [30])

 

Las primeras conclusiones que podemos extraer de la presente cita son:

1) La tasa de beneficios no se determina por la competencia en el mercado, sino por la disponibilidad de tierras productivas lo que configura la tendencia de la capacidad productiva del trabajo. 2) La relación inversa entre renta y beneficio que implica una transferencia de los beneficios del agricultor (y como veremos todos los agentes que Ricardo consideraba productivos) hacia el terrateniente: una de sus inquietudes mas fuertes fue precisamente ofrecer una justificación teórica  contra el interés de los terratenientes en mantener elevadas las rentas.

 

La forma de estudio de la economía por parte de Ricardo se aproximaba, metodológicamente hablando, a la de los fisiócratas, aunque en su teoría de los beneficios y por su crítica a los intereses terratenientes difería tanto de éstos como de A. Smith. ( [31])

 

En cuanto a las causas que daban lugar a la formación de los beneficios su preocupación dominante fue:

 

“señalar que los beneficios dependían de la diferencia entre el producto marginal de la mano de obra dedicada al cultivo, y la subsistencia de esa mano de obra siendo ambas expresadas en grano. En consecuencia, el beneficio estaba expresado como una simple proporción del producto respecto a los salarios, proporción que iba disminuyendo a medida que el margen se extendía y declinaba el producto de un día de trabajo.” ( [32])

 

Hay entonces una postulación en torno al beneficio, el cual es entendido como la razón entre el producto general (nacional) de granos y los salarios (expresados también en cantidad de granos) en el margen menos productivo de la producción agrícola. ¿Cómo explica Ricardo lo anterior? La formulación es un tanto compleja por lo que haremos una exposición lo más simplificada posible sin perder las ideas centrales del autor. Como dijimos anteriormente, Ricardo se preocupará por las relaciones entre la renta, el beneficio y el salario en la producción. Así, para el autor, la tendencia al alza de la renta se produce en una situación de aumento, de la demanda de granos a consecuencia de un incremento en la tasa de población o bien en las necesidades de consumo de la misma (aquí hay una clara vinculación entre la teoría de Ricardo y los postulados de Malthus).

 

Partiendo entonces del supuesto de que existe un límite “natural” en la productividad de las tierras cultivadas. Estas no pueden producir más debido a sus rendimientos decrecientes ya que las tierras no pueden aumentar su producción en términos proporcionales a un aumento en la inversión de capitales y trabajo productivo. Se impone, entonces,  la necesidad de cultivar nuevas tierras, las cuales serán menos fértiles y, como aumentará el nivel global de las rentas mientras que el nivel del excedente (beneficio) global disminuirá, se producirá necesariamente una traslación de estos excedentes en favor de la clase terrateniente . ( [33])

 

Estas relaciones pueden ser descritas mediante el siguiente gráfico:

 

GRAFICO 2

RELACIÓN RENTA- PRODUCTO-COSTO SEGÚN D. RICARDO

(de acuerdo al tipo de tierras)

 Tipo de tierra

Nivel de la producción

1

2

3

4

5

Costo

a

100

0

10

20

30

40

60

b

90

-

0

10

20

30

70

c

80

-

-

0

10

20

80

d

70

-

-

-

0

10

90

e

60

-

-

-

-

0

100

 

 

Las relaciones entre renta y beneficio se desprenden del cuadro anterior y se explican partiendo del supuesto de que hay cinco categorías de tierras ordenadas de arriba hacia abajo de mayor a menor fertilidad (a, b, c, d, e). Suponiendo también que los niveles tanto de inversión de capital como de trabajo son iguales, el nivel de la producción disminuye en relación a la disminución de las fertilidades: 100 es la producción máxima en el tipo “a” (las tierras mas fértiles y 60, la producción  mínima en el tipo “e” (las tierra menos fértiles). El costo por el contrario evoluciona inversamente: va siendo mayor cuanto menor es la fertilidad del suelo. Esto último es así ya que las tierras menos productivas requieren de una inversión mayor, por lo que es la producción en este tipo de tierras menos productivas la que determina el nivel de precio en el mercado. en este caso hipotético y suponiendo que la producción sea trigo, entonces la producción de trigo se venderá a $100. Dado que el costo disminuye a medida que aumenta la fertilidad de la tierra, la renta de estas tierras tenderá a aumentar también. Las etapas de la renta muestran que esta se va elevando en la medida que se van utilizando nuevas tierras, siempre menos fértiles, y van absorbiendo los beneficios (diferencia entre los niveles de producción y los costos).

 

Es posible observar entonces dos planteos centrales de la teoría de Ricardo a los que ya hemos hecho cierta referencia:

 

1) La renta es una especie, un desprendimiento del beneficio y la relación entre ellos es inversa.

2) La producción en el margen agrícola (las tierras fértiles) determinan por sus costos más elevados, los precios del mercado.

 

A diferencia de A. Smith, entonces, hay una determinación que parece ser anterior al funcionamiento del mercado tanto de la tasa de beneficio, como de los precios. Pero es necesaria una aclaración. Esta determinación es anterior sólo en un primer análisis: para Smith lo que causa la disminución de los beneficios, etc. es la competencia en el mercado; para Ricardo es el aumento global de la renta y los rendimientos decrecientes. Esta es una diferencia importante, que atañe incluso a las otras categorías que hemos de analizar, pero si profundizamos en los niveles de causalidad que explican el funcionamiento de la sociedad en su conjunto, las semejanzas son más: en última instancia lo que explica en Ricardo tanto la productividad decreciente y de allí el nivel del beneficio, la renta y los “costos”, no es más que la demanda de alimentos, producto de un aumento en la población.

 

Este es el nivel de explicación causal que determina la construcción de los otros conceptos. La teoría relacional de Ricardo (Beneficio/Salario), sin aludir a las determinaciones del mercado, enfrentaba al menos teóricamente también los intereses de la burguesía capitalista manufacturera con los intereses salariales de los trabajadores: si el beneficio se desprende de los salarios y ambos se determinan “constituyen” previamente a toda situación de mercado y aun, si Beneficio y Salarios tienen una tendencia inversa, la interpretación final podría conducir al descubrimiento del carácter contradictorio de los intereses entre los que persiguen un aumento de los salarios y los que persiguen un aumento de las ganancias o beneficios. Pero esta interpretación no corresponde a Ricardo, sino a los que conocemos como “ricardianos de izquierda”. ( [34])

 

Para Ricardo, lo importante era determinar el nivel de la tasa de ganancia como un desprendimiento del salario real constante, y toda variación de los salarios proviene, de la variación del precio de las mercancías que entran en su composición. Pues si bien hay una determinación anterior al mercado de los niveles de los salarios, la ganancia y la renta, hay un razonamiento en términos de precios que también es anterior. De manera tal que para la determinación de este precio D. Ricardo razona (aunque con modalidades distintas) en términos smithianos (que son los términos de toda la economía política), es decir, el precio natural del trabajo:

 

“El precio natural de la mano de obra es el precio necesario que permite a los trabajadores, uno con otro, subsistir y perpetuar su raza .. Esto no quiere decir que el precio natural de la mano de obra, aun estimado en alimentos y productos necesarios, sea absolutamente fijo y constante. En un mismo país varía en distintas épocas, y difiere cuantiosamente de un país a otro. Depende esencialmente de las costumbres y los hábitos de la gente ( Op. cit; 71-74).

 

Hay que considerar que el fundamento de la explicación ricardiana acerca de la relación inversa entre beneficio y renta se enmarcaba dentro de los límites de la discusión de la época acerca de la conveniencia o no de incrementar las tarifas aduaneras para la importación de granos. Para Ricardo las tarifas aduaneras y otras limitaciones a la importación de trigo tenían el efecto inevitable de aumentar las rentas y no los beneficios (por la relación inversa ya analizada), es decir tendrían el efecto de la traslación del beneficio global producido en la sociedad hacia la clase terrateniente en términos de renta:

 

“Si los intereses de los terratenientes tuvieran el peso suficiente como para decidirnos a no aprovechar todos los beneficios que podrían resultar de la importación del grano a bajo precio, también debieran influir sobre nosotros para hacer rechazar todas las mejoras introducidas en la agricultura y en los instrumentos de labranza ; pues si se afirma que disminuyen las Rentas y por lo tanto se reduce la capacidad de los terratenientes para pagar los impuestos al menos por un tiempo, al abaratarse el grano en razón de dichas mejoras o por causa de su importación, entonces para ser consistentes, detengamos por medio de una misma ley las mejoras y prohibamos la importación. (Op. cit; 75)

 

Esta posición de Ricardo, de importancia política para su época, tiende a ubicarlo, según hemos visto, como un detractor de los intereses de los terratenientes enfrentándose a las propuestas de Smith y Malthus. Sin embargo esta perspectiva debe ser relativizada pues a lo que Ricardo se oponía realmente era a la continuación del desarrollo de la renta ,como consecuencia del efecto derivado de la relación entre el aumento de la demanda de granos y las restricciones propias de la productividad decreciente que implica la extensión de la producción hacia nuevos márgenes de cultivo y de allí la creación de más altos niveles globales de renta. Pero aún este análisis no es mas que una respuesta “coyuntural” al papel de la clase terrateniente en la acumulación y de ninguna manera un proyecto crítico de la organización socioeconómica, pues dentro de los límites del racionalismo de la Economía Política no existía la posibilidad del cuestionamiento profundo de los intereses de ninguna clase en el poder.

 

En este marco, las concepciones ricardianas se proponían limitar coyunturalmente la expansión de los intereses de la clase terrateniente para favorecer el desplazamiento del destino de los excedentes hacia la “nueva” burguesía manufacturera. En A. Smith, esta “tercera clase que vive de las ganancias” no había recibido una defensa consecuente (sino contradictoria) de sus intereses: se proponía la defensa a ultranza del interés individual, pero al mismo tiempo sustentaba que:

 

“toda proposición de una ley nueva o de un reglamento de comercio, que procede de esta clase de personas, deberá analizarse siempre con la mayor desconfianza... (pues, ésta es) una clase de gentes cuyos intereses no suelen coincidir exactamente con los intereses de la comunidad.” ( [35])

 

Ricardo intentó “compatibilizar” el interés de la nueva burguesía con los intereses generales de la comunidad, pero estas posiciones no invalidaban estratégicamente la posición de poder de la clase terrateniente ni sus intereses en el largo plazo, pues si bien este autor se ubica como un lúcido exponente de los intereses de la burguesía manufacturera, según Dobb, planteaba también que:

 

“A largo plazo los terratenientes podían llegar a beneficiarse en la medida en que las mejoras hicieran posible un aumento de la población, y el aumento de la población elevara eventualmente la demanda de granos y de tal forma aumentaran las rentas”. (Op. cit.; 88).

 

La propuesta de Ricardo estaba dirigida por la necesidad del aumento del beneficio y, coyunturalmente, este aumento sólo era posible por la disminución de las barreras aduaneras y el desarrollo tecnológico en el campo, pues estas medidas tendrían el efecto de reducir los costos de producción (el valor de los salarios) para consecuentemente aumentar los beneficios.

 

Ahora bien, al instaurar un discurso relacional (como se lo ha llamado), Ricardo pone en contradicción (al menos teórica y coyunturalmente) un proyecto de expansión de la renta (extensión de la reproducción del interés de la clase terrateniente) con el beneficio (que se supone necesario para la riqueza de la nación), pero también relaciona inversamente los beneficios con los salarios: la tendencia decreciente de la tasa de ganancia está relacionada con el aumento del “valor” del salario por el deterioro de las condiciones de producción de las mercancías que componen el salario real. ( [36])

 

Algunos antropólogos contemporáneos han planteado la necesidad de retornar a los economistas clásicos con el objeto de reconsiderar algunas de las limitaciones de las teorías formalistas y sustantivistas en el ámbito de la Antropología Económica, en este sentido, tanto las obras de Smith corno de Ricardo se constituyeron en objeto de análisis pormenorizado. ( [37])

 

Sin detenernos por el momento en las teorías mencionadas, las cuales serán analizadas posteriormente, adelantamos aquí una cuestión que nos permite introducirnos brevemente en los usos que se pretende hacer de esta relectura de los clásicos en el denominado campo de la Antropología Económica. Las  diferencias de Ricardo con Smith en torno a la constitución de la teoría del valor se han puesto de relieve para analizar la eficacia operativa tanto de una como de otra para el estudio de las “economías primitivas”. En este sentido frente a  la perspectiva individualista y atomista de Smith (que en definitiva le hace adoptar la teoría del valor precio frente al valor trabajo, como hemos visto), se resalta el análisis relacional de Ricardo, su teoría del valor trabajo y la determinación de este valor  previamente a cualquier intervención del mercado. Para S. Gudeman, esta situación ha implicado la posibilidad de retomar los análisis de Ricardo para las “economías sin mercado” o, mejor dicho, sin mercados constitutivos de precios:

 

“Resulta pues, una deliciosa paradoja que la obra de Ricardo, que pone los cimientos de la economía moderna...se escribiera sin hacer la menor referencia a los precios monetarios. El método no puede menos que ser un martirio de Tántalo para los antropólogos” (1981: 240).

 

La paradoja aludida, parece remitirse al debate producido en el seno de la Antropología Económica en torno a la validez operativa o no de los conceptos y categorías de la Teoría Económica en sociedades que no estarían reguladas por mercados formadores de precios. Ahora bien, lo anterior debe ser considerado un tanto detenidamente pues, a nuestro entender, las diferencias entre una economía de tipo capitalista, por ejemplo, con sus mercados formadores de precios y una “economía sin mercados” de este tipo van más allá o son más profundas que las resultantes de la existencia de precios monetarios o no, según lo que intentaremos mostrar en adelante.

 

Hemos ya observado que si bien en D. Ricardo el nivel de subsistencia de los trabajadores está determinado en forma independiente del mercado (al igual que el nivel de la tasa de ganancia y la renta). En este enfoque, el mismo estaría determinado en forma “natural” es decir por la naturaleza misma de la producción de las mercancías de subsistencia ( en este caso la producción agrícola), que en razón de la tendencia decreciente de la productividad de la tierra eleva sus costos. Es así que en semejante perspectiva la renta diferencial se constituye como una categoría “natural” de toda producción y como tal sujeta a mecanismos supuestamente universales.

 

El mismo Gudeman, con sagacidad plantea que “la renta diferencial es la categoría ecológica por excelencia del capitalismo”, de lo que se desprendería que el ambiente “natural” (agrícola) bajo las condiciones impuestas por el capital es un ambiente “producido” y al mismo tiempo un ambiente de producción de bienes salariales y por lo tanto sujeto a la ley de los rendimientos decrecientes. Sin embargo y mas allá de esta expresión se queda sin analizar los efectos que semejante cuestión tiene para el análisis de las “economías primitivas”.

 

Los mecanismos que Ricardo plantea de la renta diferencial y que produce consecuencias determinantes en la constitución de la Tasa de beneficios y salarios, es explicada bajo la forma de ley universal. Los resultados provenientes de la extensión de los márgenes de cultivo hacia espacios menos fértiles tenia que ver en la Inglaterra de Ricardo con el desarrollo de la urbanización acelerada creada por la expansión manufacturera, con el consiguiente aumento de la demanda de mercancías de subsistencia para los trabajadores y la población en constante crecimiento. Este razonamiento, herencia de Malthus, era la base de las construcciones teóricas de Ricardo. En este sentido, el planteo que sustentamos es que, por un lado, fuera de tales condiciones, el análisis ricardiano en conjunto pierde su valor heurístico para la interpretación etnoeconómica, y éste se hace extensivo al conjunto de la Economía Política clásica y posterior, como así también muchos de los postulados del propio Marx en tanto crítico de aquella. Entendemos además que el propio Marx era consciente de ello al afirmar:

 

“Formas semejantes constituyen precisamente las categorías de la economía burguesa, se trata de formas del pensar socialmente válidas y por lo tanto objetivas, para las relaciones de producción que caracterizan ese modo de producción social históricamente determinando: la producción de mercancías. Todo el misticismo del mundo de las mercancías, toda la magia y la fantasmagoría que nimban los productos del trabajo fundados en la producción de mercancías, se esfuma de inmediato cuando emprendemos el camino hacia otras formas de producción(1974:93).

 

Ahora bien podemos decir también que la pertinencia o no de la categoría de renta diferencial como objeto de la Antropología Económica no debería referenciarse únicamente en el análisis de “otras formas de producción”, si entendemos por ello a formas o modos de producción “primitivos”, “precapitalistas”, etc. 

 

La  renta diferencial tampoco parece ser una categoría universalmente válida incluso en el modo de producción capitalista. Es decir, ésta categoría no es necesariamente la categoría ecológica del capitalismo ya que en determinadas formaciones sociales contemporáneas la producción en los márgenes de las tierras mas aptas, lejos de producir un incremento en los costos de producción y por lo tanto una suba en los precios agrícolas, puede significar lo contrario. Ello ocurre en muchos casos cuando nos encontramos con formas campesinas de producción que produciendo en situaciones mayor precariedad en la fertilidad del suelo y/o condiciones tecnológicas menos competitivas que otros productores capitalistas tiende por un lado a producir bienes salariales a menor precio y fuerza de trabajo por debajo de su costo en el mercado.

 

No hubiéramos podido plantear esto sin haber analizado las relaciones internas existentes entre las distintas categorías de los economistas clásicos y en particular Ricardo pues, aún invalidando su teoría de la tendencia decreciente de la productividad de la tierra como ley universal de todo sistema,  podríamos habernos contentado con esta aseveración, pero dejaríamos la posibilidad de utilización de otras categorías y teorías como válidas.

 

Nuestra posición es que tal planteo no es posible en la medida que el conjunto teórico y metodológico de Ricardo (como el de Smith, etc.) constituye un todo interrelacionado. Es decir, al desarrollar Ricardo un modelo de relaciones entre beneficio y renta, y beneficio y salarios, como hemos visto, estos análisis parten del supuesto, implícito (de allí en gran parte se desprende su carácter ideológico) de que la organización social “natural” y por lo tanto universal del hombre es la sociedad capitalista tal cual se les aparecía Inglaterra en los inicios del siglo pasado. Esta situación queda evidenciada cuando Ricardo, en aras de justificar su critica a Adam Smith, retoma el ejemplo de éste sobre el ciervo y el castor (cfr. supra). En tal sentido dirá:

 

“Si es corriente que cueste el doble de trabajo matar a un castor que a su ciervo, un castor debe naturalmente cambiarse por el equivalente de dos ciervos”.

 

La incorporación del Capital al proceso no alteraría para Ricardo este hecho puesto que:

 

“El valor estaría en proporción al trabajo real incorporado tanto en la formación del capital (construcción de trampas, etc.) como en la destrucción (trabajo de caza) de los animales”.

 

Ni tampoco sería afectado por una situación en la cual:

 

“Los implementos necesarios para matar al castor y al ciervo pudieran pertenecer a una clase de hombres y el trabajo empleado en su destrucción pudiera ser realizado por otra clase y tampoco si aquellos que proveen el capital pudieran tomar la mitad, una cuarta parte o un octavo del producto obtenido”

 

 

Esta crítica de Ricardo a Adam Smith sólo encuentra fundamento dentro de los límites racionales del intento de medición del valor (o el valor del trabajo como medida) propio de la Economía política. Nos hemos detenido en ella en tanto esta proposición ha sido retomada recientemente , según hemos observado, por un conocido antropólogo que intentando construir un modelo de antropología económica no puede dejar de caer en estas limitaciones. De esta manera S. Gudeman intentará justiticar la propuesta de Ricardo frente a la de Smith planteando que:

 

“En ninguna sociedad real el trabajo sin ayuda crea mercancías. Habitualmente los castores se cogen mediante trampas y alguien debe construir esas trampas, mientras que el cazador a buen seguro utilizará algún arma destructiva o instrumento para cercar. Además, el trampero y el cazador mientras atrapan la presa, deben poseer una reserva de alimento para subsistir. No obstante tanto la comida como el equipamiento deben haber sido producidos mediante un proceso de trabajo anterior que a su vez se emprendió utilizando comida y equipamiento y así sucesivamente en una regresión ilimitada. En ningún caso el trabajo puro sin ayuda de una anterior acumulación puede producir ninguna clase de objeto”.

 

Como puede observarse la confusión que puede crear la economía política a los antropólogos que pretenden una antropología económica , sin replantearse los supuestos en que se funda la economía política como ciencia, es profunda. Podemos estar de acuerdo que no existe ninguna sociedad conocida por la Etnología en la cual el trabajo esté organizado en forma de cooperación social, pero de allí a inferir que de tal cooperación el resultado sea la producción de mercancías dista mucho de la realidad. La producción de mercancías es una forma específicamente capitalista de producción de bienes, confundir la caza de un castor de una determinada organización etnoeconómica (nunca especificada)  con la producción de, por ejemplo, castores para el mercado capitalista es confundir la producción capitalista con cualquier tipo de producción y, por lo tanto, naturalizar el significado de la forma mercancía para todo tipo de producción . Es, en definitiva , cometer el mismo error pseudouniversalista de la economía política clásica. En otras palabras, ver dichas sociedades a través del fetichismo de la mercancía y, entonces,  ver acumulación donde pudiera haber socialización, división del trabajo en clases donde podría existir división sexual del trabajo, trabajo productivo donde encontramos rituales mágicos, etc.

 

Incluso, sabemos  que no es sólo un problema que involucra a las categorías observacionales de la realidad, sino que abarca toda una forma de teorizar sobre una determinada sociedad. Regresando a Ricardo, preocupado como estaba del costo del trabajo para establecer el valor (de intercambio) de lo producido, difícilmente podía plantearse situaciones donde los “costos de producción” no fuesen salarios y donde el intercambio no fuese una función de la cantidad de trabajo contenida en los objetos. Es decir, difícilmente hubiera podido razonar fuera de los límites de la producción y el intercambio capitalistas. Por ello retomar los análisis de Ricardo para utilizar sus categorías en la construcción de una Antropología Económica cuyo objetivo sea el estudio de las “Economías tribales” es una forma de retorno a la ideología de corte idealista y al formalismo universalista de los clásicos. Esto es muy importante en tanto, como dijera Marx, tampoco Ricardo está exento de robinsonadas:

 

“Hace que de inmediato el pescador y el cazador primitivos cambien la pesca y la caza como si fueran poseedores de mercancías, en proporción al tiempo de trabajo objetivado en esas valores de cambio. En esta ocasión incurre en el anacronismo de que el pescador y el cazador primitivos, para calcular la incidencia de sus instrumentos de trabajo, echen mano a las tablas de anualidades que solían usarse en la Bolsa de Londres en 1817.” (1980:93)

 

La economía política significaba para Marx el desarrollo de una nueva ciencia cuyo carácter contradictorio se expresaba por un lado en el avance significativo en el campo de las ciencias sociales como interpretación de los fenómenos económicos de la sociedad moderna, pero a su vez dicho conjunto teórico adolecía de los límites ideológicos propios de la clase que lo sustentaba y desarrollaba, es decir su conciencia posible y por lo tanto histórica. Es por ello que su método fue totalmente distinto e incluso la antítesis del seguido por los economistas. Para éstos el análisis de los fenómenos económicos se planteaba como una necesidad de interpretación coyuntural de ciertos acontecimientos, y las conclusiones obtenidas se extrapolaban en forma de “leyes naturales”, tanto hacia el futuro (impulsando medidas de política económica) como hacia el pasado (intentando comprender mediante dichas categorías tomadas como universales y “naturales” supuestos estadios primitivos de la sociedad). Para Marx la orientación metodológica debería ser la opuesta:

 

“La reflexión en torno a las formas de vida humanas y por consiguiente el análisis científico de las mismas, toma un camino opuesto al seguido por el desarrollo real. Comienza ‘post festum’ (después de los acontecimientos) y por ende disponiendo ya de los resultados últimos del proceso de desarrollo. Las formas que ponen la impronta de mercancías a los productos del trabajo y por tanto están presupuestas a la circulación de mercancías, poseen ya la fijeza propia de formas naturales de la vida social, antes de que los hombres procuren dilucidar no el carácter histórico de esas formas, que más bien ya cuenta para ello como algo inmutable, sino su contenido” . ( 1973: 92)

 

La referencia a un “estadio primitivo” realizada por la Economía Política clásica, adquiere la forma de representación teórica y antropológica de la esencia humana y de la naturaleza de la sociedad. La “universal” propensión del hombre a trocar sus bienes y la viabilidad de conseguir (mediante políticas económicas adecuadas) un equilibrio social a través de los mecanismos de “regulación” del mercado, se basaba en aquellas representaciones. Hay en la Economía Política clásica un doble movimiento en la configuración de los modelos y categorías sociales y económicas utilizadas. Por un lado la referencia a un orden natural y a determinadas propensiones humanas se asienta en una visión de “lo primitivo” en analogía con “lo natural”, y por el otro, la voluntad, encarnada en la razón y el conocimiento científico que mostrará la lógica y funcionamiento de dicho orden para que la política económica siga sus pasos. La teoría económica neoclásica, principalmente marginalista, retomará estas elaboraciones, aunque en relación a la construcción y análisis del comportamiento de  “sujetos económicos”.

 

7. La economía subjetivista y la noción de utilidad marginal

 

Para los historiadores del pensamiento económico, hacia las tres últimas décadas del siglo XIX se produce un importante viraje en el desarrollo de la teoría económica. Se plantea, en general para el campo de la teoría económica,  el pasaje de una forma “objetiva” de concebir el análisis de lo económico, tal como lo habían hecho los economistas clásicos (en cuyo horizonte se inscribiría el análisis de Marx), hacia concepciones subjetivas. Es decir, se postula que en los clásicos las preocupaciones pasaban fundamentalmente por el descubrimiento de las leyes que regían el sistema económico, mientras que a partir de ese entonces, el énfasis pasó a estar puesto en el comportamiento de los sujetos o agentes económicos.

 

Los economistas subjetivistas partieron del sujeto económico como unidad de análisis e intentaron formular principios y modelos sobre su comportamiento. En este sentido, se plantearon analizar las reacciones que se producen en dichos agentes económicos (empresarios, trabajadores, consumidores) al enfrentarse a la satisfacción de sus necesidades mediante recursos siempre existentes en cantidad limitada para cumplir aquel objetivo, de allí sus dos categorías principales: la escasez y la elección.

 

La escasez fue concebida como un principio ordenador del comportamiento humano, basada en el presupuesto de que las necesidades del hombre son ilimitadas. La relación entre necesidades ilimitadas y recursos escasos constituyó la premisa clave a partir de la cual podían enunciarse y modelizarse los comportamientos de los sujetos económicos.

 

En los economistas clásicos los sujetos económicos eran analizados en relación a su rol en la producción, la circulación y la distribución en el ingreso, por lo que las categorías económicas intentaban reflejar dichos roles (salario, renta, beneficio). De manera tal que las categorías económicas intentaban dar cuenta del funcionamiento del sistema. Incluso en el caso de Ricardo, su análisis de la relación entre salario renta y beneficio en términos de sus relaciones opuestas, sentaba las bases para el análisis de las tendencias contradictorias propias del sistema.

 

Los economistas clásicos partían también, tal como fue analizado, de una teoría del valor-trabajo que si bien resultaba por momentos poco coherente (Smith) tendía a reflejar los mecanismos de generación de la riqueza en la sociedad capitalista para luego poder dar cuenta de los mecanismos de circulación y distribución de dicha riqueza entre los agentes económicos.

 

Sin embargo, así como en Marx podemos detectar un proyecto de profundización de las categorías de la economía política con el objeto de demostrar que las relaciones opuestas entre ellas esbozadas (por ejemplo en Ricardo) respondían en último análisis al carácter profundamente contradictorio del modo capitalista de producción; en los economistas neoclásicos y fundamentalmente en toda la economía subjetivista, se retomaron las categorías mas funcionales al sistema para enunciar sistemáticamente su cohesión y tendencia hacia el orden social.

 

En los economistas posteriores a los clásicos el análisis de los valores y sus transformaciones en precios dio lugar a su referencia respecto de los precios formados en los mercados. Del análisis de la oferta y la demanda como mecanismos del sistema para regular en el largo plazo los desequilibrios se paso casi exclusivamente a priorizar los mecanismos por los cuales opera la demanda y esta concebida desde modelos del comportamiento individual de los sujetos. Estos cambios, apenas esbozados y en lo que no es nuestro objetivo detenernos profundamente, no pueden ser señalados como una oposición total al sistema teórico clásico, ya que gran parte de los supuestos de los que partieron los economistas subjetivos estaban ya formulados en aquel.

 

Recordemos someramente que A. Smith reflexionaba también sobre la sociedad como sumatoria de sujetos individuales que, de acuerdo con sus producciones y sus consumos, hacían funcionar los mercados. La mano invisible (la capacidad tendencial de regulación de los precios del mercado mediante los mecanismos de la oferta y la demanda) era una deducción hipotética basada en gran parte sobre especulaciones en torno a la “naturaleza” de tos intercambios en la sociedad. En los economistas modernos tales especulaciones dejaron de hacerse y tales presupuestos se convirtieron en “datos”, puntos de partida incuestionables y por lo tanto que no requerían fundamentación alguna. También los análisis de Ricardo en torno a la renta marginal y los rendimientos decrecientes, fueron retomados por los teóricos de la economía subjetiva, aunque despojados de su aplicación a realidades concretas.

 

El análisis marginalista, según veremos, parte del supuesto de que todo bien posee una utilidad decreciente para los sujetos;  a partir de allí construyen sus modelos de comportamiento racional único y supuestamente predecible para todos los agentes económicos. La hegemonía de la economía subjetivista, hacia finales del siglo pasado y que continúa en la actualidad tiene, en palabras de analistas del tema, fundamentos objetivos en las condiciones operantes en la realidad social y en el pensamiento científico (Pesenti;1980).

 

Incluso, nos atrevemos a sostener que existe una relación estrecha entre ambos niveles, pues los cambios en la teoría económica son un producto también de transformaciones en la realidad social. Transformaciones en el campo de las ciencias económicas que en el marco de sus paradigmas son concebidas como “radicales” pero que, en relación a los cambios reales producidos en la sociedad, implican “profundizaciones”. Según Pesenti:

 

“Hoy se reconoce que la dificultad de los posricardianos en resolver las contradicciones del sistema clásico tenia su origen en la oposición a descubrir la plusvalía como corolario de la teoría del valor trabajo (lo que habría significado admitir la explotación propia del sistema capitalista). De aquí nacen todas las acrobacias lógicas, basadas sobre la “formula trinitaria”, como la llama Marx, de Senior, Mac Culloch y del mismo John Stuart Mill, que tienden a explicar y justificar la ganancia y el interés y a determinar el ‘valor’ sobre la base de estas categorías. en los economistas de la época se encuentran afirmaciones explícitas sobre la ‘peligrosidad’ de la teoría del valor-trabajo por las implicaciones sociales que contiene” (op. cit.: 87)

 

Se plantea así que en aquel período el sistema ricardiano deja de ser interesante para las clases dominantes. Se asume ( a nuestro entender en forma demasiado voluntarista) que el sistema ricardiano se tornaba peligroso porque ponía al descubierto las relaciones entre las categorías económicas  al revelar los antagonismos que expresaría la relación renta/ganancias y ganancias/salario.

 

Quizá, y desde nuestra perspectiva, el hegemonismo de la economía subjetiva se deba más a razones instrumentales que a  la peligrosidad de  descubrimientos ricardianos, ya que si bien importantes, semejantes propuestas no cuestionaban la tendencia general al equilibrio en el sistema. Y decimos razones instrumentales por el hecho de que si bien la economía subjetiva es eminentemente abstracta y especulativa, asume como enfoque central el comportamiento de los sujetos económicos, principalmente desde la óptica de un modelo ideal de “empresario”.

 

La economía política y en general, la teoría económica, se erige a partir de entonces en referencia ineludible de la política. La intervención política queda  restringida a generar las condiciones contextuales para que las mismas den lugar al comportamiento “racional” de los agentes económicos . Dicha racionalidad presupone a un individuo con necesidades ilimitadas que operando en un contexto de recursos escasos se comportaría previsiblemente asignando dichos recursos a fines alternativos. Es este modelo de comportamiento racional tomado del empresario capitalista el que se trasplanta al conjunto de los sujetos sociales para ser producidos como sujetos económicos (el trabajador, el consumidor, el empresario, etc.)

 

En la Economía Política clásica, los análisis justificaban la toma de decisiones a nivel del estado para incrementar la riqueza nacional, lo cual generó las polémicas conocidas. En la economía subjetivista en cambio, el modelo a seguir era el del tipo ideal de empresario que se movía en una escala de preferencias tendientes a maximizar sus ganancias o minimizar costos. Trasladado este comportamiento al conjunto de los sujetos sociales (consumidores, trabajadores, etc.) . De esta manera, la riqueza nacional no sería más que el resultado de la suma de riquezas individuales existentes en una sociedad en un momento determinado y por lo tanto el comportamiento adecuado a la producción y enriquecimiento social aquel orientado por la supuesta racionalidad empresaria. Más adelante retomaremos esta cuestión y sus implicancias para el análisis en la Antropología Económica; por el momento nos detendremos someramente y a modo ejemplificador en algunos conceptos y modelos dei comportamiento de los agentes económicos desarrollados por la economía subjetiva.

 

8. La noción de utilidad marginal ( [38])

 

Tal vez el concepto más representativo de esta corriente del pensamiento económico sea el de utilidad marginal. Los presupuestos lógicos de los marginalistas son bastante simples. Se parte de la premisa de que el hombre (siempre genérico) tiene diferentes necesidades, las cuales, en términos generales, son ilimitadas, pero siendo que los bienes se le presentan en forma escasa los individuos en particular deben optar. de allí que la demanda de bienes puede ser jerarquizada en una escala de preferencias. Necesidad sería, en este caso, cualquier sensación penosa susceptible de ser eliminada por un bien que siempre se encontrará en forma escasa (ya que, como se dijo, las necesidades son en general ilimitadas), excepción hecha de elementos como el aire, por ejemplo, que se encuentra en forma ilimitada y simplemente se usa, no tiene un precio, no es objeto de cálculo económico, no es un bien económico.

 

De la relación entre dichas premisas surge una primera definición subjetiva: son bienes económicos aquellos que satisfacen una necesidad y cuya cantidad es limitada en relación a tal necesidad. A su vez, la utilidad de un bien, o sea su capacidad de satisfacer una necesidad, depende también de la cantidad disponible del mismo. Pero paralelamente a su escasez, la utilidad de un bien es también decreciente respecto al grado de satisfacción de la necesidad por la que fue requerido. De lo anterior se deduce un concepto de utilidad: la utilidad de un bien no responde a su genérica capacidad de satisfacer una necesidad. En tal caso un diamante debería ser menos útil que, por ejemplo, el carbón que en términos generales satisface un número creciente de necesidades (cocción, calefacción, etc.).  Al contrario, para la economía subjetiva la utilidad económica de un bien concreto deriva de la cantidad disponible del bien (escasez) y las necesidades que en realidad se subsumen en una escala de valores o preferencias de los individuos en las que se inscribe dicho bien.

 

Pero para llegar al cálculo de la utilidad económica, o cálculo marginal es necesario detenerse un poco más en la noción de utilidad decreciente. Consideremos inicialmente y en forma teórica la relación entre la satisfacción de una necesidad concreta y un bien único capaz de satisfacerla. Así, podemos suponer teóricamente que dicho bien es susceptible de ser dividido en tantas unidades como sea necesario y que la primera cantidad satisfacerá el primer grado de necesidad, el cual puede ser  considerado mas alto que el que satisface la segunda cantidad y este mas alto que la tercera, y así sucesivamente hasta satisfacer plenamente dicha necesidad. El ejemplo mas típico que se encuentra en lo manuales de economía para dar cuenta de esta relación es el del hambre y los alimentos en donde semejante situación tomada a nivel del individuo aparecería mas clara.

 

La noción de utilidad decreciente puede graficarse, como se lo hace generalmente mediante una curva decreciente que une los puntos de contacto entre los grados de satisfacción de una necesidad y la cantidad del bien:

 

Gráfico  3

Curva decreciente de la utilidad marginal de un bien

 

 

 

Donde UMD = Utilidad Marginal Decreciente

 

 

 

Dos conceptos se derivan de lo anterior. Utilidad total, que sería la suma de las utilidades de cada dosis y utilidad marginal, que sería la utilidad de la última dosis disponible de un bien. La utilidad marginal de un bien será mas elevada mientras menor sea la cantidad disponible del mismo respecto a la necesidad que se intenta satisfacer. A partir de esta definiciones mínimas resultaría posible deducir las decisiones de un individuo en la satisfacción de sus necesidades. Supongamos que nuestro sujeto económico debe optar para satisfacerlas entre cuatro usos de un mismo bien. Por ejemplo para una bolsa de granos de trigo los usos alternativos podrían ser los siguientes: hacer pan para alimentarse, sembrarlos para una nueva cosecha, venderlos para obtener dinero, o regalarlo para devolver una atención con utilidades marginales diferentes para cada uso (que clasificamos en A, B, C y D), según se desprende de las respectivas curvas:

 

 

USO A                USO B                  USO C                   USO D

 

 

 

 

 

 

 

 

Inmediatamente observamos que la Utilidad marginal de “B” es 2 unidades menor que la de “A”, la de “C” dos unidades menor que la de “B” y la de “D” dos unidades menor que la de “C” (obviamente estas cifras son convencionales habiéndose mantenido estas proporciones a los fines didácticos). Supongamos además que el conjunto de necesidades de nuestro individuo puede ser resumida en esos cuatro usos alternativos y que dicho bien puede ser dividido en diez unidades a los efectos de cualquiera de esos usos alternativos. Entonces podríamos construir la siguiente tabla (denominada Tabla de Menger).

 

 A

B

C

D

10

 9

 8

7

6

5

4

3

2

1

 

 

-

-

8

7

6

5

4

3

2

1

-

-

-

-

6

5

4

3

2

1

-

-

-

-

-

-

4

3

2

1

 

De acuerdo con lo anterior podemos considerar que el individuo en cuestión va a ir optando entre los usos alternativos de su bolsa de trigo de la siguiente manera. La primera unidad la utilizará en la alternativa “A” pues tiene la utilidad mas elevada, con la segunda unidad hará lo mismo ya que la utilidad decreciente de la primera alternativa es aún mayor que la de la alternativa “B”, con la tercera unidad hará lo mismo. Al llegar a la unidad quinta ya no será racional la elección de la alternativa A pues la alternativa “B” tiene una utilidad mayor, y así sucesivamente hasta llegar a la última unidad que será aplicada a la alternativa “D” Calculando las distintas asignaciones que ha realizado en el conjunto de alternativas de uso del bien en cuestión tenemos que se utilizaron tres unidades en la alternativa “A”, tres unidades en la alternativa “B” tres unidades en la alternativa “C” y una unidad en la alternativa “D”. Únicas asignaciones posibles en el marco de la teoría de la utilidad marginal. ([39])

 

Hemos observado cómo, a partir de las premisas de la teoría de la utilidad marginal y, aún sin inmiscuirnos con los precios,  se ponderan las opciones de elección entre usos alternativos de un bien determinado. Trasladado el esquema básico a una teoría del consumidor, las opciones o alternativas de elección están dadas (a) por los precios de los productos (que vienen dados por el mercado) y (b) las restricciones del ingreso. De acuerdo con esto, el objetivo de un consumidor racional será maximizar la utilidad total o satisfacción que obtiene al emplear su ingreso. Se dice que este objetivo se alcanza cuando gasta su dinero en forma tal que la satisfacción del último peso gastado (la utilidad marginal de su ingreso) por los diversos artículos es la misma. Veamos esto también con otro ejemplo.

 

Supongamos ahora que un individuo (consumidor) tiene un ingreso determinado de $ 10 y, como únicas opciones para gastar totalmente dicho ingreso, tiene dos artículos: “X”, “Y”. A su vez los precios de cada uno de esos artículos es X= $2, Y= $1.

 

Supongamos además que las utilidades marginales de X, Y son las que figuran en la siguiente tabla:

 

Q

UM(x)

UM(y)

1

14

10

2

12

9

3

10

8

4

8

7

5

6

6

6

4

5

7

2

4

8

1

3

9

0

2

 

Donde:

Q= cantidad de “dosis” del  bien ( para X o Y)

UM (x) = Utilidad Marginal de X . UM(y)= Utilidad Marginal de Y.

 

Partiendo del supuesto que este consumidor va a comportarse intentando maximizar la utilidad de cada peso que gaste, realizará las siguientes elecciones:

 

a) Con los primeros dos pesos adquirirá dos unidades de Y ya que su utilidad marginal es 19. Si decidiera comprar una unidad de X (X=$2), su utilidad sería sólo 14.

b) Con los siguientes dos pesos adquirirá también dos unidades de Y, obteniendo así una utilidad de 15, valor que aún continúa siendo superior a la utilidad marginal de la primera unidad de X (UM de la primera unidad de X=14).

c) Con los dos pesos siguientes compraría la primera unidad de X ya que UM (x) cuyo valor es 14 resulta superior a la utilidad marginal de las siguientes dos unidades de Y cuyo valor es 11 (6+5).

d) Con los  dos pesos siguientes  adquiriría otra unidad de X ya que la UM (x) en este caso es 12, la cual es mayor a 11 que continúa siendo la utilidad marginal de la 5ta. y 6ta. unidades de Y.

c) Con los últimos dos pesos se decidiría a adquirir  dos unidades mas  de Y ya que la UM de dichas unidades es 11 y por lo tanto superior a la utilidad marginal de la tercera unidad de X cuyo valor es 10.

 

Así, las opciones de compra este virtual consumidor de acuerdo con el presupuesto de $10 y considerando las preferencias por cada artículo medidas en término de las utilidades marginales, siempre decrecientes, de los mismos se resumen la adquisición de 2 artículos  X y 6 Y.

 

Tendríamos también que la utilidad total (UT) que recibe será igual a la suma de las utilidades marginales de los primeros dos artículos X y de los primeros 6 artículos Y . Por lo que UT=71 utilidades, lo cual representa la máxima utilidad posible en la asignación de su ingreso o presupuesto.

 

Una forma de determinar si este proceso es el correcto, según esta aproximación, sería comprobar si satisface dos requisitos teóricos de lo que se denomina “el equilibrio del consumidor”:

 

1)  Que la suma del precio de los artículos X, Y adquiridos sea igual a su ingreso, es decir:

 


      P(x). Q(x) + P(y) Q(y) = M (Ingreso)

 

 

 O sea

 

      (2) (2)+ (1) (6) = 10;                            

 

 

2) Que la diferencia entre la utilidad marginal de X y el precio de X sea igual a la diferencia entre la utilidad marginal de Y y el precio de Y, es decir:

 


     UMx/Px = UMy/Py

 

 

Este razonamiento de comparación entre las utilidades marginales de los bienes y recursos es utilizado para explicar el comportamiento de todos los agentes económicos considerados en forma individual incluyendo las decisiones del empresario para evaluar las distintas combinaciones de factores que resulten en la máxima utilidad posible, de acuerdo al “equilibrio del productor”. También se deriva de las premisas y postulados anteriores una teoría del intercambio y del equilibrio económico y, en general, todos los modelos de la teoría económica subjetivista. Así, para un empresario dedicado a la producción, su función de producción quedará definida como la cantidad máxima del articulo que se puede producir en una unidad de tiempo de acuerdo a una serie de insumos alternativos, utilizando para ello las mejores técnicas de producción disponibles, es decir la mejor combinación de las mismas. Las elecciones del productor podrán entonces estar expresadas de la siguiente manera: primero, dada una cantidad determinada de factores productivos, por ejemplo, capital constante fijo (maquinarias), capital circulante (materias primas) y mano de obra, la pregunta del productor será: ¿cuál es la combinación de esos factores que me permite obtener la máxima cantidad de producción? y segundo, dada una cantidad del producto que deseo obtener: ¿cuál es la combinación técnica de los factores que me permita obtener dicha cantidad al menor costo? El razonamiento del empresario será similar al que analizamos respecto del consumidor; intentará llegar al “equilibrio del productor” teniendo en cuenta los rendimientos decrecientes de los factores y también lo que se denomina el “costo marginal” que sería el costo de incrementar en una unidad la cantidad producida de un producto.

 

En función de estos datos nuestro productor realizará las elecciones pertinentes. Pero, como no es nuestro objetivo detenernos pormenorizadamente en más ejemplos de este tipo, remitimos al lector a los manuales de teoría económica más difundidos. ( [40]) 

 

Es interesante, no obstante, señalar algunas cuestiones más en torno a los análisis y modelos de la economía subjetiva, por ejemplo, la forma de deducir de los comportamientos individuales las situaciones a nivel de la economía en general. Así, derivada de las premisas y conceptos de utilidad marginal, la demanda individual será la cantidad de mercancías que el sujeto, en tanto consumidor, esta dispuesto a adquirir a un determinado precio, dado por un mercado en un momento determinado.

 

Se supone entonces la factibilidad teórica de construir las curvas individuales de demanda que, sumadas, nos darían la demanda colectiva. Semejante construcción es obviamente un supuesto ya que este paso de un nivel que pretende dar cuenta de los comportamientos individuales a otro que pretende dar cuenta de los comportamientos colectivos de los sujetos es una inferencian hipotético-deductiva.

 

De esta manera el análisis macroeconómico pretende sustentarse sobre los mismos supuestos del comportamiento individual. Este razonamiento no es meramente una hipótesis que intenta ser demostrada mediante procedimientos metodológicos definidos, sino un dato, un punto de partida de los modelos. Es evidente que si se parte de la relación de equilibrio entre un sujeto consumidor y un conjunto limitado de mercancías especificas (y además si todo lo demás queda igual, es decir caeteris paribus) al  hacer variar el precio de una mercancía, puede resultar lógica la deducción de que el comportamiento de la demanda también variará. Pero, si, como ya lo habíamos observado en las propias premisas, las variaciones en el precio de una mercancía vienen “dadas” por el mercado, la variable fundamental que determina el comportamiento de los agentes económicos, es decir el precio, queda sin explicar, recurriéndose meramente a un principio tautológico. En este sentido, podemos recurrir a la crítica que realiza M. Dobb a esta economía subjetiva:

 

“Si dos personas están igualmente colocadas continuarán, por hipótesis, realizando el acto de intercambio, una con la otra, hasta que deje de convenirles seguir adelante con la transacción; se desprende, por lo tanto, que su provecho común será menor si lleva sus transacciones mas allá o si las suspenden mas acá de dicho punto. Si, por otro lado, las dos partes están en una situación desigual, no hay para que decir que el resultado de un libre intercambio entre ellas no representará un provecho menor que si hubieran estado situadas menos desigualmente, ni para que afirmar que el “laissez-faire” no haría mas que perpetuar este desventajoso orden de cosas. Además, el profesor J.B. Clark puede asegurarnos que es capaz de demostrar plenamente (por la teoría de la productividad marginal) que existe una ”ley natural ”que hace que la libre competencia tienda a dar al trabajo lo que el  trabajo crea, al capital lo que el capital crea, y a los ’entrepreneurs’ lo que la función coordinadora crea, pero persiste el hecho de si la sociedad no fuera una sociedad de clases, en donde el ’trabajo’ lo suministra una clase proletaria que no posee tierra ni capital, ’la creación’ que se atribuye al trabajo y la ’creación’ que se atribuye al capital serían considerablemente distintas de lo que son. En este punto particularmente, la demostración de una ’armonía económica’ es solo un juego de palabras” (1975:72)

 

Partir del presupuesto de la posición de igualdad de los agentes económicos frente a los mercados es una arbitrariedad frente a la realidad del modo de producción capitalista. Ello sólo es posible mediante la abstracción del sujeto social en tanto individuo que opera en razón de sus preferencias para lograr satisfacer necesidades que se conciben ilimitadas en función de una construcción ideológica: la  que se expresa en la pretensión de que los distintos agentes económicos, al comportarse racionalmente, es decir buscando sus situaciones de equilibrio parciales, construirán una sociedad en equilibrio general. Esta construcción ideológica, realizada sobre la negación de la estructura de clases de la sociedad capitalista profundiza en términos de supuestos lo que los propios economistas clásicos construyeron bajo la noción  de la existencia de “leyes naturales” intrínsecas al comportamiento humano en tanto “homo economicus” y, si bien los economistas subjetivistas construyeron una teoría económica pretendidamente muy distinta a la de los economistas clásicos, llevaron hasta las últimas consecuencias algunas proposiciones de los clásicos que Marx ironizó como “robinsonadas” (de Robinson Crusoe).

 

La expresión máxima de estas robinsonadas es la deducción de los hechos sociales generales desde suposiciones en torno a los comportamientos individuales, tal como lo hemos observado en e! análisis de la demanda. Sin embargo, se ha afirmado en distintas oportunidades, que las formulaciones de la economía subjetiva han permitido un análisis más preciso sobre la demanda y las variaciones cuantitativas sobre los precios de mercado ya existentes, aunque como lo señala A. Pesenti:

 

“Estos análisis tienen escaso valor. Ya los clásicos destacaron que las variaciones globales de la oferta y la demanda ejercían influencia sobre los precios, determinando variaciones positivas y negativas en torno al valor, ya que existía una continua tendencia al aumento de la oferta provocada por las mismas características de la sociedad capitalista, que empujaba al productor capitalista a desplazar a los concurrentes, esto es, conquistar el mercado” (Op. cit. :97)

 

La problemática en torno a las variaciones en la demanda, que constituyó la preocupación fundamental de toda la teoría económica neoclásica y en particular por parte de sus expresiones mas subjetivistas, plantea ante todo cuestiones referidas al sistema económico en su conjunto. Es posible pensar  que alteraciones grandes en la producción general de una mercancía en particular como, por ejemplo, portalápices, no afecta de un modo apreciable la demanda de los “factores” de producción (tierra, trabajo y capital) y que, por lo tanto, no altera el precio de ellos. Supuesto que será válido si, como es este el caso, la mercancía en cuestión, por un lado, ocupa un lugar muy pequeño en el presupuesto de un consumidor y además es altamente substituible; y por el otro, ocupa solo una parte muy pequeña de los factores de producción de toda la comunidad. En cambio, cuando se tiene en cuenta una mercancía como por ejemplo la carne o el trigo, que ocupan un lugar importante tanto en el gasto medio de los individuos como en el empleo de alguno de los factores de producción, el sencillo supuesto del marginalismo que sólo entiende de equilibrios parciales (por productos y por agentes económicos) pierde sentido.

 

Para los clásicos, el objeto de la Economía Política fue la investigación sobre los procesos económicos generales en el campo de la producción, la distribución y la circulación. El análisis de la oferta y la demanda tendía mas a  ser un punto de llegada y no, como en los economistas neoclásicos, un punto de partida. Por ello también, a pesar de sus profundas diferencias y consecuencias para el análisis social, radican allí sus correspondencias. No por casualidad los subjetivistas hacen referencia a los autores clásicos para erigirse como sus “continuadores”.

 

Es así que, autores de esta corriente como:

 

“Wickstedd (en Inglaterra) dedica muchas páginas a enunciar su tesis de que la teoría ricardiana de la renta era solamente un caso especial de la mas amplia teoría de la productividad marginal, y de que lo que puede decirse respecto a la tierra se puede decir igualmente, con los mismos supuestos, respecto a cualquiera de los demás factores de producción” (M. Dobb, op. cit.:65)

 

Lo cual, si bien puede decirse que es una falacia respecto a la especificidad social de la categoría renta del suelo tal como la analiza Ricardo no lo es respecto a que aquel y los  economistas clásicos en general también reflexionaron en torno a “factores de producción” y la “participación” de los mismos en la producción de la riqueza social. Retomando la problemática en torno a la demanda y en contraposición con las premisas de las que parte de la economía subjetiva, podemos sostener, en acuerdo con A. Pesenti, que:

 

“La demanda total depende tanto de la producción global total que determina la demanda de los capitalistas, como del modo en que el ingreso social se distribuye entre las clases sociales que intervienen en la producción; es decir, en términos monetarios, de la distribución de los ingresos” (op.cit: 99)

 

Tanto las variaciones de los precios de las mercancías, resultado de las variaciones en la oferta y la demanda como la distribución del ingreso son, para nosotros, la expresión en términos de precios de los procesos y relaciones de producción sociales. Siguiendo al autor citado, podemos decir que en la economía capitalista la separación entre productores y consumidores entre oferta y demanda es en parte la expresión en términos de categorías económicas de la división en clases de la sociedad y esta división en clases sociales es la que reproduce permanentemente el proceso de producción capitalista, expresándose también allí la forma que adquiere la distribución del ingreso.

 

Hemos realizado aquí una brevísima síntesis de los planteamientos de fa economía subjetiva postclásica con el objetivo de mostrar los presupuestos más significativos desde los cuales sus autores han construido los modelos que tienden a utilizarse en los ámbitos académicos. También se hace referencia a ellos para la elaboración de políticas tendientes a “controlar” (o, como se propone en la actualidad, a disminuir en lo posible sus efectos) las variables “exógenas” con el objeto de que los modelos funcionen (fundamentalmente disminución de las regulaciones estatales sobre precios y otras variables, limites a la acción gremial para permitir la “libre” movilidad de la mano de obra, etcétera.). También hemos intentado un esbozo de critica de dichos postulados que nos permitirán comprender algunas de las limitaciones del empleo de las categorías de la economía subjetiva en Antropología Económica. Al respecto y en tanto el tema es central para la comprensión de las problemáticas que se abordan más adelante, nos detendremos por un momento y nuevamente en la cuestión de la construcción de las preferencias del consumidor. Notamos anteriormente que el juicio sobre la utilidad de una mercancía presupone un conocimiento del sistema de precios. También hicimos referencia al significado tautológico de considerar que la demanda de un articulo pueda se considerado como resultado de las denominadas utilidades marginales individuales de ese artículo y que el precio, dato fundamental para la toma de decisión, se lo considere como dado.

 

El precio sería, entonces, la referencia del sujeto económico; sin embargo muchas discusiones se han generado en Antropología Económica en torno la eficacia científica de trasladar los conceptos y categorías de la economía subjetiva a las llamadas “sociedades primitivas”, es decir sin mercados formadores de precios. Para tener una referencia sobre esta  cuestión, hemos realizado al comienzo un análisis de las opciones de un individuo en relación no a los precios sino a los usos de un bien, observando que el análisis del comportamiento del sujeto económico si se parte de los supuestos subjetivistas no pasa necesariamente por el reconocimiento de la existencia de un sistema de precios.

 

Este planteo resulta del hecho de que la noción de utilidad esta referida a la satisfacción de necesidades guiadas ante todo por “preferencias” y, si bien estas preferencias tienen un referente en el precio, es posible construir otros indicadores de preferencia. Hacemos esta salvedad ya que, tal como lo analizaremos más adelante, la validez o no de la teoría económica subjetiva en Antropología no gira en torno a la existencia o no de precios sino al hecho de que, por un lado, el precio no es meramente un indicador para las decisiones  del sujeto económico sino un producto de los procesos sociales ligados a la oferta y la demanda en la sociedad capitalista; al mismo tiempo, dichos procesos sociales tienen su anclaje  en el hecho concreto, por ejemplo, de que la oferta de mercancías de un productor capitalista y la oferta de fuerza de trabajo de los trabajadores,  responden a fenómenos de estratificación social, al lugar que dichos sujetos sociales ocupan en la sociedad y que por lo tanto si bien pueden ser agregados cuantitativamente (mediante los precios), representan una distinción cualitativa. Distinción que radica en el hecho fundamental de que el propietario de los medios de producción (capitalista) tiene a su vez la propiedad (por capacidad) de decidir sobre el valor de uso de la fuerza de trabajo de quien es considerado el “propietario” de la misma: el trabajador. Por lo tanto este trabajador no “interviene” en la producción  sino a costa de relegar su capacidad decisoria sobre la mercancía convirtiéndose, entonces, bajo el comando del capital, en una mercancía mas quedándole para sí aquella única capacidad que le asigna este: la de reproducirse como fuerza de trabajo .

 

Pensemos por el momento también en el hecho de que un trabajador y un capitalista tienen posibilidades de elección en su consumo muy distintas en relación con su ingreso; ejemplo claro de ello sería el hecho de que la parte del ingreso correspondientes a alimentos será muy alta en el primero y muy baja en el segundo por lo que la gama de elecciones variará substancialmente, a pesar de que teóricamente, ambos tendrían la posibilidad de “economizar”. Por el lado de la oferta tenemos también que la gama de posibilidades de ofrecer mercancías que tiene un capitalista difiere profundamente de las posibilidades que tiene un trabajador de ofrecer su fuerza de trabajo (cuando lo encuentre) a pesar de que teóricamente ambos pueden realizar opciones para alcanzar el mejor empleo técnico de sus recursos.

 

Semejantes cuestiones quedan “fuera” del análisis económico subjetivista, cuya limitación no consiste solamente en analizar los comportamientos en términos de precios sino, fundamentalmente, en pretender que la “sociedad” o “la economía” son el resultado cuantitativo de la suma de decisiones individuales de los agentes económicos cuando, en la práctica, el sistema económico esta compuesto por un grupo de agentes económicos que toman decisiones (capitalistas) y de otros que, si algunas opciones decisionales tienen, las mismas deben encuadrarse en el campo de posibilidades y limites que configura el resultado de las decisiones de aquellos.

 

Mas allá de los precios son estos los parámetros de las “elecciones” de los sujetos económicos, en todo caso los precios también son un producto de las complejas relaciones entre los sujetos económicos.

 

 

9. ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y ECONOMÍA DEL SUJETO. Confluencias y divergencias.

 

Hasta el momento hemos hecho una revisión sintética de los planteos clásicos en economía política y en la teoría económica subjetivista con el objetivo de indagar sobre las concepciones del hombre y la sociedad que explícitamente surgen de los conceptos y categorías que utilizaron sus exponentes principales. En este apartado nos detendremos en el análisis de la forma en que la Antropología Social ha indagado, o bien, ha intentado “capturar” a las categorías y conceptos de la ciencia económica para construir una especialidad como la Antropología Económica.

 

La Antropología Económica es, en ese sentido, una especialidad de reciente data. Cuando decimos esto no pretendemos desconocer que ya en los antropólogos clásicos existía una preocupación por el estudio de las “prácticas” y “costumbres” del intercambio, el trabajo, la distribución, el consumo, etc. en las sociedades “ágrafas”. Pero tales preocupaciones parecían no ir mas allá de producir intentos de clasificación de datos etnográficos dispersos bajo aquellos “rubros” que se suponían “económicos” y ello con el objetivo, típico de la antropología evolucionista, de hipostasiar “estadios” de la evolución de la sociedad.

 

Así, Karl Buecher (1890) planteaba que, al menos en los pueblos de occidente, existieron tres estadios en la evolución económica. Un estadio de la economía doméstica, donde la producción personal se realiza en forma aislada, la economía no conoce el intercambio y los bienes son consumidos allí donde se producen; otro estadio de la economía urbana, donde la producción es para unos clientes mediante intercambio directo, los bienes pasan inmediatamente del productor al consumidor; y finalmente, el estadio de la economía nacional donde encontramos que la producción de mercancías y los bienes pasan generalmente por una serie de economías antes de entrar en el consumo (op. cit. : 85).

 

Esquemas evolutivos como el precedente constituyeron el andamiaje metodológico característico de las investigaciones clásicas en Antropología. De esta manera las prácticas más diversas y heterogéneas, recolectadas de diarios de viaje, comentarios y textos de viajeros y misioneros hacia territorios “exóticos” fueron ordenadas y clasificadas para intentar dar cuenta del continuo progreso social en la que se habría visto envuelta la humanidad a lo largo de su existencia. Idea de progreso que permeaba toda reflexión e investigación sobre las “otras culturas” ya que se indagaba sobre éstas desde la vivencia y creencia de que el nuevo orden que parecían imponer las relaciones capitalistas de producción a escala mundial era el resultado de un proceso “natural” de evolución social.

 

Así, las instituciones del occidente moderno e industrialista lejos de ser, al menos, estudiadas en su funcionalidad respecto al nuevo orden burgués imperante, fueron tomadas como un mero dato de la realidad y sobre el que había que rastrear sus “orígenes”. A tales reflexiones fueron sometidas instituciones como el estado, la propiedad, la religión  y, como hemos observado, también la economía.

 

Se intentaba demostrar que tales instituciones habían evolucionado de lo simple a lo complejo y que en general, todos los pueblos y culturas habrían pasado casi necesariamente por estadios cada vez mas desarrollados hasta arribar al orden social contemporáneo. La antropología clásica, al igual que la economía política clásica, se desarrolló como la producción de un conocimiento que intentaba erigirse en gran medida como un modelo racionalizador y a la vez justificador del nuevo orden en expansión. Cuestión que no fue ajena al pensamiento crítico de Marx, quien certeramente llegó a opinar sobre algunos de los antropólogos de la época de esta manera:

 

“leyendo las historias de las comunidades primitivas escritas por burgueses hay que andarse con cuidado porque no retroceden ante nada, ni siquiera ante la falsificación. Sir Henry Maine, por ejemplo. que fue un colaborador ardiente del gobierno inglés en su obra de destrucción violenta de las comunidades hindúes. nos cuenta con hipocresía que todos los nobles esfuerzos por parte del gobierno para apoyar aquellas comunas fracasaron ante la fuerza espontánea de la. leyes económicas” (1979:34)

 

Para aquellos etnólogos clásicos, la fuerza espontánea de las leyes económicas no era otra cosa que aquella contenida en los estudios de los economistas de la época. Es de hacer notar nuevamente que en los economistas clásicos la búsqueda de validación científica de sus modelos, ligados fundamentalmente a las problemáticas de la circulación, el intercambio y la distribución, pasaba en buena medida por determinadas referencias y analogías a un “orden natural” el cual de ninguna manera podía ser demostrado empíricamente en tanto las nuevas relaciones sociales imperantes no solo desestructuraban al régimen antiguo sino que inauguraban también nuevas relaciones de dominación y explotación. Según hemos visto, aquella búsqueda se sustentaba también a partir de reflexiones en torno a una supuesta “naturaleza de los intercambios en los pueblos primitivos”.

 

En los antropólogos clásicos la pretensión era semejante aunque el recorrido parece haber sido el inverso: validar, esta vez desde su lugar de  “conocimiento” de los pueblos primitivos, la necesariedad histórica de la sociedad moderna. Cuando la Antropología abandona como preocupación principal el estudio de los “orígenes” y la reconstrucción de los estadios de la evolución, lo hace tras argumentos metodológicos. El principal de todos ellos se sostiene en el hecho, constatable, del escaso y poco fiable material etnográfico con que contaban aquellos autores clásicos. Fue por ello que la Antropología social inglesa posterior, representada principal mente por B. Malinowski y Radcliffe-Brown, calificarían al evolucionismo de “antropología conjetural”. Respecto al planteo de K. Buecher la critica de Malinowski se orientaba en un sentido similar:

 

“Un estudioso de la economía, equipado de una teoría sistemática, podría muy lógicamente sentir la tentación de investigar si es posible y hasta que punto, aplicar sus conclusiones a un tipo de sociedad totalmente diferente a la nuestra. No obstante, trataría en vano de encontrar respuesta a la pregunta sobre fa base de los dalos etnográficos existentes, o si formula una respuesta, no podría ser correcta”. (1920:87)

 

Fue así que, desde el conocimiento directo de los aborígenes de las islas Trobriand, a partir de su trabajo de campo discutiría:

 

“La asunción de Buecher de que la única alternativa (se refería a la población de las Trobriand) es una fase pre-económica donde el individuo o una sola unidad doméstica satisface sus necesidades primarias lo mejor que puede, sin ningún otro mecanismo elaborado que el de la división del trabajo según el sexo y, de vez en cuando, cierto regateo. En vez de ello nos encontramos con un estado de cosas donde la producción, el cambio y el consumo están organizados socialmente y regulados por la costumbre y donde un sistema especial de valores económicos tradicionales gobiernan sus actividades y les estimula a esforzarse. Este estado de cosas... podría llamarse economía tribal”.  (1920:100)

 

El argumento metodológico de la antropología británica del periodo de entreguerras, se sustentaba en la critica al carácter especulativo de las construcciones evolucionistas clásicas. Fue por ello que el programa de Malinowski se centró en los estudios empíricos de las “sociedades tribales” inaugurando las técnicas etnográficas de la observación participante, es decir, la observación en el terreno de las prácticas y costumbres de dichas sociedades, intentando no solo registrar sistemáticamente las observaciones realizadas sino también intentar captar el sentido de dichas prácticas y costumbres. Dicho sentido solo sería aprehensible al etnógrafo si este lograba insertarse en la cotidianeidad de la vida tribal y desde allí si se esforzaba en comprender los nexos internos entre las distintas prácticas, que en primera instancia aparecían ante sus ojos desprovistas de significado.

 

La antropología clásica había trabajado hasta ese momento en dos sentidos: por un lado, se clasificaban los materiales etnográficos provenientes de distintas comunidades tribales contemporáneas con el objeto de clasificarlos mediante técnicas comparativas en estadios evolutivos y por el otro, explicaba la existencia de prácticas y costumbres tradicionales en la actualidad mediante la noción de “supervivencias”, es decir que determinados comportamientos “exóticos” (siempre a los ojos del observador) era adjudicado al mantenimiento o persistencia de prácticas y/o concepciones del mundo de estadios anteriores.  ( [41])

 

Si bien esta antropología basaba sus planteos en información poco fidedigna, hacía gala de una erudición y capacidad interpretativa verdaderamente elogiable, pero, al mismo tiempo, poco eficaz para la administración y el planeamiento de las colonias. No es casual, entonces, que las criticas más importantes a esta forma del quehacer antropológico hayan provenido de los antropólogos que se desempeñaron profesionalmente, en relación estrecha con los planes de la administración de las colonias inglesas.

 

Cuando Malinowski intenta captar ’el punto de vista del indígena”, lo hace desde la búsqueda persistente de las “funciones” de cada práctica y costumbre con el objeto no ya de remitirlas a un pasado sino de hacerlas inteligibles en tanto elementos de una totalidad social actual. De encontrarnos frente a un comportamiento que se nos presenta en lo inmediato desprovisto de sentido, diría Malinowski, la tarea del investigador no debe  desligarse del problema de su explicación científica, calificándolo de relicto o supervivencia de antiguas costumbres (función de estadios anteriores) sino persistir en la indagación de su función actual, por ello y apuntando hacia un principio de antropología económica plantearía que:

 

“EI análisis de las concepciones propias de los indígenas sobre el valor, la propiedad, equivalencia, honor y moralidad comercial, abre un nuevo horizonte a la investigación económica, indispensable para una comprensión más profunda de las comunidades indígenas. Los elementos económicos entran en la  vida tribal en todos sus aspectos social, de costumbres, legal y mágico-religioso- y a su vez están controlados por estos. No incumbe al observador de campo encontrar respuesta o reflexionar sobre el problema metafísico de cuál es la causa y el efecto, el aspecto económico o los otros. Es, no obstante, deber suyo, estudiar su articulación y correlación” (1920 :100)

 

Frente a ciertas aproximaciones especulativas del evolucionismo, esta propuesta resultaba de cierto interés desde el punto de vista metodólogico. Comparada con las atrevidas generalizaciones evolucionistas la búsqueda de correlaciones funcionales entre cada aspecto de la vida tribal introdujo criterios de prevención y control que hicieron avanzar a la Antropología como ciencia social, sobre todo al establecer límites al comparativismo acrítico típico de la antropología clásica y a los intentos metodológicamente imperialistas de trasladar categorías económicas “occidentales” al análisis de las prácticas tribales. Un ejemplo de su intención crítica aparece, por ejemplo, en relación al concepto y práctica del uso del dinero :

 

“Cuando se leen referencias etnológicas sobre el ”dinero” de los indígenas -como por ejemplo, sobre las conchas diwarra de Nueva Bretaña o las grandes piedras  de las Carolinas- las afirmaciones me parecen singularmente poco convincentes. A no ser que se muestre que el mecanismo entre los indígenas de aquellas partes requiere, o incluso permite, la existencia de un articulo que se usa como medida de valor común o como expediente en el intercambio, todos los datos que se den sobre un artículo, por mucho que se presten a fáciles comparaciones con dinero deben de considerarse sin ningún valor. Naturalmente, cuando una comunidad salvaje entra en relaciones comerciales con una cultura superior [sic.] el dinero puede, e incluso debe existir. Algunas de las formas de lo que se denomina ‘dinero’ en los Mares del Sur, tal vez ha adquirido recientemente este carácter bajo la influencia europea, y la diwarra es quizás un ejemplo de esto”. (Op.cit. :99)

 

Tal como es posible inferir de la cita anterior, los recaudos metodológicos propuestos por el máximo referente de la antropología británica contemporánea significaron en cierto sentido una crítica a la traslación mecánica de algunas categorías (por ejemplo, “dinero”), pero en otro sentido inauguraron nuevos límites al conocimiento antropológico. Desde nuestro punto de vista, la cuestión del traslado de  categorías no es meramente un fenómeno de carácter epistemológico sino también y, fundamentalmente, una cuestión social. El propio Malinowski lo deja entrever al plantear que el dinero, en determinadas circunstancias, aparece en la vida tribal asociado a las influencias del comercio europeo en esas sociedades. No obstante, interesado fundamentalmente en la especificidad de las prácticas y concepciones indígenas en torno al valor, el trabajo, el comercio, etc.; Malinowski, y con él la mayor parte de la antropología británica de la época, no se dedicará al análisis de las profundas y específicas transformaciones a las que estaban siendo sometidas por los procesos de colonización las sociedades “tribales” que estudiaba.

 

En realidad, puede decirse que mediante argumentos que sostenían diferencias de orden metodológico y que separaban al programa funcionalista de las aproximaciones clásicas anteriores, se obliteraban ciertas preocupaciones comunes en torno al tipo de conocimiento del que debía dar cuenta la antropología.

 

El objeto de investigación continuaba siendo el descubrimiento de las leyes que regulan la naturaleza de las instituciones “primitivas” y entre ellas aquellas que se consideraban pertenecientes al campo de lo económico comenzaban a tener un espacio de consideración. El mayor rigor metodológico que se imponía el programa funcionalista perdía eficacia crítica al quedar encerrado en la reproducción de aquel paradigma clásico, pero contenía a su vez una propuesta cuya eficiencia se asentaba en la funcionalidad de su empirismo respecto a los requerimientos de la administración colonial.

 

Fue así que la práctica antropológica funcionalista fue inmediatamente asumida y apoyada por el gobierno británico que incorporó a una parte significativa de sus profesionales a la gestión y administración de las mismas, sea en la forma de asesores o directamente como funcionarios (cfr. J. Llobera 1975; D. Kaplan y R. Manners, 1975). También es importante señalar que si, para los antropólogos clásicos, la noción de progreso ligada al desarrollo de las relaciones de la producción capitalista en todos los ámbitos del planeta, de acuerdo con lo ya expresado, se les imponía como una realidad incuestionable desde su rol de intelectuales burgueses, para los antropólogos funcionalistas esta situación no debió de ser tan clara, si pensamos que su producción comenzó a desarrollarse en forma sistemática durante la Primera Guerra Mundial y se extendió durante todo el periodo de entreguerras.

 

En semejante contexto, al que debería agregársele el impacto de la crisis del 29 y 30, la profesión de fe en torno a la “fuerza espontánea de las leyes económicas” debió ceder ante la emergencia de lo real convertido en espanto por la guerra. De manera tal que el programa de la antropología británica se configura en el entrecruzamiento de dos situaciones que marcarán profundamente sus posibilidades y limitaciones. Por un lado, la emergencia de una crisis de valores en relación a la idea de bienestar progresivo y constante que había inaugurado doctrinariamente la economía política y a la que habían adscripto como dato de la “realidad” las ciencias sociales en su conjunto y en particular la antropología. Por otro lado, los requerimientos de información y conocimientos empíricos de los pueblos y culturas sometidos por parte de la administración colonial.  Pero mas allá de esta última cuestión política central, es decir del carácter de instrumento de la planificación y administración coloniales en que fue convertida la antropología postclásica, en algunos trabajos etnográficos mas relevantes se formularon propuestas que produjeron un llamado de atención a determinadas teorizaciones demasiado apriorísticas y generales en torno al carácter del trabajo, el valor, el intercambio en las sociedades y grupos sociales estudiados por los antropólogos. Así, en su obra mas importante Los Argonautas del Pacífico Occidental el mismo Malinowski escribía:

 

“(Los Trobriandeses) no trabajan expoliados por la necesidad ni para ganarse la vida, sino impulsados por su fantasía, por el placer que obtienen ellos creyendo que su talento es un resultado de la magia (...) por eso, arrastrados por su interés por la obra bien hecha, desarrollan y elaboran algunos productos artesanales, invirtiendo en ello un exceso de trabajo una cantidad de trabajo desproporcionada [...] creando de esta manera una especie de monstruosidad económica, demasiado grande, con una ornamentación excesivamente recargada hasta el punto que resultan inútiles para el uso práctico y, sin embargo y por lo mismo se le valora mucho más”  (1922:173).

 

Es que el sistema de intercambios “Kula” practicado por los aborígenes de las islas del Pacífico occidental, según la descripción malinowskiana, distaba de responder a las premisas que sobre el valor había planteado tradicionalmente la teoría económica principalmente clásica. También, en Estados Unidos, los trabajos etnográficos de F. Boas (1921), E. Curtis (1915) y posteriormente H. Codere (1950) daban cuenta por la misma época de instituciones como el “Potlatch” entre los indios Kwakiutl de la costa noroccidental y la isla de Vancouver. El Potlatch Kwakiutl fue descripto como una elaborada “economía de prestigio” que implicaba la realización de fiestas y ceremonias por parte de los jefes de algún linaje (numaym en la descripción etnográfica) hacia otros numaym con el objeto de acrecentar el prestigio de los primeros. En estas distribuciones, cuanto más ofrecía el anfitrión, más prestigio recibía, llegándose en muchos casos incluso a la destrucción de objetos (mantas, blasones, etc.)

 

Los ejemplos del Kula y el Potlatch, reconocidos como modelos etnográficos, dieron lugar á descripciones de instituciones semejantes por parte de la antropología de la época, a las cuales, mas allá de reinterpretaciones más recientes y críticas a algunos postulados, debe reconocérceles el impacto que produjeron para el tratamiento de las cuestiones “económicas” en antropología.

 

Significaron, tal vez, como ya lo expresamos, un llamado de atención en torno a la viabilidad de los conceptos de escasez, necesidad, utilidad, etc. que de alguna manera articulaban (y en parte lo hacen aún) las concepciones predominantes en la teoría económica. Pero fundamentalmente, nos interesa rescatar su importancia en el intento (mas implícito que explícito) de cuestionar el supuestamente sólido edificio que mostraba el modelo de orden natural construido por la economía política y una de sus bases de sustentación: las concepciones en torno a la naturaleza de los intercambios primitivos cimiento de la teoría del valor basada en la noción de un precio natural de las cosas. Un valor que, siendo preexistente al precio, se configurara como el sentido del orden al que debía tender necesariamente la sociedad  capitalista.

 

Este somero recorrido por algunas concepciones de la antropología clásica  lo hemos realizado para dar cuenta de algunos intentos preliminares de tratar los “aspectos económicos” de las sociedades primitivas ya que la designación de Antropología Económica como especialidad de la Antropología Social corresponderá a autores mas recientes, de la “época de posguerra”. Sin embargo, antes de entrar en el terreno propio de la Antropología Económica como especialidad, haremos referencia a dos intentos previos de utilización de categorías económicas para el análisis antropológico. Una es la obra de Thurnwald Economics in Primitive Communities, publicada en 1932, que constituye un esfuerzo de clasificación y discusión de materiales etnográficos diversos, retomando el análisis comparativo mediante una matriz evolucionista. Otra, es el meticuloso trabajo de R. Firth We the Tikopia de 1937 que tiene la particularidad de ser quizá la primera monografía antropológica donde la cooperación en el trabajo, las formas de tenencia de la tierra, el intercambio etc. adquieren tanta relevancia como otras “variables” tradicionales de la antropología (parentesco, ritos, mitos, etc.). Luego de este esfuerzo etnográfico, R. Firth incursionaría en el debate teórico y metodológico de la Antropología Económica asumiendo, como observaremos, distintas posiciones.

 

Surgimiento de la Antropología Económica

 

El término Antropología Económica fue empleado por primera vez en 1952 por Melville Herskovits, antropólogo norteamericano, con el objeto de retitular luego de revisarla una de sus obras mas conocidas:  La vida económica de los pueblos primitivos (cuya primera edición data del año 1940). Un cambio de denominación sugestivo si se tienen en cuenta, por un lado, el período en que se produce dicho cambio de denominación y, por otro, los ajustes realizados al texto inicial. Respecto a los contenidos de la obra, el autor nos plantea parte de sus formulaciones de esta manera:

 

“En lo fundamental, he intentado ajustarme a las categorías convencionales de la economía, indicando los puntos en que las economías de que hemos de tratar difieren tan marcadamente de las nuestras que no es posible seguir estas convenciones. Nos hemos atenido en general a los términos técnicos especializados tanto de la antropología como de la economía, de tal modo que nuestra obra pueda ser accesible a todos los que se interesen por la dinámica de la cultura y por la variedad de formas en que pueden captarse las instituciones comparables propias de diferentes tipos de vida” (1952:9)

 

 

El “ajuste” del material etnográfico a las categorías económicas, con el sentido de que aquel pueda ser objeto de un análisis comparativo, implica, desde el comienzo, un cambio relevante respecto a las incursiones funcionalistas en  los aspectos económicos de la vida tribal, ya que se retoman tanto las prácticas comparativas como la intención (acorde a dichas prácticas) de pronunciarse en torno a una teoría general, esta vez en estrecho vínculo, según veremos, con determinada teoría económica. La Antropología Económica nace así como una interdisciplina, un intercambio de información y, conocimientos entre las ciencias económicas y las antropológicas. Intercambio con características particulares ya que desde el comienzo se propone una específica direccionalidad de dicho intercambio: el ajuste de los datos etnográficos a determinadas categorías económicas.

 

Digamos, para comenzar, que en dicho programa interdisciplinario la ciencia económica aporta conceptos y modelos (teoría) y la antropología estudios de campos (etnografía). Esta división del trabajo interdisciplinario fue asumida por los propios antropólogos economistas con la intencionalidad manifiesta de superar las “debilidades” propias de la teoría antropológica, que hasta ese momento había dado escasa cuenta de las cuestiones teórico-metodológicas implicadas en el conocimiento de las “variables económicas” en los estudios de las sociedades “primitivas”. Debilidades que fueron cargadas a la cuenta de los programas funcionalistas y particularistas que hegemonizaron las investigaciones antropológicas en el período de entreguerras. Raymond Firth, quien fuera alumno de B. Malinowski, se expresaría así en torno a los análisis económicos de este:

 

“Su terminología (la empleada por Malinowski) no es la de los economistas, es más bien el lenguaje de las amas de casa [...) : se aprecia aquí de nuevo igual sensibilidad que antes ante la repercusión que la inversión de tiempo y de energía en el trabajo de esos productos pueda tener en su valor [ ..] si el trabajo fuera realmente excesivo. si realmente se produjeran los bienes -mas allá de su utilidad- y luego no se usaran, el análisis económico demuestra que se seguirían rápidas alteraciones en los valores del trabajo y los bienes y la energía se desviaría hacia otras cosas”  (1981:227-248).

 

Estas expresiones marcan una preocupación muy fuerte en los antropólogos, que comenzaron a percibir que la teoría económica podría llegar a constituir una especie de “tabla de salvación” para las limitaciones teóricas que se le achacaban a la antropología de entreguerras, pero semejante percepción los indujo a considerar a aquella en forma acrítica y descuidando también, entre otras cuestiones, las  diferencias de enfoque entre las distintas “doctrinas” económicas.

 

Respecto al comentario sobre algunas formulaciones Malinowski y tal vez orientado por el auge prevalenciente ya en épocas mas recientes, Firth termina distorsionando las propias palabras de aquel, puesto que en ningún momento Malinowski expresó que los bienes no se usaran, sino que su valor de uso no estaba orientado por el valor de cambio y este valor no era el resultado, o no se sometía a la regla clásica de la equivalencia entre objetos de acuerdo a la cantidad de trabajo (socialmente necesario) contenido en ellos. Si bien es cierto que el lenguaje de Malinowski tampoco era este, su proposición estaba dirigida en tal sentido.

 

Lo que sí  tal vez sea válido señalar es que Malinowski planteó esta cuestión en términos generales y nunca se dedicó a su demostración sistemática, a pesar de su exhaustivo trabajo etnográfico, preocupado como estaba en cuestiones que “indiscutiblemente” integraban el campo de interés de la antropología (la vida sexual, el parentesco, los rituales, etc.).

 

La preocupación por el análisis comparativo, entonces,  retornaba a la antropología asumiendo como modelo ordenador los conceptos y categorías de la teoría económica prevaleciente: la economía postclásica o neoclásica. El propio R. Firth propondría un programa de Antropología Económica  orientada hacia:

 

“El análisis de los materiales procedentes de comunidades no civilizadas, de tal forma que sea directamente comparable con el material de los economistas modernos, encajando supuesto con supuesto y permitiendo de esta forma que, en última instancia, las generalizaciones se ajusten de manera que subsuman los fenómenos tanto civilizados como no civilizados de las comunidades con precios y sin precios, en un cuerpo de principios sobre el comportamiento humano que sea verdaderamente universal” (1939:12)

 

Pero la economía, tal como lo hemos intentado señalar en el capitulo anterior, no constituye necesariamente un cuerpo único y homogéneo de conceptos y categorías. Las disciplinas económicas están atravesadas, al igual que cualquier proyecto de producción de conocimientos con pretensiones sistemáticas, de escuelas y teorías alternativas para dar cuenta en forma diferenciada de los contenidos de sus conceptos, modelos y categorías y esto es independiente de la pretensión, omnipresente en los denominados por el propio Herskovits “economistas institucionales” (1954:451)  o, en nuestras palabras, hegemónicos, de conformar un corpus doctrinario  e incluso moral.

 

Doblemente moral, podríamos decir, ya que al intentar anclar sus elaboraciones en pretendidas mimetizaciones con los modelos preponderantes en las ciencias físico-naturales, los intelectuales orgánicos de la economía política dominante pretenden encontrar allí legitimidad a sus construcciones hipotético-deductivas sobre el devenir social y, por otro lado, al ocupar un lugar  hegemónico en la formación de discursos políticos ajusta los presupuestos de sus categorías para hegemonizar la producción del  sentido común, el deber ser de todo buen ciudadano codificado en términos de agente económico. La teoría económica hegemónica tiende a configurarse así a la manera de aquellas profecías autocumplidas, a generar modelos de condiciones ideales para la producción del orden social que al recibir respuestas antitéticas del campo “social” no necesariamente llegan a implicar revisiones de los postulados previos sino paradójicamente su autoafirmación. El desliz es atribuido entonces y por lo general a condiciones contextuales adversas.

 

Retomando la obra de Herskovits, en la que nos detenemos por su carácter en cierta medida fundante,  su autor describe en los primeros capítulos las definiciones sobre la economía o “lo económico” dando por válidas total o parcialmente cada una de ellas sin introducirse en las consecuencias de tal validación irreflexiva, en las diferencias de programas que ellas implican. Así, por ejemplo, este autor toma una de las definiciones genéricas de la época como la de Alfred Marshall a la que considera “probablemente la definición más conocida”:

 

“La economía política es el estudio de la humanidad en cuanto a los negocios ordinarios de la vida, examina la parte de la acción individual y social que guarda una relación mas estrecha con la obtención y el uso de los requisitos materiales del bienestar”. (op. cit. :50)

 

Esta definición, de carácter general es comentada por Herskovits diciendo que aquel autor abandona dicho carácter general de la definición sobre el campo de los estudios económicos, para luego circunscribirse al análisis de los fenómenos del precio y las actividades de mercado, típicos de las sociedades “occidentales” (op. cit.: 51). Es posible realizar una observación similar a la anterior, cuando nuestro autor adscribe, quizá con mayor énfasis, a la definición de economía que realiza L. Robbins:

 

“La relación entre los fines y los escasos medios susceptibles de usos alternativos” (op. cit. 51), aunque suscribiendo al mismo tiempo la propuesta de otro economista contemporáneo a su obra, A. G. Papandreu, quien relativizaría aquella formulación, sosteniendo en tal sentido que:

“No basta con postular la norma racional. Debemos apelar, además a los sistemas de valores que son ‘idealmente típicos’ en la cultura analizada” (op. cit. 721).

 

Ahora bien: ¿ Cómo es posible compatibilizar el principio general que contiene la definición de la norma racional con ‘sistemas de valores’ de la ‘cultura analizada’?. Puesto que, o se postula que dicha norma racional no es un sistema de valores específico y por lo tanto responde a una premisa de comportamiento universal o bien la Antropología Económica se configura como una descripción mas o menos detallada de lo que se supone como distintos sistemas de valores. Sin embargo, este problema de la compatibilidad apenas es esbozado como un recurso metodológico de relativización antes que una pregunta orientadora eficaz para la investigación.

 

Así, la obra de Herskovits transita permanentemente sobre semejante cuestión desde una pretendida crítica al etnocentrismo de los teóricos de la economía llamando a ampliar los datos para producir una Antropología Económica comparativa:

 

“Los datos en que los teóricos de la economía han basado sus definiciones y principios pertenecen a una determinada cultura, que es la nuestra. Lo que significa que, desde el punto de vista del estudio comparado de la cultura, las ‘leyes’ derivadas de estos datos son el equivalente a un promedio estadístico basado en un caso concreto ( la economía de mercados formadores de precios)”. (op. cit.: 60) 

 

Es de destacar la inauguración de un espacio de debate con la economía por parte de la antropología al que remite la propuesta citada. Dos son, al menos, las consideraciones que pueden hacerse a la misma. La primera remite al lugar de producción de un saber “empírico” al que quedaría reservado a la antropología. Es decir, el sostenimiento de un criterio por el cual aportando datos de “otras culturas” es posible ampliar el horizonte teórico de la Economía. Este razonamiento de orientación inductivista, independientemente de su eficacia epistemológica, no repara en el carácter prioritariamente deductivista de la teoría económica subjetivista dominante en la que se apoya el propio Herskovits. Tal como lo ha expresado en su momento uno de los premios Nobel mas reconocidos de esta escuela de la economía M. Friedman y como puede leerse en muchos textos, los modelos económicos no pretenden dar cuenta de que manera los hombres se comportan en la realidad sino de como estos debería comportarse dadas determinadas condiciones contextuales. En segundo lugar, el soslayamiento de que semejantes condiciones, asociadas  en general a la  disponibilidad plena de información por parte de los agentes económicos, la libre movilidad de los recursos, la competencia perfecta, etc. son el resultado de construcciones hipotéticas ideales desarrolladas para de demostrar mediante modelos de ecuaciones, la factibilidad tendencial del  “equilibrio general” como teoría universal.

 

El carácter hipotético-deductivo, que caracteriza a las formulaciones neoclásicas en economía, adquieren ( no obstante las pretensiones empiristas e inductivistas de  Herskovits e incluso muchos otros antropólogos económicos según veremos) cierta eficacia explicativa por cuestiones que han sido soslayadas por gran parte de la producción en el campo de la Antropología Económica. Desde nuestro punto de vista, dicha eficacia responde precisamente antes a cuestiones de índole sociológica que epistemológicas (o en una combinación específica de ambos niveles sobre el cual es preciso detenerse). Una eficacia asociada a la progresiva hegemonía de la economía subjetivista cuyos paradigmas neoliberales se han instalado como sentido común y  configurando una moral burguesa en tanto modelo exclusivo de cultura  global.

 

Las orientaciones preponderantemente empiristas y las actitudes antiteóricas de la antropología funcionalista y particularista de entreguerras (M. Harris, 1982) pretendieron ser superadas, en nuestro caso, mediante un proyecto de asociación con las formulaciones mas deductivistas del campo teórico de la economía intentando contrarrestar supuestos “excesos” empíricos de saberes de aldea con los “excesos” hipotéticos de la teoría general que portaba la economía como tradición. Esta construcción por adición del trabajo interdisicplinario, constituye aún hoy una de las cargas mas pesadas y difíciles de superar en la mayoría de los intentos por construir una Antropología Económica sistemática y crítica. Interesa detenernos en tres cuestiones para reflexionar al respecto.

 

La primera, surge de la constatación de que si es real el reconocimiento de que, mas allá de formulaciones generales sobre conductas supuestamente racionalizantes, la teoría económica no puede dar cuenta de la variedad universal de comportamientos y sistemas de valores y, al mismo tiempo se reconoce que los trabajos etnográficos de los antropólogos de entreguerras no lograban analizar en forma teóricamente aceptable las prácticas “económicas” de las sociedades estudiadas, el resultado debería haber conducido a la formulación de un conjunto de conceptos, categorías y modelos (una teoría y un método) que pudieran promover un nuevo conocimiento de la problemática así planteada. Pero este paso solo hubiera sido posible si se formularan explícitamente y con mayor profundidad de análisis los límites y posibilidades de ambas disciplinas.

 

La segunda, siempre a nuestro entender, radica en que estos primeros antropólogos economistas han ocupado un espacio en la producción de conocimientos no reconocido firmemente por el otro “campo” del saber: la teoría económica dominante en los ámbitos académicos e institucionales en general. Esto no sería discutible si independientemente de dicha situación se hubieran asumido proposiciones teóricas y metodológicas acordes con las problemáticas sugeridas. Por otro lado y a contramarcha de lo anterior, se intentó validar algunas proposiciones y principios generales de algunos economistas contemporáneos a sus obras, por lo que incluso el posicionamiento inductivista (el trayecto metodológico que va del caso y el resultado a la regla) quedaba desdibujado (o, para decirlo mas claramente, expresado como una “contradictio in adjecto”). Esta segunda cuestión resulta clara nuevamente en Herskovits:

 

“Hay que reconocer con toda justicia que, desde los primeros días de la historia de la economía, los economistas, tal vez desanimados por la inmensidad de la tarea de descubrir por si mismos la verdadera imagen de la vida ‘primitiva’, dejaron al hombre ‘primitivo’ en la soledad mas espantosa, volviéndole la espalda. Las referencias a ciertas hipotéticas tribus moradoras de una isla y que empleaban conchas en función de dinero han sobrevivido, ciertamente hasta nuestros días, por lo menos en las discusiones de clase de una prestigiosa institución de enseñanza, donde se ha emprendido una investigación igualmente hipotética encaminada a estudiar los efectos de las conchas, consideradas como bienes libres, digámoslo así, sobre el valor de una moneda inexistente”. (op. cit.: 57)

 

Este interés por dotar de bagaje empírico y con datos de “la verdadera imagen” de las instituciones primitivas construye a la antropología en aquel lugar de saber empírico ya señalado. Pero mas allá de esta cuestión observamos en la obra de Herskovits un tratamiento de los datos etnográficos (que obviamente conoce con mayor detalle que los economistas) codificados a partir de los conceptos y categorías que se reconocen como mas habituales de la economía. Ese sentido común construido en la forma de categorías como pautas de trabajo, división del trabajo, comercio y trueque, dinero y riqueza, etc.  que son llenadas, completadas, por datos etnográficos provenientes de “distintas culturas”. Entonces, toda la Antropología Económica propuesta parecería asentarse en esta actitud comparativista aunque manteniendo incólumes el significado de tales categorías. Aún mas, aquella petición de principios formulada hacia los economistas no sin cierta ironía, parece concluir meramente en una petición de principios en torno a la autoridad etnográfica del antropólogo para reproducir en forma ampliada los mismos saberes (el mismo diseño del cuadro aunque, esta vez, con el colorido y el impresionismo que brinda el detalle etnográfico).

 

La tercera cuestión nos aproximará a la problemática metodológica mas importante para nosotros y, además, nos permitirá hacer un vínculo con situaciones que la trascienden, es decir, aquellas que nos remiten a las relaciones entre determinados posicionamientos teórico-metodológicos y sus implicaciones sociales y políticas. En este sentido transcribiremos otra cita de Herskovits que, aunque un tanto extensa, expresa con claridad estas relaciones:

 

“habrá tal vez quienes busquen en estas páginas algún estudio acerca de los efectos del contacto con las economías de Europa y América sobre los sistemas tratados en la presente obra. Se trata de un aspecto de la escena contemporánea que tiene, evidentemente, un interés cardinal para el problema de ajuste en el mundo. Sin embargo, quienes se ven obligados a estudiar situaciones de este tipo parten con demasiada frecuencia del supuesto de que los cambios que en es te punto han de manifestarse tienen que proyectarse necesariamente en una sola dirección; es decir que la simplicidad de los sistemas ’primitivos’ sobre los que actúa el orden industrializado plantea ante nosotros un problema mas bien de imposición que de interdependencia. En la medida en que esto ocurre, nuestro libro podrá tal vez contribuir a la comprensión de las fuerzas históricas en juego, llevando a quienes tienen algo que ver con los problemas planteados fuera del área de la tecnología y la industrialización euroamericana al reconocimiento del fondo sobre el cual deben proyectarse estas innovaciones, para que realmente pueda lograrse un ajuste factible. Pero estas situaciones del contacto o los procesos que implican no caen dentro de los términos de referencia de esta obra especial. Nuestro propósito consiste mas bien en dar al lector un sentido de la variación que señala el modo en que los hombres procuran alcanzar estas metas que consisten en aplicar medios escasos a fines dados y que no puede ser sino el resultado del examen de los varios sistemas puestos en práctica por la humanidad para ajustarse a esta fundamental exigencia de la civilización humana”. (op. cit.: 9).

 

Al igual que lo observado en Malinowski, aunque esta vez con pretensiones comparativistas aparece enunciada aquí también la problemática del “contacto” entre las comunidades estudiadas por los antropólogos y  “el orden industrializado”, pero Herskovits, si bien considera que esta cuestión es de un “interés cardinal”, decide no abordarla, considerando que quienes se ven “obligados” a realizar tales estudios parten del supuesto, que las transformaciones emergentes de estas situaciones “se proyectan necesariamente en una sola dirección”. Aún suponiendo que esto último sea cierto, a pesar que en ningún momento se cita a los autores que han tratado semejante problemática de la manera descripta, a lo largo del recorrido de su investigación no encontramos referencias que indiquen procesos de cambio en otras “direcciones”.

 

Así, tras justificaciones realizadas mediante una crítica abstracta a investigaciones no especificadas, se  construye entonces una Antropología Económica que apunta a la descripción, sobre fuentes de segunda mano, de prácticas e instituciones “primitivas” con el objeto de dar cuenta “del fondo sobre el cual deben proyectarse las innovaciones”. Comprendemos así que el programa de Antropología Económica propuesto implica dar cuenta de determinadas instituciones y prácticas económicas “primitivas” para que “las innovaciones que lleven adelante planificadores, administradores y “quienes tienen algo que ver con lo planteado...logren el ajuste factible” .

 

Dos observaciones adicionales pero también elementales deben hacerse al respecto y ambas trascienden las implicaciones metodológicas. Por un lado se reitera la expectativa de instrumento de planificación colonizante que se tiene sobre el conocimiento antropológico reservando para este el lugar de instrumento de ajuste de la intervención política. Por otro lado, semejante propuesta se cimenta sobre el desconocimiento (pues se niega a tratarlo como objeto antropológico) de las transformaciones sociales “económicas” por las que han atravesado las prácticas e instituciones de las comunidades y grupos sociales analizados. Transformaciones que mas allá de la voluntad, conocimiento o posición ideológica o política que sustente el planificador o administrador o el antropólogo que les sirva, son el resultado histórico-concreto del desarrollo y expansión de las relaciones de producción e intercambio capitalistas a nivel planetario; hecho social que determinada forma de producción del conocimiento antropológico insiste en dejar de lado como si no perteneciera a su “campo” específico de análisis.

 

Desde nuestro punto de vista y sin introducirnos en todos los significados de semejante desinterés, señalamos esta recurrencia de planteos que aún reconociendo la frecuencia de estudios sobre cambios y transformaciones  en las sociedades tradicionales que los analizan  “en una sola dirección” dejan de construir su indagación antropológica precisamente allí, es decir en las múltiples configuraciones que pudieran resultar de la expansión de las relaciones de producción capitalista a nivel global. Pero antes de introducirnos en las consecuencias de tal posicionamiento para la antropología económica, incursionaremos en los desarrollos teóricos y metodológicos que se sucedieron en este campo a posteriori de los autores señalados hasta el momento.

 

La Antropología Económica como campo específico.

 

Uno de los autores que mas reconocimiento ha obtenido respecto a la construcción de la Antropología Económica en los ámbitos académicos de Inglaterra ha sido, tal vez,  Raymond Firth. Suponemos que dicho reconocimiento se ha debido a su preocupación por hacer notar las falencias teóricas respecto al tema que expresaban las etnografías de su maestro  Malinowski , según lo hemos ya observado. No obstante, y mas allá del valor etnográfico de su trabajo sobre Tikopia, cuando este autor describe su “economía” lo hace mediante una serie de descripciones tan o más generales que el primero:

 

“La economía de Tikopia, según la observe en los años 1928 a 1929, puede razonablemente clasificarse como una economía de tipo ‘primitivo’. El término primitivo es relativo. Mas estrictamente aplicable a un sistema económico que a un sistema social, este término no tiene un carácter definidor muy preciso y se utiliza en diversos sentidos. Mi opinión personal es que implica un sistema de tecnología sencilla, no mecánica, con escasa o nula innovación, dirigida más al mantenimiento que al incremento de los bienes de capital y con una diferenciación relativamente baja de los papeles económicos de la población en las funciones productiva, empresarial y administrativa. Ordinariamente carece de instituciones de mercado definidas o de medios de cambio generalmente aceptables para la conversión expedita de un tipo de recurso en otro”. (1965:17)

 

Esta descripción de la economía Tikopia, dista bastante por su sencillez de la forma en que según sus propias adscripciones a la teoría subjetiva de la economía, debería corresponder a la definición de lo económico. En este sentido, escribía :

 

“El concepto básico de la economía es la asignación de recursos disponibles escasos entre las necesidades humanas que puedan satisfacerse, con el reconocimiento de que son posibles las alternativas en cada esfera como quiera que se las defina. La economía trata, pues, de las implicaciones de la opción humana. de los resultados de las decisiones”   (1951:125)

 

Parecería ser que, en el tiempo que media entre estos escritos, se produce un cambio en sus concepciones sobre economía. Ciertamente, hacia 1958, R. Firth se muestra bastante escéptico respecto a la capacidad explicativa de la teoría económica para construir una Antropología Económica tal como el propio autor se la prefiguraba. Tal es así que en una de sus obras publicadas en dicho año expresaría:

 

“En las modernas sociedades industriales los economistas han desarrollado una elaborada técnica de estudios para esta organización y han creado un cuerpo de generalizaciones sobre ella. Todavía está en discusión hasta que punto ésta técnica y estas generalizaciones pueden aplicarse al estudio de las comunidades primitivas” (1958:63)

 

Ya habíamos planteado que las técnicas y las generalizaciones a las que adscribía este autor se referían a las formulaciones neoclásicas en economía y más específicamente, a los conceptos y categorías de las corrientes subjetivistas. La etnografía de la economía Tikopia, mas allá de que no trasciende de una mera descripción de algunas funciones del sistema y del hecho que este siga siendo considerado en forma aislada de las relaciones de producción e intercambio que de una manera u otra lo habían transformado, implica mas una descripción de tipo objetivista de la economía, al hablar de sistema económico, tipo de tecnología, división del trabajo, etc. Si nos hemos detenido, en algunos cambios de énfasis en este autor, es porque dichos cambios nos resultan significativos para analizar las temáticas alrededor de las cuales, una vez inaugurado el campo de la Antropología Económica, comenzaron a perfilarse distintas corrientes de pensamiento en su “interior”. El extenso y a veces intrincado debate entre los antropólogos economistas que tuvo lugar hacia los comienzos de la década de los sesenta, fue quizá motivo del escepticismo que encontramos en R. Firth en esa época. Dicho debate giró, en aquel entonces, en torno a dos problemáticas principales que ya estaban anunciadas en los estudios analizados preliminarmente, estos son: (a) la viabilidad o no del uso de los conceptos y categorías de las ciencias económicas para el estudio de las “sociedades primitivas”, lo que nos remonta a las problemáticas entre universalismo y particularismo en la teoría antropológica en general y (b) la definición o bien delimitación de “lo económico”, lo que nos remonta en parte a las distintas adscripciones a teorías económicas distintivas y también a  formas alternativas de abordar la cuestión de la “racionalidad económica”.

 

 

Durante la década de 1960 se produjeron una gran cantidad de trabajos de carácter predominantemente teóricos en torno a las cuestiones enunciadas en un debate que dividió a los antropólogos economistas en dos posturas encontradas, aunque con matices de interés. Se trata de la polémica entre los autores denominados “formalistas” y los autores denominados “sustantivistas”.

 

Los autores formalistas intentaron demostrar la universalidad de los principios de escasez y elección presentes en las definiciones “subjetivistas” en economía. El propio M. Herskovits ya lo había sugerido al formular que:

 

“Los elementos de escasez y elección, que son los factores sobresalientes de la experiencia humana que dan razón a la ciencia económica se basan psicológicamente en terreno firme (...) nuestra preocupación fundamental es comprender las implicaciones interculturales del proceso de economizar”. (op. cit.:29)

 

No nos detendremos aquí en un análisis pormenorizado sobre los contenidos de esta controversia ya que su tratamiento está contemplado en el artículo de A. Balazote en éste mismo libro, en el cual se desarrolla también algunas elaboraciones recientes de la Antropología Económica reciente ( [42])

 

El proceso de economizar, es decir aquel comportamiento que implica la asignación de recursos escasos entre fines alternativos, se confunde en esta tesis con la definición de economía. K. Polanyi, ha sido uno de los autores que ha criticado la supuesta universalidad de principio de escasez y, principalmente, su combinación con el principio de elección:

 

“Resulta fácil ver como hay elección de medios sin insuficiencia y como hay insuficiencia de medios sin elección. La elección puede estar inducida por una preferencia de lo cierto frente a lo equivocado (elección moral) [...] En algunas civilizaciones las situaciones de escasez parecen ser casi excepcionales y en otras desconsoladoramente generales. En cualquier caso, la presencia o ausencia de escasez es una cuestión de hecho” (1976.158)

 

Por ello este autor, va a asumir una definición alternativa  de “lo económico”:

 

“El origen del concepto sustantivo... es el sistema económico empírico, puede resumirse brevemente como el proceso instituido de interacción entre el hombre y la naturaleza (medio ambiente) que tiene como consecuencia un continuo abastecimiento de los medios materiales que necesitan ser satisfechos” ( op. cit.: 159)

 

Esta definición que hace énfasis en lo empírico parece tener que ver mas con una relativización de los principios de la economía subjetiva que con un intento de crítica. Semejante preocupación por el sistema económico empírico lo lleva a considerar incluso que:

 

“Para producir resultados cuantitativos los movimientos de localización y de apropiación de que consta el proceso económico, deben presentarse aquí como funciones de las acciones sociales con respecto a medios insuficientes y orientada por los precios resultantes. Tal situación solo se consigue en un sistema de mercado” (op. cit.:159)

 

De la postulación anterior, surge que, frente a la existencia de mercados formadores de precios, la economía formal o subjetiva logra eficacia explicativa.  El problema de su validez ocurriría cuando nos trasladamos a “otras”  sociedades. En las “economías” sin mercado, los mecanismos institucionales, o (como el autor los denomina) las formas de integración son específicas y  fundamentalmente dos: la reciprocidad y la redistribución. Así:

 

“La reciprocidad denota movimientos entre puntos correlativos de agrupamientos simétricos; la redistribución designa los movimientos de apropiación hacia un centro y luego hacia el exterior; el intercambio hace referencia aquí a movimientos viceversa en un sentido y en el contrario que tienen lugar como ‘entre manos’ en un sistema de mercado”. (ibid.:162)

 

Estos mecanismos, aunque el autor no lo explicita así, parecen haber sido formulados con el objeto de construir  “tipos ideales” mediante los cuales clasificar y ordenar distintos tipos de economía. La formulación avanza en relación a las genéricas definiciones subjetivas en la medida que permite una mejor clasificación de tipos de economía o sociedad recuperando el innumerable material etnográfico e histórico al respecto, pero esto a contramarcha de los intentos de producir una teoría antropológica capaz de considerarse “universal”.

 

Detengámonos un poco más en este problema. Es un hecho que en las primeras formulaciones de los autores que adscribían a las definiciones de la teoría subjetiva en economía era posible encontrar contradicciones insalvables en sus propios textos. Tal es el caso de M. Herskovits quien luego de su definición del proceso de economizar, en otra parle del mismo libro nos sugiere, hablando siempre de las sociedades “primitivas”, que:

 

“En estas sociedades la producción y la distribución implican poco la motivación al beneficio [...] el proceso de distribución se establece en muchas tribus en una matriz no económica (no economizadora de medios) que adopta la forma de intercambio ceremonial y de regalos” (op. cit. :11-30).

 

Esta descripción que realiza Herskovits dista mucho de (y mas bien contradice) su afirmación en torno al terreno firme en el que se asienta el comportamiento “economizante” , por el contrario, se compagina perfectamente con la definición sustantivista de la economía. Más aún, con el postulado de Polanyi en torno a que la “economía humana esta incrustada en instituciones económicas y no económicas (como) la religión o el gobierno”. Es por ello que  M. Godelier llegó a plantear con sagacidad que:

 

“De hecho, no es demasiado difícil mostrar que en la práctica los formalistas abandonan su propia definición y de hecho estudian lo que es objeto mismo de la ciencia económica según los sustantivistas” (1976:284).

 

La contradicción entre la teoría y la empiria, que se suponía era el centro del problema, fue resuelta por los sustantivistas mediante una adscripción al “relativismo cultural”, es decir proponiendo la inaplicabilidad de la teoría económica en situaciones donde no encontrásemos mercados y precios (Dalton, 1961; Polanyi, 1976). En cambio, los autores formalistas en muchos casos apelaron al universalismo: a la universalidad de la conducta economizante como objeto de estudio. Así, luego de sostener las definiciones subjetivas, R. Burling intenta resolver aquellas contradicciones formulando algunas consideraciones que no dejan de ser interesantes:

 

“Si la economía se limita al estudio de los bienes con precio, es una increible contradicción de términos hablar de ‘economía primitiva’ cuando nos ocupamos de una sociedad sin dinero. No obstante, lo que han hecho los antropólogos es observar el tipo de bienes y servicios a los que nosotros ponemos precio y considerarlos económicos incluso en otras sociedades, en lugar de comprender que es el fenómeno mismo de ponerles precio lo que proporciona su unidad a estos concretos bienes y servicios.  (1976: 108)

 

Afirmación sugestiva porque nos remite inmediatamente a la siguiente pregunta: ¿cuál es entonces el criterio alternativo que unificaría distintos comportamientos (ya que de estos se trata) y que permiten construir el objeto de la Antropología Económica?

 

Este autor sostendrá, entonces, que el estudio de los fenómenos económicos no se refiere a un tipo de conducta sino a un aspecto de la conducta humana. La especificidad de la Antropología Económica no radicaría entonces, al contrario de lo que afirma el relativismo sustantivista, en el estudio de los sistemas económicos específicos, sino en la demostración a escala universal de aquel aspecto específico, economizante del comportamiento. Esta delimitación, del campo de lo económico tiene a nuestro entender mayor solvencia lógica que el mero recurso empirista al “dato” diferente para construir modelos teóricos diferentes pero, al mismo tiempo, este autor coloca nuevamente a la Antropología en ese lugar de saber empírico preasignado cuando propone que “...identificaría a la economía con la antropología sino fuera cierto que los economistas se ocupan de la forma en que la gente economiza y los antropólogos de (estudiar) si la gente economiza” (1962:119).

 

En este sentido, la Antropología Económica debería investigar la existencia o no de dicha forma de comportamiento en cualquier aspecto de la vida social y, de esta manera:

 

“Seria posible hablar de la oferta de prestigio, demanda de poder y costo de autoridad. No veo razón por la cual no se debe hablar incluso de la utilidad marginal de las muestras de cariño. Cada hombre puede ser considerado como un empresario que manipula a aquellos que le rodean, negocia el producto de su trabajo, atención, respeto, etc., cambiándolo por lo mas que puede obtener” (1962:116).

 

Esta exégesis de los comportamientos sociales a partir de un supuesto modelo de comportamiento del “empresario moderno”, ratifica el presupuesto etnocéntrico contenido en la economía subjetiva , el cual es llevado por este autor a su máxima expresión. En este sentido, también va a señalar que el error de muchos antropólogos, incluso hasta de quienes aceptan la definición subjetiva de la economía, consiste en haber aplicado los principios de la conducta economizante a un tipo de conductas: aquellas que involucran en su acción a bienes materiales. Frente a lo cual es posible también sostener que, si bien definir lo económico a partir de la constatación empírica de que lo que se intercambian son objetos materiales ( y no p.e. servicios, cualesquiera que estos sean) es una perogrullada; no lo es menos el prejuicio etnocéntrico de que un aborigen australiano, o cualquier individuo en general puede llegar a comportarse como un empresario, a partir de tomar decisiones “eficientes” . Decubrir la norma (supuesta) en el comportamiento y delimitar el campo analítico hacia  tales “descubrimientos” ubicaría a la antropología económica mas como la legitimación de una moral (la moral burguesa) que como una reflexión en torno a los comportamientos diferenciales observables por la etnografía, si es que por el lado del análisis de “comportamientos” construimos un programa de antropología Económica.

 

Continuando con las premisas teóricas de L. Robbins, nuestro autor nos da algunas pistas más en torno a la construcción de su programa . En esa dirección, asume el postulado de aquel economista planteando que no hay problema económico si se dispone de medios ilimitados para alcanzar una meta y, además, no tenemos que economizar si algo no tiene usos alternativos cualesquiera que sean. Pero llegado a este punto y aun conservándonos en las premisas sugeridas cabría preguntarse si existe alguna cosa, sea esta material o inmaterial, que no tenga usos alternativos y, aun más, si el objeto económico es la relación medio-fines, o más precisamente la elección entre medios que son escasos porque los fines pueden diferenciarse en orden de importancia, queda claro, en primer lugar, que es este orden de preferencias el que construye relacionalmente la noción de escasez de los medios, por lo que el problema radicaría en establecer el método mas adecuado para analizar dichas escalas de jerarquía. Sin embargo, tal como ya lo hemos observado al analizar las teorías marginalistas en el capítulo anterior, en los modelos formulados estos niveles se suponen “dados”, así: “dado un conjunto de capacidades técnicas y de conocimientos y, dado un conjunto de fines o valores escalonados, solo existe una forma óptima de utilizar los unos para alcanzar los otros”. Supongamos aceptable la presunción, necesaria en la teoría marginalista, de que sólo hay una forma susceptible de economizar (optimizar) en la relación medios-fines, la posibilidad de respuesta a la pregunta de la Antropología Económica según su propio autor, es decir, saber si las personas economizan, solo sería posible conociendo aquella escala de fines, pero al respecto este autor como otros autores formalistas en ningún momento proponen una metodología para el conocimiento de dichos fines en los agentes económicos, sobre todo, siendo que toda esta construcción esta destinada a hacer operativa la teoría allí donde los sistemas de precios no constituyen parámetros orientadores en la toma de decisiones. El propio Burling se encarga de hacer notar que, par a la mayor parte de los economistas (fundamentalmente los economistas subjetivistas a cuyas definiciones adhiere), tiene poca importancia como toman las decisiones los miembros de cualquier sociedad concreta. Ya hemos notado que, para que los modelos hipotético-deductivos sobre el comportamiento de los agentes económicos (el empresario, el trabajador, el consumidor) de la economía subjetiva se comporten en la dirección óptima, se requiere de la premisa que un conjunto de variables consideradas contextuales o exógenas sean controladas o se asuma su control como un dato. Sin este prerequisito los modelos del comportamiento económico no “funcionan”.

 

Así, por ejemplo, se asumen como dadas variables de tipo “disponibildad absoluta de información por parte de los agentes económicos”, que se presupone a través de los sistemas de precios o bien “competencia perfecta en los distintos mercados”, por lo que se supone o se alienta la inexistencia de oligopolios y monopolios, para el caso de las empresas y de los sindicatos para el caso del mercado laboral, etc. Como semejantes situaciones, por lo general, no se dan objetivamente en la realidad, se presupone su existencia teórica para inferir, deducir, como se comportarían tales agentes económicos de darse aquellas situaciones.

 

Según lo hemos expresado en el capitulo dedicado al tema, puede plantearse que a estas construcciones de la economía subjetivista no les interesa “como” se comportan los sujetos en una sociedad concreta, porque desde el comienzo parten del supuesto de que dicho comportamiento no es empíricamente  demostrable, con la salvedad, como se dijo de que se den ciertas condiciones y, resultaría absolutamente falso sostener que, por ejemplo, competencia perfecta o disponibilidad absoluta de información sean supuestos realistas y no como lo asumen los propios economistas subjetivistas modelos de situaciones ideales.

 

Si esto es así, entonces el programa para una Antropología Económica que retome  como objetivo observar si los agentes económicos se comportan de acuerdo con dichos modelos resulta, al menos, y como ya se dijo, una ingenuidad empirista pero también una contradicción respecto a las premisas de los economistas en quienes se apoyan. 

 

En este sentido es valida la apreciación de Boulding respecto a que:  “...el análisis marginal, en su forma, generalizada, no es un análisis del comportamiento (...) está mas próximo a un ética o a un análisis de posturas normativas” (1976:224).

 

Pasar de un modelo estrictamente deductivo a su comprobación por inducción al interior del campo de análisis producido por los mismos presupuestos teóricos involucra problemáticas que son materia especifica de la epistemología. Sin recurrir dicha disciplina por confesión de ignorancia, y manteniéndonos en los mismos presupuestos y principios de esta escuela de la Economía y la Antropología Económica, nos propusimos aquí sugerir algunas de sus limitaciones. De todas maneras no nos detendremos, por el momento, en otras consideraciones posibles en torno al conjunto de consecuencias que para la Antropología Económica han traído aparejados estos planteamientos.

 

Retomando algunas de las concepciones sustantivistas en Antropología Económica, nos interesa detenernos en los análisis de M. Sahlins realizados en “Economía de la Edad de Piedra” su principal trabajo en esta materia (orig. 1972). En esta obra el autor se ubica en una posición sustantivista, o mas bien relativista, en torno a la imposibilidad de extrapolar los comportamientos que supone corresponden al “homo económico” moderno hacia dichas economías. El trabajo comparativo de M. Sahlins apunta a explicar los mecanismos de lo que él denomina “modalidad doméstica” de la producción. Para ello recurre a algunos datos comparativos de una multiplicidad de etnografías intentando plantear en primera instancia que lejos de una “racionalidad maximizadora” en los agentes económicos primitivos, lo que encontraríamos es una actitud hacia la producción en relación directa con las pautas de consumo. Al contrario de un criterio “maximizador de su producción”, las economías tribales dejarían de producir cuando logran cierto nivel de subsistencia, dado por sus pautas de consumo. A partir de esta caracterización, y de ciertos datos etnográficos que indicarían que “en algunas aldeas los hombres porductivos trabajan en promedio no mas de cuatro horas diarias para lograr una subsistencia culturalmente aceptable”, va a definir a estas economías como “economías de opulencia” en comparación, dice el autor, con las horas de trabajo del obrero contemporáneo que debe trabajar muchas mas horas para lograr su subsistencia.

 

La noción de modalidad doméstica de la producción hace referencia a una forma de organización del trabajo y la producción en la cual el nivel de producción depende de la relación entre consumidores y trabajadores, Es decir, en la medida a que trabajo y consumo no estarían separados, ya que la unidad familiar es justamente una unidad de producción y consumo. Dicho nivel de la producción sería entonces resultado de los niveles de consumo. Esta noción genérica sobre la economía familiar fue retomada de los trabajos realizados por autores de la llamada “corriente populista” de la economía que se desarrolló en Rusia en los años previos a la revolución de octubre y cuyo representante mas destacado fue V.I. Chayanov. ( [43])

 

Sin embargo, y a contrapelo de este análisis en torno a la unidad doméstica. M. Sahlins va a sostener que de acuerdo a sus observaciones (tomadas de un conjunto de etnografías), la relación consumidores/trabajadores en tanto modelo de reproducción doméstica no se cumple en la realidad. Por el contrario “descubre” que empíricamente gran cantidad de unidades domésticas trabajan por encima de lo que necesitarían y otro tanto lo hace por debajo de dichas necesidades. Lejos de implicar esta situación tendencias hacia una estratificación (por ejemplo, entre unidades ricas y pobres)  y dispersión social, lo que sostiene |Sahlins es la existencia mas allá de las unidades domésticas  de la “comunidad doméstica” y esta comunidad estaría siendo garantizada por la emergencia de la política basada a su vez en la producción de jefaturas con capacidad de incentivar la producción y promover la redistribución. el argumento de Sahlins es interesante ya que discute el status de “lo económico” que es considerado antes que una estructura, una “función” de la política.

 

Sus sugerentes análisis, del cual obviamente hacemos una síntesis demasiado escueta, tuvieron una relativa aceptación, ya que desde una posición sustantivista el autor incursionaba en el análisis de las economías primitivas incorportando modelos que se atrevían a discutir con los presupuestos chayanovianos en boga, aún siendo su lectura de este autor bastante sesgada.

 

No obstante hay varias cuestiones que señalar:

 

La primera, de orden metodológico, y que ya fue realizada por C. Meillasoux (1982), se refiere al hecho de que los materiales estadísticos que compara responden a distintos tipos de actividades económicas (horticultores, ganaderos nómades, cazadores recolectores, agricultores), las cuales indican distintos niveles de desarrollo de las fuerzas productivas y por lo tanto el modelo de la comunidad doméstica se pierde en una serie de principios generales ahistóricos. La segunda, tal vez mas importante para nosotros es la constatación de que los modelos de economía familiar o doméstica basados en aquel principio general o su crítica mediante el recurso a la política como incentivadora de la producción, han servido como referencia para el análisis de determinados comportamientos que se suponen “exteriores”, “ajenos”, “no contaminados” por la dinámica de la producción y reproducción capitalistas actuales, y aquí el problema de la ahistoricidad de esta categoría adquiere perfiles más concretos.

 

En relación con esta cuestión, ha sido también C. Meillasoux quien  ha brindado algunas propuestas orientadoras que permiten analizar la existencia de estas actividades económicas como insertos en los procesos de la producción y la reproducción propios del Modo de producción Capitalista. Pero los análisis de Meillasoux  corresponden ser contextualizados en el campo de la denominada Antropología Económica marxista, o bien, dentro de los debates en torno a profundizar el campo del materialismo histórico.

 

Antropología Económica y  materialismo histórico

 

Paralelamente a las discusiones entre formalistas y sustantivistas, autores que referenciaban sus análisis en la tradición marxista incursionaron en la formulación de las posibilidades y límites de una Antropología Económica.( [44]) Quizás el autor más influyente en esta corriente de pensamiento es M. Godelier quien, además, sistematizó, desde el materialismo histórico una crítica a ambas corrientes. Luego de hacer un cuestionamiento a las definiciones marginalistas en economía y sintetizando los contenidos de las obras de aquellos primeros, este autor plantea que en la práctica, es decir cuando describen etnográficamente las sociedades estudiadas, los formalistas abandonan la definición de economía que habían sustentado y de hecho, estudian lo que es el objeto de la economía según los sustantivistas (1976:284). Sostiene además que en estos autores, al asignar a la Antropología Económica el estudio de las formas en que los hombres combinan sus recursos escasos para conseguir fines específicos, lo económico se diluye en el estudio de todo comportamiento finalista e intencional.

 

Respecto a los sustantivistas, si bien este autor rescata en parte la definición del objeto de la economía de los mismos, responde críticamente en el sentido de que confunden el análisis del sistema económico con sus aspectos visibles, propios de una metodología empirista. Critica también la orientación de estas investigaciones hacia las problemáticas de la circulación de los bienes dejando de lado el aspecto esencial de un sistema económico que, según sus propias definiciones, estarían constituidas por las relaciones de producción:

 

“En  esta perspectiva lo que puede ofrecer una Antropología Económica sustantivista es la descripción más o menos minuciosa de los aspectos económicos de las estructuras sociales políticas, religiosas, de parentesco. Pero, por otra parte, el criterio preferido por Polanyi para construir su clasificación constituye en realidad algo más que un simple “reconocimiento” de los hechos, algo más que una descripción neutra, inocente, de los diversas tipos de integración económica que se encuentran en el seno de la historia. Porque los tres principios aislados por Polanyi son tres formas de reparto de los bienes, y al otorgarles una posición privilegiada hipostatiza de este modo, como rasgo dominante del sistema “económico”, no las estructuras de la producción, sino las estructuras de la distribución de los bienes materiales” (1980.68).

 

De acuerdo con esta crítica, Godelier va a sostener una analogía entre aquellos y las posiciones de la economía política clásica anterior a “Ricardo y Marx”, que confundieron bajo el mismo concepto de distribución, las formas de reparto de los productos en la sociedad con las relaciones sociales involucradas en los mecanismos de apropiación y/o propiedad de los medios de producción en una determinado sistema económico. También, con el objeto de desarrollar una perspectiva superadora del empirismo y en relación a lo anterior, este autor propondrá que:

 

“La lógica interna y el lazo necesario entre formas de producción y distribución de los bienes materiales no se revelan directamente sobre el terreno, sino que deben ser reconstruidas teóricamente, y además sabemos que, para que un sistema cualquiera se reproduzca es necesario que el modo de distribución de los bienes corresponda al modo de producción de esos bienes. Sabemos finalmente que, a un modo de producción determinado corresponden estructuras sociales determinadas y un modo de articulación especifica de esas diversas estructuras”. (op. cit.:69)

 

Semejantes postulados de orden metodológico estaban asociados, aunque con distintos grados de consenso, a un esfuerzo teórico que en la década de 1960 comenzaron a realizar una serie de intelectuales marxistas, fundamentalmente en Francia. Nos referimos principalmente a las investigaciones de Althusser y Balibar (1985) quienes, a partir de lo que ellos dieron en llamar una “lectura sintomática” de los textos fundamentales de Marx y Engels, intentaron extraer los conceptos y categorías fundamentales que conformarían, desde aquellas obras clásicas, la “ciencia” del materialismo histórico. La propuesta de construir la ciencia dei materialismo histórico, marcó una etapa fundamental en el estudio de las obras de Marx y Engels al realizarse un esfuerzo crítico sobre sus obras. Sin ánimo de introducirnos pormenorizadamente en este proyecto, plantearemos algunos presupuestos del mismo y sus influencias principales en los análisis marxistas en el campo de la Antropología.

 

En lo que ha sido quizá la obra más importante de aquel proyecto; “Para leer el Capital” y a partir de un conjunto de consideraciones epistemológicas en torno a la importancia que debería tener para la militancia política de los partidos “marxistas” la práctica teórica, aquellos autores intentan establecer lo que consideraban como las claves teóricas y conceptuales de las obras de Marx y Engels. Ello fue posible, en palabras de los propios autores, por el “descubrimiento” de la siguiente propuesta (que insistimos es de carácter epistemológico): las obras de los clásicos marxistas, sobre todo la del propio Marx, no debe ser leídas como una continuidad o, mejor dicho, no todos los textos escritos y publicados tienen el mismo status científico, ya que a partir de un conjunto de criterios es posible establecer que hay una “ruptura” (un salto cualitativo) en el pensamiento de Marx. Ruptura epistemológica que los autores advierten principalmente a partir del clásico texto de Marx y Engels La Ideología Alemana. Es así que textos previos como los  “Manuscritos económico-filosóficos” pasaron a ser considerados meros antecedentes del Marx “joven”; elaboraciones teóricas que, si bien importantes, aparecían teñidas, permeadas por postulados de carácter ideológico; escritos que contrastaban, de acuerdo a esta perspectiva, con los estudios sistemáticos posteriores de El Capital considerada como la obra verdaderamente científica de Marx. Este recorte y relectura de las obras clásicas del “marxismo” ha producido un conjunto de debates en torno a su validez y sentido. Como nos es imposible dar cuenta en estas páginas de dicho debate, nos restringiremos planteando algunas cuestiones de relevancia para nuestra perspectiva en la materia.

 

En primer lugar, esta ciencia del materialismo histórico se construye con el sentido de dar cuenta de los conceptos fundamentales que permitirían construir con mayor rigor teórico los procesos de formación y transformación de los “modos de producción” que se habrían dado a escala histórica y mundial. Dos categorías que se consideraron claves en este sentido fueron las categorías de Modo de Producción y Formación Social. La preocupación por revisar y definir precisamente estos conceptos se relacionaba con determinadas críticas que en los ámbitos intelectuales europeos venían siendo realizadas a las concepciones de la historia que la academia soviética, sobre todo a partir de Stalin, había legitimado. Una historia general y sucesiva de Modos de producción en las que dogmáticamente se ponía al “socialismo real” como el máximo escalón evolutivo de la sociedad humana. Visión dogmática y acrítica parangonable en cierto sentido a la apologética de la sociedad capitalista “ideal”  de los manuales de Economía.

 

La antropología social había realizado, como hemos observado, importantes contribuciones de orden metodológico en contraposición a las “conjeturas” del evolucionismo en sus construcciones sobre el desarrollo de la humanidad en términos de estadios unilineales, es decir estadios que se habrían repetido a escala universal siempre en la misma dirección. Por ello, esta disciplina apareció como un campo propicio para indagar sobre estas temáticas, habida cuenta del importante material etnográfico desplegado en dichos intentos. Aquellos posicionamientos frente a la historia y el marxismo “oficiales”, al margen de los profundos debates que generaron, motivaron propuestas académicas concretas; fue por ello que uno de los discípulos de Althusser, E. Terray, formularía así la tarea de una antropología marxista:

 

“La tarea actual de los investigadores marxistas consiste en anexar el terreno hasta ahora reservado de la Antropología Social al ámbito del materialismo histórico, para demostrar la validez universal de los conceptos y de los métodos por él elaborados (se refiere a Marx). Con esto confirmarán que la Antropología Social se ha convertido en una sección particular del materialismo histórico consagrada a las formaciones económico-sociales en las que el modo de producción capitalista está ausente, sección en la cual colaboraran historiadores y etnólogos” (1974:105)

 

Estas propuestas dieron luz a una importante cantidad de debates y estudios etnográficos que se vieron enriquecidos por aquellos aportes teórico-metodológicos, pero que, a nuestro entender, dejaban sin cuestionarse presupuestos básicos que de alguna manera ya veníamos observando en otras escuelas antropológicas y que pueden retomarse en forma de preguntas, a saber: ¿no es cierto, acaso, que los estudios etnográficos de la antropología moderna se refieren a “sociedades primitivas” actuales? ; la respuesta es evidente ya que desde la época clásica de la Antropología Social se hacia referencia a las sociedades “primitivas” en tanto campo de análisis para elaborar predicciones en torno al comportamiento y las instituciones en “otras” épocas. Si esto es así y si el aporte fundamental de Marx ha sido sus investigaciones sobre la lógica de la sociedad capitalista y la crítica a sus apologistas, ¿ no nos encontraríamos nuevamente frente a la problemática de la traslación de categorías y conceptos tenidos por válidos para este tipo de organización social?

 

En su conocido trabajo escrito como introducción a la crítica de la economía política y en referencia a la cuestión planteada, Marx proponía que:

 

“La economía burguesa facilita la clave de la economía antigua, etc. Pero no según el método de tos economistas, que borran todas las diferencias históricas y ven la forma burguesa en todas las formas de sociedad. Puede comprenderse el tributo, el diezmo, etc. cuando se conoce la renta del suelo. Pero no hay que identificarlos. Como además la sociedad burguesa no es en si más que una forma antagónica de desarrollo, ciertas relaciones pertenecientes a formas anteriores volverán a encontrarse en ella completamente ahiladas, o hasta disfrazadas, por ejemplo la propiedad comunal. Si es cierto por consiguiente, que las categorías de la economía burguesa resultan ciertas para todas las demás formas de sociedad, no debe tomarse esto sino ‘cum grano salis’. Puede contenerlas desarrolladas, ahiladas, caricaturizadas etc. pero siempre esencialmente distintas. La llamada evolución histórica descansa, en general, en el hecho de que la última forma considera a las formas pasadas como grados que conducen a ella, siendo capaz de criticarse a si misma alguna vez, y solamente en condiciones muy determinadas” (1979: 265).

 

Transcribimos este extenso párrafo de Marx, no con el ánimo de erigirnos en exégetas de sus textos, sino porque la propuesta aquí planteada nos sugiere algunas proposiciones en torno a la pregunta planteada. Consideremos en primera instancia el caso de los desarrollos críticos de la misma Antropología, ¿ en qué condiciones surgieron por ejemplo, las críticas hacia el evolucionismo?. Como hemos observado estas criticas se formulan tanto a partir de los requerimientos de una ciencia antropológica mas instrumental (para el gobierno colonial) como una pretensión de producción de conocimientos funcionales para el planeamiento, pues el recurso a la confianza en las “leyes del mercado” resultaba insuficiente frente a las “resistencias” aborígenes. Primeras grandes crisis del modelo de acumulación cuyas expresiones mas elocuentes fueron las grandes guerras y la debacle económica del 29/30, período que contiene a las primeras y más importantes elaboraciones etnográficas de la antropología social.

 

Quizá allí, es decir “en tiempos de crisis”, como lo planteaba Marx, la sociedad burguesa moderna logró interesarse por un conocimiento más específico de las “otras culturas”, a partir de la emergencia, de cierto “eclecticismo” respecto a sus propias categorías, entre ellas la misma nociones de progreso,  orden y paz social que implicaban una confianza prácticamente absoluta a las leyes de la economía política ; y ello sólo circunstancialmente, ya que la historia reciente nos ha demostrado que, mas que una crisis en términos absolutos, aquello puede ser leído hoy como una expresión de las tendencias contradictorias y permanentes  inscritas en la dinámica de la acumulación capitalista configurando el campo de límites y posibilidades de su modo de instituir la dominación sobre el trabajo.

 

Llegado a este punto, es necesario preguntarnos sobre el tipo de Antropología, es decir de conocimiento social, que aparece en la propuesta de Terray. Suponiendo que el máximo nivel de crítica posible que ha llegado a producir la sociedad burguesa contemporánea fuesen los desarrollos contenidos en el “materialismo histórico” de Althusser y Balibar (lo cual no deja de ser una posibilidad si tenemos en cuenta las producciones de los teóricos de la economía hegemónica o de la antropología de la época), remitir la investigación antropológica a la reconstrucción del pasado histórico a partir de las “sociedades primitivas contemporáneas” no puede más que pensarse como un ejercicio del método ya practicado por los antropólogos burgueses, aunque se lo haga esta vez, con métodos quizá más eficaces desde el punto de vista del conocimiento histórico.

 

Desde nuestra perspectiva, ciertas formas del conocimiento histórico apuntan en direcciones distintas a las que sostenemos para la Antropología, y esto por el hecho fundamental de que las denominadas “sociedades primitivas” contemporáneas son antes un producto, no de una historia en general, sino de la particular historia del desarrollo de las relaciones de la producción capitalista a escala mundial. Es decir, sólo un prejuicio etnocéntrico, que no en pocas ocasiones ha reproducido la misma antropología, puede dar lugar al análisis de  las sociedades “primitivas contemporáneas” en tanto referentes de “relictos” o “supervivencias” de modos de producción “anteriores” al capitalismo contemporáneo. Por ello y en este caso es importante reconocer junto con Godelier que:

 

“ (...) el antropólogo está más intima y dramáticamente ligado a las contradicciones de la historia que se está haciendo, de la historia viva, que el historiador que estudia la historia ya hecha, un pasado del que siempre se conoce por adelantado el resultado y que inquieta menos por estar ya superado. El antropólogo pues, se ve comprometido, obligado a tomar partido en la historia, a justificar o criticar las transformaciones de las sociedades que estudia y, a través de ellas a justificar o criticar su propia sociedad que impone en lo esencial estas transformaciones” (1976:294)

 

Si es cierto que no existe una ‘verdadera’ esencia del hombre, tal y como lo expresa también Godelier, entonces todo programa antropológico que pretenda su reconstrucción debe reconocer que su punto de partida está vinculado a premisas parciales, sujetas a criticas y, por lo tanto, de contenido ideológico. Afirmamos entonces que, pretender desconocer dicho contenido ideológico implica caer en contradicciones irresolubles, propias de los que los antropólogos llamamos etnocentrismo. Pero si no hay esencias verdaderas tampoco hay orígenes verdaderos, o más bien, sólo hay problemáticas en torno al origen de tipo ideológico. Las Ciencias Antropológicas han dedicado un considerable esfuerzo a discutir y problematizar cuestiones en torno a las esencias y los orígenes de la humanidad para universalizar abstractamente un ideal de hombre, sea justificando las transformaciones y contradicciones que produce la sociedad capitalista en nombre del progreso, o bien planteando la decadencia de aquella esencia originaria atribuida al primitivo. Estos posicionamientos ideológicos constituyen dos caras de la misma moneda: la visión burguesa de su propia sociedad en períodos da crisis o de auge respecto a su capacidad de reproducir las relaciones sociales que garantizan su hegemonía.

 

Es por ello, también, que asignar a la antropología social el rol de sección especial del materialismo histórico que debería dar cuenta de las sociedades en las que el modo de producción capitalista está ausente, no puede constituir un programa que avance más allá de dar algunas orientaciones a determinadas investigaciones históricas precapitalistas. Pero de ninguna manera podría producir un conocimiento sistemático y por lo tanto critico en torno a las formas particulares que adquiere la dinámica de la expansión capitalista a nivel mundial al enfrentarse a las poblaciones tradicionalmente estudiadas por los antropólogos. Semejante aproximación asume de esta manera una formulación clásica del objeto antropológico como reflejo de un hecho empírico constatable: la existencia en la actualidad de prácticas, instituciones, cosmovisiones “diferentes” en distintos lugares del planeta que se supone permitirían encontrar las claves del funcionamiento y transformación de sociedades anteriores en tiempos “primitivos”. Más allá del nivel de complejidad mayor que pueda dar cuenta determinada forma de conceptualizar las relaciones y los sistemas sociales (p.e. los conceptos de Modo de Producción y Formación Social), se tendería a perpetuar, de esta manera, el estigma clásico de los programas antropológicos que pretenden “descubrir” supuestos estadios originarios del hombre y la sociedad a partir de determinados grupos poblacionales cuyas prácticas e instituciones actuales se las supone “primitivas”.

 

Si, con Marx, es posible sostener que la historia  de la humanidad alcanza su máxima expresión de  dimensión universal en la historia particular de la universalización de las relaciones capitalistas de producción, entonces el hombre genérico más que el resultado de una reflexión filosófico-antropológica sería ante todo el resultado de la forma específica que adquiere su configuración en el marco de la generalización de dichas relaciones a escala mundial.

 

De aceptarse la premisa anterior, la cuestión de la traslación de determinadas categorías (por ejemplo, de la economía) que explicarían determinados comportamientos individuales o colectivos o bien procesos de producción, distribución y consumo de la sociedad capitalista, hacia “otras sociedades”, más que un problema de orden metodológico sería  el producto de un hecho social; el hecho social constituido por las formas particulares que adquiere las relaciones de producción capitalista al desplegarse hacia todos los rincones del planeta. Son las relaciones sociales resultantes de este hecho la causa principal de la traslación de categorías y no los enunciados más o menos sistemáticos de algunos antropólogos o economistas. M. Godelier ha señalado también que dado que no es posible formular una “verdadera naturaleza humana, el antropólogo no está investido de la tarea privilegiada y sublime de penetrar en su secreto” y esto porque “un indio de la Amazonia víctima del genocidio y de la paz blanca no esta más cerca de la verdadera esencia del hombre que un obrero de la Renault o que un campesino vietnamita en pie de guerra contra el imperialismo”. (Ibid.: 294)

 

Pero si esto es cierto, también lo es el hecho social de que los tres sí están más cerca de los procesos de explotación producidos por la dinámica de la acumulación capitalista, que de algún Modo de Producción “primitivo”. Esta cuestión es de suma importancia ya que si lo que se pretende es construir una antropología económica, su paorte crítico no residiría únicamente en la manera en que definimos “lo económico” (como análisis del comportamiento, sea de agentes o instituciones o como análisis del sistema económico o Modo de Producción), sino también en el hecho de que dichas definiciones incluirán necesariamente también una definición de “lo antropológico”.

 

 

M. Godelier ha expresado también esta cuestión con criterios que compartimos, planteando que:

 

“no existe ningún principio ni axioma teórico que permita atribuir un contenido exclusivo a la antropología constituida en un dominio de investigación concretamente limitado, cerrado sobre sí mismo por estar dedicado al análisis de realidades específicas y concretas” (op.cit.: 291).

 

Se refiere, obviamente, a la construcción de la antropología como estudio de las “sociedades primitivas”, un campo que sin embargo es configurado, también en palabras del mismo autor, “por razones prácticas más que teóricas”. Las razones prácticas esgrimidas resultan de la permanente expansión colonial e imperialista de las relaciones capitalistas a nivel mundial. Razones que para nosotros son también de dominación. Pero a pesar de la afirmación anterior, de aquel hecho social fundamental para comprender y explicar las condiciones de existencia, transformación y/o desaparición de las “sociedades” tradicionalmente estudiadas por los antropólogos, el objeto de la Antropología y en particular la Antropología Económica pretendidamente sostenida desde la construcción del materialismo histórico, vuelve a ser, según la práctica etnográfica conocida del propio Godelier, por ejemplo, el estudio de la causalidad estructural de la economía sobre otras instancias de la vida social, causalidad estudiada a partir de determinada forma de definir los “sistemas económicos” como Modos de producción y estos Modos de Producción reconocidos en aquellas sociedades primitivas tradicionales.

 

Es decir, de un conjunto de elaboraciones teórico-metodológicas sugestivas se pasa a retomar “en la práctica” el campo de la antropología tradicional. En realidad, es necesario admitirlo, M. Godelier no ha investigado únicamente las “condiciones estructurales e históricas de aparición, reproducción y desaparición en la historia” de Modos de Producción precapitalistas. En una de sus primeras obras “Racionalidad e irracionalidad en economía” (orig. 1966) hay un capítulo dedicado a las relaciones de correspondencia y compatibilidad de las distintas estructuras del Modo Capitalista de Producción, a partir de una relectura de las obras clásicas de Marx y Engels. Pero aquí, los “Modos de producción” de las “sociedades” estudiadas tradicionalmente por los antropólogos no aparecen.

 

Es que, recorriendo sus producciones vemos un doble movimiento de afirmación y negación del objeto antropológico-económico: cuando analiza las sociedades primitivas desaparece del análisis el modo de producción capitalista y, cuando analiza el modo de producción primitivo desaparece del análisis la sociedad capitalista.

 

En este sentido, su concepción de Antropología se asemeja a la de E. Terray. La Antropología es, finalmente, también para esta construcción del materialismo histórico, una disciplina regional que estudiaría aquellas sociedades en las que el Modo de producción capitalista no se encuentra o, si “aparece”, lo hace en tanto hecho “externo”, y por lo tanto sus consecuencias no se constituyen en  objeto de investigación . ( [45])

 

Esta perspectiva, esta forma de concebir el materialismo histórico, o bien los “usos” de los escritos de Marx y Engels para los estudios en antropología económica por parte de la mayoría de los antropólogos que hacia fines de la década de los sesenta se definieron como “marxistas”, implica aceptar la posibilidad de construir una “ciencia” histórica capaz de dar cuenta en el tiempo de las formas sucesivas de organización de las relaciones de producción y sus transformaciones con el objeto de mostrar el proceso histórico general.

 

No nos corresponde discutir aquí el status epistemológico y teórico de tal concepción de la historia, pero, tal como lo advertimos, al asignarle a la Antropología Social el rol de sección particular del materialismo histórico dedicado a las formaciones económico-sociales en las que está ausente el modo de producción capitalista, priva a esta de cualquier intento de análisis de las vinculaciones entre estas “sociedades” y el modo capitalista de producción.

 

Si bien es cierto que la antropología, a lo largo de la historia particular de su construcción como disciplina, no hizo más que reiterar este des-conocimiento, su anexión a una teoría general del ”materialismo histórico”, sin un replanteo de semejante construcción del objeto, no puede más que reproducir sus formas mas estigmatizadas, independientemente que se hable desde una teoría critica de la sociedad como ha pretendido serlo siempre el materialismo histórico.

 

La cuestión de la articulación de Modos de Producción

 

El reconocimiento del hecho real en torno a las problemáticas de las transformaciones que los antropólogos observaban en las comunidades que estudiaban, produjo en la disciplina serios cuestionamientos respecto a su “objeto” de estudio tradicional, es decir la reconstrucción más o menos sistemática de dichas “sociedades”. No era ya suficiente decir con Godelier que el antropólogo al investigar estas sociedades presentes en la “historia viva, actual de estas sociedades” no puede más que asumir una actitud de justificación o de critica frente a su “destrucción”. Cualquiera de las dos actitudes requeriría de estudios sistemáticos en torno a los procesos por los cuales se operaban semejantes transformaciones. De otra manera aparecería negada en la práctica la formulación teórica de que no le corresponde a la antropología indagar sobre supuestas esencias humanas o sociedades originarias y tampoco, considerar determinadas actividades “económicas” que emplean técnicas y métodos tradicionales como meros relictos o supervivencias de un pasado a reconstruir. Si el funcionalismo,  a pesar de su “ingenuidad” teórica, había formulado correctamente, que si determinadas prácticas e instituciones existen en la actualidad, es porque cumplen alguna función en la totalidad social, antes que discutir metodológicamente la noción vaga de función, se hacía más interesante discutir en torno a qué realidad nos estamos refiriendo cuando hablamos de totalidad social.

 

Plantearse como problemática de investigación el porqué los sistemas de parentesco dominan en las sociedades primitivas, más que un problema conceptual sobre la noción de función, es reproducir, ahora si, la ideología funcionalista de considerar a un grupo étnico contemporáneo, cualquiera que sea, como una totalidad social, susceptible de reproducirse a si mismo. Interesados en desarrollar una teoría y un método que pudiera dar cuenta de las relaciones y transformaciones detectables a partir de los procesos “económicos” que vincularían a aquellas prácticas e instituciones sociales tradicionales con la dinámica de la expansión capitalista a escala mundial, un conjunto de autores que también se reconocen principalmente en la tradición marxista del análisis social, formularon propuestas alternativas de Antropología Económica (aunque quizás por precaución no denominaron bajo este rubro a sus investigaciones).

 

Es así que a partir de la década de los años 70, comienzan a cobrar importancia un conjunto de investigaciones en Antropología Social que intentan explicar la existencia de aquellas prácticas e instituciones sociales “primitivas” a partir de concebirlas “articuladas” con el  “Modo de Producción capitalista”. El concepto de “articulación de modos de producción” que está en la base del concepto formación económico-social, había sido planteado también por Althusser para dar cuenta de la heterogeneidad empírica que caracteriza al sistema capitalista, pero sus análisis no avanzaron en torno a establecer los mecanismos específicos por los cuales se vinculan orgánicamente dichos “modos de producción”.

 

Es importante destacar los aportes que sobre las formas de reproducción del proceso de dominación del modo de producción capitalista, principalmente en las estructuras rurales  realizaron una gran cantidad de autores analizando el fenómeno de la articulación de modos de producción, aunque con perspectivas variadas.   (A. Bartra, 1982; P. Phillipe Rey, 1971; S. Amin,1975; A. Palerm, 1980; C. Meillasoux, 1985; entre otros).

 

Un esfuerzo destacable en este sentido está contenido en el trabajo de C. Meillasoux  Mujeres. Graneros y Capitales, en el cual realiza un análisis de lo que él considera como “economía doméstica” y sus relaciones especificas con distintos Modos de Producción, aunque va a detenerse más precisamente en los mecanismos de transferencia de valor entre aquel “sector doméstico” y el sector capitalista:

 

“La comunidad doméstica es el único sistema económico y social que dirige la reproducción física de los individuos, la reproducción de los productores y la reproducción social en todas sus formas, mediante un conjunto de instituciones y que la domina mediante la movilización ordenada de los medios de reproducción humana, vale decir de las mujeres (...) En última instancia todos los modos de producción modernos, todas las sociedades de clase, para proveerse de hombres, vale decir de fuerza de trabajo, descansan sobre la comunidad doméstica y, en el caso del capitalismo a la vez sobre ella y su transformación moderna, la familia, la cual esta despojada de funciones productivas pero conserva siempre sus funciones reproductivas” (op. cit.: 9)

 

Con el análisis de las funciones de la “economía doméstica” en el capitalismo contemporáneo, Meillasoux se propone explicar determinados mecanismos de transferencia de valor entre este sector de la economía y el sector capitalista, formulando una propuesta programática interesante. Este autor, coincidiendo con investigaciones marxistas continuadoras de Marx (p.e. los análisis de Lenin sobre el Capitalisrno en Rusia o los de Rosa Luxemburgo en torno a los procesos de reproducción ampliada del Capital) va a proponer el requisito de una teoría que cuenta, no solo de los mecanismos de transferencia de valor entre modos de producción que implican la destrucción del modo de producción dominado, sino que también pueda dar cuenta de aquellas situaciones en que el Modo de producción dominado es preservado y bajo que condiciones.

 

El análisis de Meillasoux apunta explicar los mecanismos por los cuales el sector doméstico o la “comunidad doméstica”, a partir de su capacidad para producir un plustrabajo, transfiere valor al sector capitalista o, más específicamente: dada la capacidad de reproducción de fuerza de trabajo propio de la economía doméstica, el capital se apropia del valor contenido en dicha capacidad reproductiva, configurando uno de los mecanismos mas importantes y extendidos de transferencia de valor.

 

“La transferencia de la fuerza de trabajo desde el sector no capitalista hacia la economía capitalista se realiza de dos maneras. La primera bajo la forma de lo que se llamó el éxodo rural, la segunda, más contemporánea, mediante la organización de las migraciones temporarias”, y más adelante: “Estos enormes movimientos de población que marcan el desarrollo del capitalismo industrial, estas transferencias de millones de horas de trabajo hacia el sector capitalista, fueron y son aún el motor de todas las expansiones” (op. cit.: 152-154).

 

La duración relativamente larga de la denominada “estación muerta” de la comunidad doméstica agrícola facilita los movimientos campesinos en provecho de las clases explotadoras, así es que dependiendo del tiempo de duración de dicha estación muerta, es decir aquel tiempo en que el trabajador campesino está “librado” de las actividades productivas directas en su comunidad, será mayor o menor la transferencia, o bien la apropiación de plustrabajo que realiza el sector capitalista. Meillasoux, denomina “renta en trabajo” a esta alícuota de valor que se transfiere del sector doméstico hacia el capital. Más allá del uso un tanto arbitrario de esta categoría propia del denominado “Modo de producción feudal” el razonamiento nos parece válido como descripción de la problemática.

 

La economía doméstica sería entonces un prerequisito del capital para extraer, no solo una plusvalía proveniente del empleo de la fuerza de trabajo durante el proceso productivo sino que también extrae un plusvalor “extraordinario” al depositar la reproducción de la fuerza de trabajo en el sector doméstico, lo que se expresa a nivel de los precios, en los bajos salarios que perciben estos obreros, por lo general, temporarios. Para este autor, entonces, las denominadas “sociedades primitivas” contemporáneas están articuladas al capitalismo mediante dichos procesos de transferencia de su capacidad de producción de un plustrabajo, pero ello no se realiza sin contradicciones; contradicciones que se expresan en el doble movimiento que ejerce el capital: por un lado se reproduce apropiándose cuando puede de esa alícuota extraordinaria de valor contenida en el plustrabajo que aportan las economías domésticas a escala mundial, pero simultáneamente al buscar por dichos mecanismos una ganancia extraordinaria, pone en crisis a las capacidades reproductivas de las mismas economías domésticas.

 

Este razonamiento, en el que no profundizaremos más aquí, contiene dos premisas de interés fundamental, para nuestro programa de Antropología Económica: En primer término porque instala la problemática antropológica en aquel lugar clave en torno al rol de las denominadas “economías primitivas” o la “modalidad doméstica de la producción y el consumo” en su relación (que no es otra que de explotación) con el proceso de reproducción capitalista, superando de alguna manera la noción etnocéntrica de “supervivencias” y permitiéndonos a su vez construir nuestro objeto de investigación a partir de las preguntas emergentes de dicha situación. En segundo término, porque nos introduce en la posibilidad de producir conocimientos que consideramos mas profundos sobre las dinámicas específicas y, como observamos, contradictorias entre los procesos de reproducción del capital y de reproducción de la vida humana en los distintos rincones del planeta.

 

 

Hacia una propuesta de Antropología Económica

 

El recorrido que hemos realizado, de ninguna manera ha intentado ser un balance exhaustivo en torno a los planteamientos de los distintos autores y trabajos que se reconocen en la construcción del campo de la Antropología. La revisión realizada ha apuntado, ante todo, a ir señalando aportes y limitaciones que en el plano teórico y metodológico, y siempre desde nuestra perspectiva específica observamos que existen en dichas producciones para arribar paulatinamente a una propuesta de acuerdo a nuestra orientación programática de la materia.

 

Vamos a sintetizar ahora algunas premisas que a modo de Conclusiones provisorias orientan nuestra propuesta y que hasta el momento fueron sugeridas a partir del análisis de un conjunto de autores y textos que consideramos de cierta “representatividad” en el campo de la Antropología Económica.

 

La antropología económica intentó construirse como una interdisciplina, pero esta confluencia ha observado las siguientes características: (a) Se produce en un período del desarrollo de la Antropología Social en el que la mayoría de los especialistas requerían una teoría más generalizadora, de mayor alcance explicativo, con el objeto manifiesto de “superar” las limitaciones del particularismo y el funcionalismo que caracterizaban a la Antropología Social de entreguerras; (b) Semejante interés divide a los antropólogos de acuerdo a las adscripciones a determinada forma de concebir la teoría económica, aunque la teoría dominante es la teoría económica subjetiva,  principalmente la escuela de la utilidad marginal; (c) Los autores críticos de esta concepción de la teoría económica, al posicionarse tal vez en forma excluyente en respuesta a la problemáticas consideradas “epistemológicas” que se derivan de ella (p.e. estudio del comportamiento de los sujetos, de las instituciones o del sistema económico), no logran superar críticamente la construcción tradicional del objeto antropológico: “el estudio de las sociedades primitivas”. Pero entonces, la presencia a nivel mundial y actual de prácticas y actividades económicas tenidas en primera instancia como no correspondientes a las prácticas y actividades típicas de la sociedad capitalista, no son otra cosa que un campo de indagación para la reconstrucción, más o menos sistemática, de determinada organización socioeconómica en la historia y la historia concebida como la sucesión en el tiempo de formas diferenciales de “sociedad”.

 

Entendido como teoría general de los modos de producción, el materialismo histórico pareció no poder superar por el lado de la historia la construcción de una historia general universal y por el lado de la antropología una teoría de lo económico referido a al particular “Modo de Producción primitivo” . Por un lado porque relega en el campo de la historia el análisis de las transformaciones particulares y regionales que produce la dinámica de la expansión y reproducción ampliada de las relaciones capitalistas de producción, al apropiarse de territorios, procesos de trabajo, productos, etc. preexistentes a su intervención;  y por el lado de la economía,  el conocimiento de los procesos de valorización, es decir la sanción mercantil que impone la lógica capitalista a través de los precios a aquellas expropiaciones permanentes. Es por ello también que la cuestión de la validez o no de la traslación de las categorías de la Economía Política hacia formas organizativas del trabajo, la producción, distribución o el consumo, se convierte en un mero juego de palabras que tiende a soslayar el hecho fundamental de que, más allá de sus categorías, las relaciones sociales de la producción capitalista y con ellas sus contradicciones, se reproducen en forma cada vez más ampliada a nivel mundial.

 

Sin embargo esta expansión, es visibilizada académicamente como un proceso lineal, sin conflictos, como si la reproducción ampliada de las relaciones sociales de la producción capitalista tendiera a configurar el orden presupuesto por sus intelectuales orgánicos. Es decir como si “las sociedades primitivas” fuesen ese relicto no alcanzado por el nuevo orden imperante y no un producto de sus propias contradicciones, soslayando el rol histórico que le compete a la Antropología en la producción de esa otredad primitiva.

 

(d) Frente a la construcción de la noción de “aislado primitivo” que distinguió a las construcciones de la Antropología clásica y contemporánea y se reprodujo en un  sector muy amplio del campo de la antropología Económica de los años 60 y 70, surgieron líneas de trabajo que plantearon, en un comienzo, la necesidad de analizar las formaciones sociales como articulaciones de modos de producción. Independientemente de los aportes realizados desde esta concepción articulacionista, nuestra posición es que la noción de “articulación entre modos de producción” expresa de forma inadecuada los “componentes” que definen una formación social.

 

Esto es así ya que el Modo de producción capitalista (como cualquier modo de producción histórico) es al mismo tiempo un “modo de dominación”. El Modo de producción capitalista domina mediante la extracción del valor por la apropiación de los medios de producción y reproducción del trabajador directo. Al extraer valor, el capital en tanto relación social extrae las capacidades de trabajo y reproducción de “otros” modos de producción que se le enfrentan históricamente, transformándolos para adecuarlos al proceso de valorización  (tal y como lo indica la experiencia histórica del proceso de expansión del modo de producción capitalista a escala mundial). ([46])

 

 

Si el sentido del concepto de Modo de Producción es construir un “concreto de pensamiento” capaz de dar contenido a la noción de totalidad social y significar, entonces, los elementos centrales que componen “una estructura capaz de reproducirse” (Cfr. M. Godelier; 1976). Dicha totalidad social no puede ser hoy otra cosa que el modo de producción capitalista. Por otro lado si tal como se ha analizado se acepta que las relaciones sociales que configuran las transformaciones  de las sociedades etnográficas implican a su vez determinadas relaciones económicas (principalmente relaciones de producción), no será la “economía primitiva” o el “modo de producción primitivo” el que de cuenta de ellas.

 

El Modo de producción capitalista, siguiendo a Marx, se caracteriza por la producción generalizada de mercancías: forma generalizada que expresa la expansión de las relaciones de producción capitalista a escala planetaria, es decir el proceso histórico de expropiación del productor directo de sus condiciones de trabajo y reproducción de la vida. Proceso que está en la base de la dominación de las clases poseedoras de los medios de producción sobre las clases desposeídas.

 

Si se acepta que en la dinámica de su expansión, el modo de producción capitalista “transforma” los demás “modos de producción” y les “arrebata su funcionalidad para someterla a la suya” (S. Amin, 1975: 16) debería asumirse también que aquellos ya no pueden ser concebidos como “modos de producción articulados al modo de producción capitalista que los domina”, pues sus niveles de funcionalidad y de contradicción se expresan en una “totalidad social mayor”.([47])

 

Si  se insiste con cierto énfasis  en estas cuestiones, es porque en el campo de la Antropología Económica de tradición “marxista” el concepto de articulación de modos de producción ha inducido también, como se dijo, a reiterar en cierta forma el dogma aislacionista de la Antropología clásica al considerar a las sociedades etnográficas como laboratorios que permitirían reconstruir totalidades sociales ordenables en el tiempo como “Modos de producción” para luego reinscribir su análisis en una formación social determinada. ([48])

 

Si lo que algunos autores autodenominados marxistas conciben como “materialismo histórico” debe constituir el núcleo teórico-metodológico de una antropología económica sistemática en la producción de categorías y aproximaciones para el análisis crítico de lo real, dicha construcción no pasa a nuestro entender por la formulación de una teoría general de la historia o una teoría general de los sistemas económicos (M. Godelier, 1982:313).

 

En este sentido recuperamos el planteo de Marx respecto a que:

 

“No se trata del lugar que las relaciones económicas ocupen históricamente en la sucesión de las diferentes formas de la sociedad(...) se trata de su conexión orgánica en el interior de la sociedad burguesa moderna” (1979:267)

 

Es en el reconocimiento crítico del soslayamiento hacia el análisis de las conexiones orgánicas al interior de la formación social capitalista que había producido la Antropología Económica marxista y ciertas reminiscencias de la noción de “aislado primitivo” que implicaba el concepto  de modo de producción aplicado a las “sociedades etnográficas” que hicieron derivar los planteos de la cuestión articulacionista hacia la denominadas “teorías del sistema mundial”. Es decir, hacia el análisis de las relaciones de producción que expresan las formas en que determinadas fracciones del capital ejercen su dominio mediante aquel movimiento contradictorio ya señalado por Meillasoux y que permite explicar lo que este autor denomina como “sector doméstico” no ya como un rasgo residual, atípico o exterior a la racionalidad capitalista, sino como resultado de las formas que va adquiriendo históricamente el proceso de acumulación.

 

Lejos, entonces, de producir estructuras sociales y procesos históricos homogéneos, la reproducción simple y ampliada del capital produce y reproduce estructuras sociales , movimientos históricos y, en definitiva, sujetos sociales de una gran heterogeneidad. La expresión de dicho movimiento contradictorio de expansión  involucra a actores sociales distintos insertos en relaciones de producción y relaciones interétnicas con una historicidad concreta. Relaciones que fueron vinculando conflictivamente espacios territoriales y movimientos poblacionales diferentes que han ido configurando el mapa etnográfico del “sistema mundial” actual (I. Wallerstein, 1987; R. Robertson y F. Lechner; 1985; F. Lechner, 1984; E. Wolf; 1984).

 

Ahora bien, es un hecho conocido que la perspectiva de análisis del sistema mundial han recibido críticas en distintos sentidos,  y en particular desde determinada antropología social. Nos interesa aquí analizar algunos planteos críticos de M. Sahlins referidos a la obra de Wolf citada anteriormente. Refiriéndose al mismo Shalins objeta “(...) parecería que solo quedaba para la Antropología la tarea de hacer una etnografía global del capitalismo(...) porque apenas se menciona el modo en que los pueblos nativos trataron de organizar aquello que los afectaba en los términos de su propia cultura”. (1990:95)

 

Pareciera ser, también, que cuando se formulan análisis, que tienden a dar cuenta de aquellas conexiones orgánicas de las que hablaba Marx, aparecen contrastativamente supuestas defensas de la vieja noción del sagrado aislado primitivo antropológico . Claro está que expresado en términos de “resistencias culturales” y con la pretendida autoridad antropológica (ya no etnográfica) de intérprete del punto de vista del nativo. En reinvindicación de esto último, Sahlins escribe:

 

“Mercaderías europeas aparecen como señales de beneficios divinos y concesiones míticas obtenidas a través de intercambios y ostentaciones ceremoniales que constituyen también, sacrificios dictados por la costumbre. Así, desde el punto del nativo, la explotación por el sistema mundial puede representar un enriquecimiento del sistema local. A pesar de haber una transferencia lucrativa de fuerza de trabajo para la metrópoli, a través de valores de cambio desiguales, los pueblos de las tierras remotas adquieren mas bienes de extraordinario valor social, con menos esfuerzo de lo que jamás hubieran podido en los tiempos de sus ancestros. Se suceden entonces las mayores fiestas, intercambios y sesiones de canto que jamás hayan acontecido. Como esto significa una acumulación máxima de beneficios divinos a través de poderes sociales humanos, el proceso es, en su totalidad, un desarrollo en los términos de la cultura en cuestión” (op. cit. : 96).

 

En síntesis, Sahlins parece sostener  “una acumulación máxima de beneficios divinos” se produce con la expansión de las relaciones capitalistas en la sociedades “nativas” y, nada mas autorizado para sostener semejante etnocentrismo que el recurso al punto de vista del nativo (autorizado) y “la cultura en cuestión”.

 

Como ejemplo etnográfico de este particular movimiento de maximización Sahlins recurre a los Kwakiutl, recuperando sus imaginarios de cultura particular de la mano de la antropología subjetivista. Únicamente en la ficción de la economía y la antropología subjetivistas la transferencia de valor es equiparable a la “riqueza” que produce una “acumulación de beneficios divinos”.

 

Al mismo tiempo y como es recomendable hacer en estos casos habría que preguntarse a qué nativo consultó Sahlins para conocer su “punto de vista”, pues también aquí los sueños crean monstruos. Este autor parece mezclar en un mismo nivel “homogeneizante” el punto de vista que pudiera llegar a tener un jefe de numaym Kwakiutl, que se supone incrementa su prestigio a partir de la realización de las fiestas rituales, con el punto de vista de cualquier otro miembro de la reserva que debe vender su fuerza de trabajo para obtener los recursos con los cuales se realizan dichas fiestas.

 

Lo que M. Sahlins en realidad parece haber consultado (tal y como se desprende de la bibliografía citada) son las etnografías tradicionales sobre los Kwakiutl (cfr. Codere, 1950) que relatan un incremento en los potlaches practicados por los numaym a partir del establecimiento de las presiones militares hacia mediados del siglo pasado (p.e, el establecimiento de Fort Rupert en 1849). Más allá de las discusiones suscitadas en torno a este fenómeno, existe otro hecho histórico concreto: el gobierno decide prohibirlos hacia 1920 (Cfr. Piddocke, 1981).

 

Tal vez, el equilibrio que parece sugerir este autor entre el incremento de la productividad del trabajo y el incremento de las fiestas, solo pudo ser logrado por la intervención del Estado que “racionalizó” los comportamientos aborígenes. Se nos ocurre pensar que ello encuentra un nivel de explicación en el hecho de que la ocupación de la fuerza de trabajo en las pesquerías, madereras y otras industrias de la región, que contrataban la mano de obra Kwakiutl, requería de un disciplinamiento social y económico de dicha mano de obra ya que el incremento de las fiestas potlatch y el incremento de prestigio entraba en contradicción con su empleo sistemático. Es posible sostener en tanto hipótesis de trabajo que al capital pesquero y a la política estatal le interesaba, más la transferencia de valor que el prestigio de los jefes. Tales hipótesis de trabajo tendrían, al menos, mayor sustentabilidad que las invenciones etnográficas de Sahlins sobre la inflación festiva que acarrea la llegada de las “mercaderías europeas” .

 

Tal vez exista cierta probabilidad que, como lo plantea Sahlins, “la expansión del comercio capitalista abrió nuevos horizontes de engrandecimiento social para los jefes Kwakiutl”, pero el incremento de prestigio ya no se asentará en “creencias misteriosas” de la población (según su propia expresión) . A partir de allí estaría asociado a la sanción mercantil del trabajo que impone la mercancía y, si los jefes se resistieron a ello  en momentos que era necesario el empleo de la mano de obra aborigen para la producción capitalista, el estado no dudó en intervenir para garantizarlo.

 

Por ello, no parece sustentable plantear que los nativos “organizaron” la resistencia a la penetración capitalista en términos de “su propia cultura” (una afirmación genérica, poco explicativa y sin dudas obvia), sino que, siempre en un plano hipotético, los jefes  intentaron resistir la dominación que el capital estaba ejerciendo sobre los numaym tratando, tal vez, de incrementar su prestigio,  forma principal que conocían de ejercer la jefatura. Pero ello, en adelante, ya no era posible porque entraba en contradicción con el incremento de la producción que se requeriría para obtener los objetos de las ceremonias y a su vez reproducir a los productores mediante el empleo en el sector capitalista.

 

Si los jefes Kwakiutl, en algún momento, llegaron a pensar como Sahlins que las mercancías europeas eran señales de origen divino, pronto los dispositivos de la dominación se encargaron de demostrarles que era otra la religión que debía imperar. Pero, además, ya existía un hecho social previo al ingreso de las mercancías externas, de los “bienes divinos”: el despojo de los territorios de caza, su “almacén primitivo de víveres” y por lo tanto el proceso de conversión en mercancía del trabajo aborigen. La reserva kwakiutl fue organizada en tanto reserva de mano de obra, un dispositivo institucional que debía reproducir fuerza de trabajo y no el prestigio de los jefes. El incremento del prestigio de los jefes debió haberse topado con estas constricciones específicas que corresponden a la sanción mercantil del trabajo.

 

Sahlins, sin profundizar en estas cuestiones (a las cuales responde con el remanido estigma de considerarlas parte de ‘utilitarismo marxista’) sostiene “Los antropólogos registran algunas formas espectaculares de cambio social indígena convertidas en nombre de la persistencia cultural, en modos de resistencia política”. (Idem). Sin embargo y a contrapelo de su loable interés por las resistencias indígenas en ningún momento nos aclara de que manera los incrementos de prestigio de las jefaturas Kwakiutl se transformaron en resistencia política, ni muchos menos en formas espectaculares de cambio social. Salvo que el espectacular cambio social mentado sea el hecho comprobable desde hace décadas, que en las reservas Kwakiutl los jefes venden artículos tradicionales (mantas, blasones, etc. ) que fabrican artesanos de la reserva dando muestras de enriquecimiento a partir de haber logrado transferir una parte de la fuerza de trabajo de los “nativos” hacia su provecho, usufructuando también, el hecho de que la reserva hoy es un centro de atracción turística, frente a la crisis de aquellas otras fracciones de capital.

 

Es posible plantear el interés antropológico que significa analizar las transformaciones de las reservas indígenas en la costa nordeste americana al pasar de su significación primera como reservorios de mano de obra para los emprendimientos del capital agrario regional hacia su estructuración como centros de interés turístico. Sin embargo, atribuir estos cambios a resistencias de “la propia cultura” (como inevitablemente lo sugiere el análisis de Sahlins) implica, en el contexto de la escasa sustentabilidad de sus argumentos, sugerir que las resistencias indígenas (no explicitadas) fueron articuladas por las fracciones del capital vinculadas al turismo, salvo, una vez mas, que se considere que la comercialización de artesanías es una muestra de resistencia cultural y que la antropología pueda seguir usufructuando esa vaga noción de cultura que caracteriza a sus aproximaciones mas reaccionarias en ciencias sociales.

 

Precisamente si hay una aproximación utilitarista al análisis social, es aquel que reproduce los conceptos de utilidad, maximización, etc. de la economía subjetiva en códigos “culturalistas”, transformando el potencial crítico de la antropología en un mero recurso estigmatizante pretendiendo justificar la explotación mediante el argumento de las particularidades culturales de los explotados. Aún mas, estas interpretaciones que de alguna manera tienden a dar rienda suelta, consciente o inconscientemente, al imaginario social dominante  debería constituirse en el objeto central de investigación desde una antropología crítica, máxime cuando estos análisis tienden a soslayar cuestiones tales como el hecho de que en la reservas Kwakiutl se han llegado a detectar los índices de suicidio más altos de Canadá. Con la salvedad, claro está que, siguiendo sus propios argumentos Sahlins pueda llegar a proponer que el suicidio no es más que una práctica agonística emergente a partir de que los indios han reinterpretado el aluvión de “mercancías europeas” como un potlatch del Gran Estado de Bienestar hacia ellos aunque esta vez sin contraprestación posible ( [49])

 

Analizar la conexión orgánica de las relaciones económicas (Marx) en la sociedad capitalista no implica (tal como suele sugerirse) pasar por alto la cuestión de las formas particulares (sociales y culturales) específicas que dichas relaciones adquieren cuando se trata de los movimientos de valorización del capital apropiándose de procesos de trabajo y reproducción social preexistentes a su intervención. Tampoco implica desconocer los procesos de resistencia culturales y/o políticos que se han producido y se producen en el  denominado “Sistema Mundial” o en contextos específicos (no pensamos tampoco que semejante desconocimiento pueda ser atribuido a la obra de Wolf). De todas maneras, no es mediante los conocidos “dualismos” estructura/acontecimiento o bien  estructura social/sujeto social que de alguna manera interpelan los análisis que enfatizan alguno de los términos dominación/resistencia, donde podemos encontrar la clave de una aproximación antropológica e histórica a los fenómenos sociales y mas específicamente a la producción de sujetos sociales.

 

Así, si los pueblos resisten (activa y pasivamente) no es  una cuestión que pueda ser concebida como una problemática teórica (ya que no admite discusión, a menos que se crea religiosamente en la paz de los mercados) sino un hecho social susceptible de ser recuperado desde la práctica cotidiana particular de los sujetos sociales y el compromiso del antropólogo con ella. Pero, entonces, la configuración de una discursividad en torno a sus sentidos y significaciones no debería ser parte de la especulación teórico-metodológica sino de una reflexión en relación a la práctica antropológica. Dado que esta práctica antropológica no puede soslayar su lugar en la producción de sentidos sociales  (al menos que se siga recuperando aquel objetivismo etnocéntrico que pretendía hacer del distanciamiento y la exotización del otro el fundamento de su construcción científica). Aún mas, dado que los sujetos en los cuales referencia su análisis la Antropología existen también en tanto producciones y estructuraciones previas, entonces un primer nivel de reflexividad etnográfica debería estar constituido por el reconocimiento del interjuego, entre aquellos niveles que preexisten e incluso configuran la existencia de los sujetos sociales  y del lugar que ocupa en tal sentido la producción del discurso  antropológico en su visibilización social.

 

Los sujetos sociales no son entidades ontológicas cuya esencia debe rescatar el etnólogo o antropólogo ni tampoco meros productos de dispositivos estructurales (políticos, económicos o ideológicos). Sobre el primer punto, M. Foucault, alertaba  hace ya veinte años que “ en vez de preguntar  a sujetos ideales que es lo que han podido ceder de si mismos o de sus poderes para dejarse sojuzgar, se debe analizar de qué modo las relaciones de sujeción pueden fabricar sujetos” (op. cit; 1992). Es que mas allá del modelo voluntarista de la economía política del sujeto o bien sobre su fondo ideológico (agente decisional en el mercado de bienes o en la disputa política) se deben hallar los procedimientos por los cuales los sujetos se construyen socialmente y para lo cual requieren ser identificados, clasificados, visibilizados por el poder.

 

Pero esta visibilización (productora de identificaciones) no debería ser considerada como el resultado de un mero accionar reproductivo de una estructura de dominación. El vector de sentido de la visibilización de sujetos sociales es la contraparte de la lucha social de los mismos en antagonismo con las modalidades de su sujetación. Negación de la negación en la estructuración dialéctica de los hechos sociales (parafraseando a A. Guiddens, op. cit.) y de las prácticas (esta vez siguiendo a P. Bourdieu, op. cit.). ( [50])

 

Es que detrás de elaboraciones culturalistas como las de Sahlins resuenan los ecos del voluntarismo metodológico y el subjetivismo siempre asociados. El voluntarismo metodológico, en este caso, se lleva de la mano con la presunción de que la expansión de las relaciones capitalistas de producción reproducen permanentemente y en forma ampliada el orden que presuponen sus intelectuales orgánicos, lo cual deja lugar a que ante la emergencia del conflicto (siempre latente, a veces explícito) el mismo pueda ser codificado en términos de “pautas culturales” atribuidas (de ninguna manera ingenuamente) a los  “otros”.

 

El subjetivismo, al mismo tiempo, pretende permanentemente re-presentar un supuesto “rescate” del sujeto, concibiendo a este, otra vez, en forma voluntarista (mimetizándose sus exploradores con los imaginarios de su propia subjetividad). Es posible incluso preguntarse si este tipo de subjetivismo idealista mas que producir una recuperación del sujeto no implica en muchos casos reproducir la noción burguesa de la sociedad en tanto estructurada en base a sujetos económicos y políticos soberanos en sus decisiones (la soberanía del consumidor, la soberanía del ciudadano, la soberanía de las nuevas minorías) soslayando el complejo entramado que configura su estructuración como tales.

 

Hemos intentado observar de qué manera la teoría económica subjetiva (hegemónica) produce determinada visibilidad de los sujetos precisamente para reconstruirlos allí donde pretende que imperará el orden imaginado. Es por ello que, como señalara O. del Barco: “ describen ciertas superficies de un cuerpo en hueco, cuantifican, construyen una apologética inconsciente, acumulan datos abrumadores  que instrumentalizan en pro de la funcionalidad no conflictiva del sistema, se trata de la  ‘ciencia burguesa’ como repite Marx, ciencia inmanente al sistema” . (1982.20)

 

El lugar de la Antropología, lo hemos señalado ya, no debería entonces ser construido como un conocimiento reducido, acotado a “llenar” esa hueca superficie con sus datos etnográficos y menos aún a reproducir la noción de soberanía del sujeto presupuesto en el modelo de orden social que produce la economía de los sujetos “económicos”.

 

Es importante reiterar que no es sostenible la idea de que de que la economía subjetiva formula modelos del comportamiento de los agentes económicos sino que, como se dijo anteriormente y a partir de lo expresado por sus propios sostenedores, formulan meramente las condiciones  ideales (para lo cual asocian estas  a recomendaciones en términos de lineamientos de políticas económicas) para justificar que dichos comportamientos se han de dar lugar en el futuro. Esa especie de doctrina normativa que implica en última instancia pensarse a sí misma, reiteramos, como una profecía autocumplida.

 

Retomemos pues para concluir esta parte, la pregunta en torno a la manera en que podemos plantear una Antropología Económica que parta de aquella premisa sustentada por Marx en torno a considerar como objeto central de análisis la “conexión orgánica de las relaciones económicas” en el capitalismo. Dicho análisis se situará para nosotros en las dinámicas específicas en que el capital subsume procesos de  trabajo y formas de reproducción de la vida en el marco de su reproducción simple y ampliada. La heterogeneidad y especificidad de  dichos procesos adquieren su unidad en el proceso de valorización, “unidad de lo diverso”, pero también unidad contradictoria, ya que el capital siendo un proceso continuo de extracción de valor mediante la reproducción de determinadas relaciones de dominación, debe enfrentarse al trabajo en tanto “otredad” de sí mismo.

 

La estructuración dialéctica de las relaciones capital/trabajo genera al mismo tiempo,  permanentes  transformaciones en los procesos de producción que persiguen el disciplinamiento social del trabajo para someterlo a la lógica de su  valorización. Sin embargo, el enfrentamiento entre capital y trabajo (centro de las denominadas crisis del capitalismo) se expresa en primera instancia en los mismos dispositivos de valorización directa (unidades de producción) controlados por la burguesía, los cuales frente a las modalidades de resistencia que emergen del trabajo tienden a ser reorganizados y hasta eludidos tanto mediante la transformación técnica de los procesos productivos (transformaciones en la composición orgánica del capital) como por formas contradictorias de sanción mercantil del producto del trabajo.

 

Es  así, que se reproducen dispositivos y  procesos de obtención ganancias extraordinarias en la forma de “renta” (en trabajo o dinerarias) que a su vez implican tipos específicos de “crisis” y que exceden el esquema político e ideológico (podríamos decir ya cultural) que ha posibilitado históricamente erigirse al capitalismo como un modelo tendencial hacia el ordenamiento y regulación de la reproducción de la vida a nivel mundial.

 

Así, por ejemplo, el gran movimiento financiero a escala planetaria de un despliegue sin precedentes a partir de la segunda posguerra puede ser explicado en su doble determinación: por un lado como un proceso de concentración de capital dinerario colocado ya no para la reproducción del capital y del orden disciplinar en términos de valor sino en términos de renta financiera y, por el otro, como resultado del “poder constitutivo del trabajo” (Cfr. W. Bonefeld y J. Holloway, 1995; H. Cleaver, 1995).

 

Subordinación del capitalismo colectivo ideal de los manuales de economía y los dispositivos de políticas regulatorias frente a la lógica reproductiva del “interés” de la acumulación dineraria privada. Globalización de los circuitos de reproducción de excedentes transformados en capital financiero que responden  a una modalidad rentística de reproducción capitalista que sólo pueden producir “crisis” de acumulación de plusvalor. Sin embargo, la acumulación financiera a nivel mundial que es la base y sustento de todo el denominado proceso de globalización económica y también los intentos de robotización total de procesos productivos pretendiendo eludir el conflicto con el trabajo, al no producir a este en tanto fuerza de trabajo, profundiza hasta límites insospechados (aunque empíricamente ya visualizados) la expropiación de sus capacidades de reproducción de la vida, enfrentándolo al mismo tiempo y cada vez mas a sus propias condiciones de existencia, a la emergencia de construcción de una  historia y culturas propias del trabajo en relación a los dispositivos del capital en tanto productor del sujeto económico. ( [51])

 

La coexistencia de renta en trabajo y producción de plusvalor que hace a las específicas relaciones entre capital y trabajo cuando el primero se enfrenta a procesos de trabajo preexistentes a su intervención ha sido mostrada por C. Meillasoux en la obra comentada con anterioridad recuperando el concepto de producción y reproducción doméstica por lo que no reiteraremos la validez de su aporte ni en su descripción. Nos detendremos aquí brevemente en el análisis de algunos conceptos que pretenden profundizar en dicha dirección.

 

Antropología económica: las formas de subsunción del trabajo y las economías domésticas al capital .

 

Uno de los conceptos que nos interesa analizares el de subsunción del trabajo por el capital desarrollado por Marx en “El Capital” y profundizado en el denominado Capítulo VI “inédito” (K. Marx, 1983).

 

Al analizar el proceso de producción capitalista, Marx intentó dar cuenta de las transformaciones históricas concretas imbricadas en el proceso de expansión del capital, extrayendo de allí algunas formulaciones teóricas en cuanto a las transiciones sociales propias de dicha expansión. En principio Marx va a señalar dos momentos históricos diferenciales de conformación de las relaciones de la producción capitalista.

 

El primero caracterizado por la forma general de todo proceso capitalista de producción y que estaría en la génesis misma del capital en tanto relación social: la separación del productor directo de sus medios de producción y la sanción mercantil al trabajo que dicho proceso implica. Analiza, entonces, los procesos que dieron lugar a la expropiación de artesanos y campesinos de sus medios de producción, aunque esta apropiación no significaría en una primera etapa histórica la transformación técnica de los procesos de trabajo tradicionales (período de la manufactura en Inglaterra). En estas condiciones, la forma predominante de extracción de valor es la relación de producción entre capitalistas poseedores de los medios de producción y trabajadores que únicamente poseen su fuerza de trabajo para vender a aquellos. La conformación de esta relación como relación social fundamental del Modo de producción capitalista es específicamente “económica”, según Marx, en el sentido de que ya no resultarían necesarios mecanismos de coerción “exteriores” a dicha relación para garantizar la extracción de plustrabajo.

 

Llamó a esta primera fase del capital, a esta primera manifestación de las relaciones de producción capitalistas, “subsunción formal del trabajo por el capital”, indicando con ello dos cuestiones. La primera, ya señalada, es que en esta etapa no se realiza una modificación técnica sustantiva en los procesos de trabajo preexistentes. La segunda es que en tales condiciones tecnológicas la forma que puede asumir la extracción de plusvalor es mediante una prolongación de la jornada laboral. En este orden de razonamiento, llamó “plusvalía absoluta” al proceso correspondiente de extracción de plusvalor.

 

Sin embargo, continuando con su razonamiento, lo que es intrínseco al proceso de expansión del capital es la permanente revolución técnica de los procesos de trabajo, superando de esa manera los límites a la extracción de valor que implica la subsunción formal. Ciertamente, al existir un límite (hasta físico) en la prolongación de la jornada laboral (límite al que incluso llegaron las relaciones de la producción capitalista en las primeras etapas de la manufactura, generando los consabidos conflictos y primeras resistencias obreras analizados por el propio Marx), el capital comienza a configurarse como un proceso tendiente a disminuir el tiempo de trabajo socialmente necesario (para la reproducción de la fuerza de trabajo) aumentando por consiguiente el tiempo de trabajo “excedente”. Este movimiento, expresado como un incremento del capital constante sobre el capital variable en la composición orgánica del capital, va dando lugar, paralelamente, a un proceso de aumento de la productividad del trabajo en una misma unidad de tiempo. A esta característica (mas “desarrollada”) de las relaciones de producción la llamó “subsunción real” del trabajo al capital, denominando al mismo tiempo “plusvalía relativa” a la forma correspondiente de extracción de plusvalor.

 

En definitiva, tanto la subsunción formal como la subsunción real y sus modalidades de extracción del plusvalor, eran para Marx las formas histórico-concretas en que se expresan las relaciones de la producción capitalista: el proceso de transición de la manufactura a la gran industria capturado mediante una abstracción concreta.

 

Sin embargo, el hecho de que Marx haya utilizado estos dos conceptos centrales para dar cuenta tanto lógica como “empíricamente” del proceso de expansión del modo de producción capitalista en un contexto determinado (tal como se ha dicho, el paso de la manufactura a la gran industria en Inglaterra), no es motivo  para negar la posibilidad de que se requieran nuevos conceptos operacionales con el objeto de dar cuenta de otros desarrollos históricos concretos que adquiera la reproducción del capital.

 

Tanto teórica como metodológicamente, la atención a los procesos de subsunción del trabajo al capital responden a la premisa de centrar el análisis precisamente en las relaciones sociales de producción, es decir en las relaciones de dominación del capital sobre el trabajo, las cuales, según lo que se viene planteando, resultan heterogéneas, conflictivas y contradictorias. Si la unidad de lo diverso se encuentra en el movimiento de valorización del capital, las formas que adquiere dicho proceso al intentar sancionar mercantilmente a los procesos de trabajo y reproducción de la vida “preexistentes” a su intervención, son también múltiples. De allí el requerimiento en profundizar sobre las categorías que pudieran dar cuenta de tal movimiento.

 

Las categorías de subsunción formal y real aluden en Marx a la forma generalizada de la producción capitalista, aunque dicha forma generalizada responda al proceso específico del capitalismo en las condiciones históricas concretas estudiadas por aquel. Pero para que las categorías no expresen una especie de teleología en términos de “necesariedad” histórica, deben ser sistemáticamente puestas a prueba con el movimiento histórico objetivo del proceso de acumulación (expansión) en contextos específicos.

 

De allí que una serie de investigaciones concretas sobre dicho movimiento en contextos particulares hayan señalado un interés teórico por profundizar en los contenidos de aquellos conceptos. En principio, puede señalarse que tanto la subsunción formal como real expresan formas “directas” de dominio del capital sobre el trabajo. Esto es, el control directo de los procesos de trabajo como forma predominante. Sin embargo existen movimientos históricos concretos del capital en los cuales las formas de dominación sobre el trabajo se manifiestan a través de modalidades “indirectas”.

 

La noción de subsunción indirecta ha sido utilizada por algunos autores interesados en analizar las formas de dominación del trabajo por el capital en determinadas estructuras rurales. Con ella se designa a las formas que adquiere la relación capital/trabajo contextos en los cuales una parte importante de la reproducción de la fuerza de trabajo es garantizada por el sector doméstico y cuyo valor, por diversos mecanismos vinculados a la contratación temporaria o a la especulación comercial, es apropiada por el capital. ( [52])

 

Sin desarrollar pormenorizadamente el conjunto de implican­cias de aquella noción, diremos que la misma indica formas específicas de ciertas ramas del capi­tal de intentar ejercer su dominio sobre el trabajo, y que no res­ponden a las formas directas (teóricas e históricas) analiza­das por Marx. ( [53])

 

Ciertamente, al centrar el análisis en modalidades de dominación (subsunción) del trabajo por el capital , se avanza hacia la profundización de la dinámica de la reproducción de la fuerza de trabajo. Aquí se detectan una serie de configuraciones que parecerían no quedar representadas por aquellos conceptos  clásicos. Una de ellas  y de especial interés hacia los objetivos planteados, es el proceso de expansión de la gran industria capitalista en el agro y la subsunción por dichas ramas de la producción agraria de las economías domésticas.

 

Esta subsunción se realiza en condiciones tales que estas economías operan controlando, en grados y niveles que es necesario determinar, medios de producción que garantizan en parte la reproducción no sólo de la fuerza de trabajo sino también de formas de socialización  que se expresan en procesos de trabajo y reproducción de la vida específicos, y que intervienen en parte en la configuración de etnicidades e identidades sociales particulares.

 

Por el lado del capital, al centrar parte del proceso de valorización en la transferencia de valor que producen estas economías domésticas y que constituye uno de los mecanismos de obtención de ganancias extraordinarias, se tiende a delegar en ellas el control sobre ciertos procesos de trabajo, delegando también parte del control sobre sus condiciones de existencia. Es precisamente en estas condiciones contradictorias donde el disciplinamiento de la fuerza de trabajo (en el sentido planteado por Marx) requiere de la intervención de organismos capaces de ejercerlo, es decir instancias formalmente “exteriores” a la relación capital/trabajo.

 

Lo anterior nos remite a considerar al menos cuatro cuestiones implicadas en el proceso de acumulación del capital en determinadas estructuras agrarias, que no necesariamente resultan en las formas clásicas del dominio del  capital sobre el trabajo.

 

1) La presencia de procesos de extracción de valor basados en la explotación estacional de fuerza de trabajo, cuya reproducción está garantizada, en grados y niveles de profundidad que es necesario considerar, por las “econo­mías domésticas” que integran a dicha fuerza de trabajo (C. Meillasoux, 1975; P. Phillipe Rey, 1980; A. Bartra, 1982; A. Stoler, 1987).

 

2) Vinculado a lo anterior, la contradicción latente entre explotación y reproducción doméstica que configuran tendencias heterogéneas en la relaciones de producción, dando lugar a transformaciones de dichas economías domésticas que no implican necesariamente su “desaparición”, sino una resignificación de sus condiciones de producción en términos que se hace necesario investigar.

 

3) El impacto de tales procesos en las variaciones que se producen en la composición orgánica de una rama o fracción del capital, es decir la forma que adquiere el desarrollo tecnológico cuando el capital se enfrenta, entre otras, a estas “ventajas comparativas”.

 

4) La presencia, también en diversos grados y nive­les que es necesario determinar, de mecanis­mos actuales de coerción “política” como garantía de la reproducción de la rela­ción capi­tal/tra­bajo.

 

Se sostiene aquí que estos son los aspectos particulares de las formas de subsunción indirecta del trabajo al capital para el caso que nos ocupa. Estos aspectos poseen grados de correlación significativos y constitu­yen los ejes que permiten avanzar en nuevos niveles de análi­sis en torno a las especificidades del proceso de conformación de las formaciones sociales.

 

Ahora bien, a medida que nos detenemos etnográficamente, en el análisis  de una determinada formación social , es posible detectar la expansión de distintas fracciones del capital (agrario, mercantil, financiero, industrial) que subsumen también procesos de trabajo doméstico diferenciables, generando a su vez contradicciones particulares.

 

El término “subsunción indirecta diferenciada del trabajo por el capital” hace referencia al hecho de encontrarnos frente a niveles de correspondencia y de contradicción entre aquellas formas particulares de expresión del capital ,  modalidades específicas de economía doméstica y la producción de sujetos sociales como resultado de dichos niveles de correspondencia y contradicción.

 

Así, por ejemplo, al internarnos en el estudio de las modalidades domésticas de producción en una formación social específica: el Chaco central, se observa que las actividades de recolección, pesca y caza practicadas principalmente por la población indígena, y por otro lado, las actividades de ganadería extensiva prototípica de la población criolla, son la expresión que a nivel de los procesos técnicos de trabajo  indican aquellas modalidades diferenciales.

 

Los procesos de trabajo que involucran a ambos sectores de población generan también transferencias de valor de manera distinta. Así, la economía mercantil simple del criollo ganadero transfiere valor a partir de la intermediación usuraria comercial, mientras que los procesos de trabajo que involucran las actividades de recolección, caza y pesca practicada por las unidades domésticas indias transfieren valor a partir de la apropiación del trabajo no pago contenido en la fuerza de trabajo que emplea el capital.

 

Sin embargo, aquí la distinción no es absoluta. Profundizando en su análisis es posible mostrar de qué manera los propios procesos de trabajo domésticos indígenas están siendo transformados con características muy específicas, no sólo por la dinámica de la expansión del capital agroindustrial, sino también por la inclusión de sus producciones en circuitos mercantiles. ( [54])

 

La necesidad de distinguir situaciones diferenciales en que distintas fracciones del capital subsumen los procesos de trabajo (en este caso en la población criolla y la población aborigen) radica en que la misma constituye un elemento de suma importancia para comprender no únicamente el rol que ocupan en la estructura agraria regional, sino al mismo tiempo para arrojar claves analíticas sobre la conformación de identidades sociales, culturales y políticas, como así también dar cuenta del significado histórico-concreto de cada modalidad presente en los procesos de valorización.

 

En principio, la producción del criollo ganadero de dicha formación social ha estado históricamente dirigida hacia una valorización en el mercado. Valorización que por otro lado ha sufrido un drástico deterioro por la ineficiencia tecnológica a la que dicha modalidad mercantil simple quedó relegada ante el avance de la producción ganadera de corte capitalista, al punto de poner en crisis la viabilidad reproductiva de aquella modalidad de producción. Sin embargo, su ubicación en un contexto fronterizo cercano a mercados regionales en los cuales la ganadería pampeana, tecnológicamente en condiciones muy superiores para producir una mercancía de mejor calidad pero orientada a mercado externos, le otorgaba condiciones especiales para su desarrollo. Esto, sumado a un conjunto de situaciones políticas, le permitió tanto un proceso de relativo crecimiento de su economía mercantil simple como también alimentar expectativas de una reproducción ampliada, aún en el marco de una tendencia involutiva de su modelo. Paralelamente, la reinstalación de un discurso “criollista” como espacio simbólico en donde se juega la producción de identidades colectivas e identificaciones desde el poder tiene un primer nivel de anclaje en las contradicciones señaladas.

 

En cambio la población aborigen, desde la derrota militar y el despojo territorial, ha estado sometida a un proceso de disciplinamiento e incorporación compulsiva al mercado de trabajo. En tal sentido, su población puede se caracterizada como trabajadores estacionales que han sido incorporados al mercado de trabajo en función de la relativa capacidad de reproducción de su fuerza de trabajo en tanto economía domestica, es decir por su capacidad de transferir un plustrabajo al proceso de valorización de las fracciones de capital contratantes, aunque también a riesgo de poner en crisis dichas capacidades.

 

Profundizando en lo expuesto, otra variable interviniente en el análisis de los procesos de valorización es la capacidad de “retención” del “sector domestico” de su fuerza de trabajo en su interior respecto al asalariamiento, cuestión  que remite necesariamente a los particulares procesos de puja “política” por su apropiación por los que ha atravesado cada actividad. Por ejemplo, la relativa pujanza de las actividades ganaderas hacia principios de siglo, en contraste al despojo territorial hacia la población indígena, constituyó un elemento diferencial en la retención doméstica de cada grupo frente a la semiproletarización promovida por los ingenios azucareros del denominado “ramal” saltojujeño.

 

Hoy es posible encontrar que gran parte de las unidades domésticas indígenas practican parcialmente actividades de corte mercantil simple (parte de la pesca, las artesanías, etc.), combinando estas actividades con la inserción temporal de parte de su fuerza de trabajo en las explotaciones del poroto alubia en el llamado “umbral al Chaco”, generándose contradicciones específicas entre ambas alternativas. Al mismo tiempo, contingentes importantes de pobladores criollos han sido expulsados hacia las periferias urbanas en busca de asalariamiento.

 

Si hacia principios de siglo la “economía” mercantil simple del criollo observaba un relativo dinamismo en la medida en que usufructuaba un espacio sin renta con buena productividad de forraje y mercados ganaderos regionales de relativa importancia, hoy la productividad media de las unidades domésticas criollas no alcanza siquiera para reproducir en términos físicos a sus miembros, quienes deben complementar su ingreso asalariándose o retirándose hacia otras actividades.

 

Tal vez a esta altura sea posible comprender el sentido que se le otorga aquí a la formulación de Antropología Económica de una formación social.  Precisamente, al profundizar el análisis de las formas particulares que adquieren los procesos de valorización, mediante la categoría de subsunción indirecta y diferenciada, problemáticas que en muchas ocasiones aparecían construidas como exteriores a dichos procesos adquieren relevancia.

 

Así, tanto los movimientos reproducción ampliada del capital como la emergencia de dispositivos de  estatalidad y producción de identidades sociales pueden ser leídos desde las características particulares de la relación capital trabajo.

 

La categoría de subsunción indirecta y diferenciada, permite también leer a las relaciones interétnicas en las mismas claves (niveles de análisis) que dan cuenta de las relaciones de producción que, según hemos observado es también una de las claves para hacer inteligible la producción de sujetos sociales apuntando hacia lo que se podría denominar, tal vez demasiado ambiciosamente, una crítica a la economía política de la etnicidad.

 

El movimiento de reproducción del capital es pues un movimiento contradictorio que produce y reproduce a su vez dispositivos de dominación específicos y sujetos sociales tendientes a ser funcionales al mismo, sin conseguirlo mas que recreando formas de coerción arcaicas propias de su historia particular en tanto capital y mediante mecanismos que tienden a poner en crisis las condiciones de reproducción del orden social . Proceso que tiende a configurar nuevas formas de diferenciación, social, étnica, política y cultural y que conforman el “mapa” etnográfico actual de la dominación. ([55])

 

Si la mayor producción en el campo de la Antropología Económica estuvo hasta el presente dedicada a la “reconstrucción” más o menos sistemática de procesos de producción, circulación, distribución y consumo que se suponían “exteriores-anteriores” al proceso de valorización capitalista, un avance significativo en la producción del conocimiento en dicho campo estaría constituido, de acuerdo a lo analizado hasta aquí, en dar cuenta de las relaciones económicas internas y sincrónicas que vinculan las tendencias contradictorias entre reproducción del capital y reproducción de la vida. Es que la estructuración del denominado sistema mundial mas que a la homogeneización “cultural” tiende a la fragmentación de sus propios dispositivos de reproducción del orden social imaginado en su intento de eludir el trabajo que se le opone por su intransigencia frente a la prioridad de reproducción de la vida.

 

Por otro lado, como algunas investigaciones en el campo de la antropología económica orientadas por una perspectiva materialista histórica han intentado demostrar, que la reproducción ampliada del capital no implica necesariamente la destrucción absoluta de procesos de trabajo y reproducción de la vida  que los antropólogos consideraron “tradicionales”. En muchas ocasiones determinados procesos de valorización se asientan sobre la recreación, más o menos parcial, de dichos procesos, produciendo nuevas y constantes movimientos parciales de conflicto entre producción de valor y reproducción de la vida. Crisis que a escala de la reproducción social capitalismo como “sistema mundial” se expresan en los índices estadísticos en torno al incremento permanente de las hambrunas, el hacinamiento, la insalubridad, etc. El movimiento del capital tiene su forma particular de producir la “economía primitiva”. En torno al análisis de sus límites y posibilidades es posible una Antropología Económica en tanto profundización de una crítica a la economía política.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[a] Profesor titular regular del Departamento de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A. Cátedra Antropología Sistemática II (Antropología Económica). Este texto es una versión corregida y ampliada de un texto escito en el año 1982 y publicado  en el Centro Editor de America Latina en 1992 con otro título (cfr. bibliografía citada).



NOTAS

 

[1] Amartya Sen, ha dedicado gran parte de su obra a señalar los inconvenientes que han traído pararejados lo que el considera como un alejamiento de la teoría económica moderna respecto a las reflexiones sobre la etica en sus formulaciones (cfr. op. cit.1991. Sin embargo pensamos que en la economía clásica la preocupación por los contenidos morales y eticos estaban integrados al análisis en forma explícita, mientras que en la teoría económica moderna noeclásica y subjetivista tales contenido se consideran un dato previo, un presupuesto que recorre toda la producción discursiva sin requerimiento reflexivo alguno.

 

 

 

[2] Citado por Marvin Harris 1982:20.

 

[3] El texto de Condorcet más conocido es el  Esquema de un cuadro histórico del progreso del espíritu humano publicado por primera vez en 1795. Según J. Shapiro “Ningún otro libro publicado en Francia durante el siglo XVIII refleja con tanta fidelidad las opiniones de los filósofos sobre el mundo y sobre el hombre. Su actitud ante la sociedad humana estaba inspirada en la física de Newton, cuya idea de leyes naturales y universales que gobernaban el universo se aplicaba a la organización social”. (Shapiro, J.; 1934)

 

[4] En A. de Tocqueville. L’ancien Régime et la Révolution.

 

[5] Nacido en Roven en 1646 y fallecido en 1714, Boisguilbert escribió varias obras, siendo considerado como el iniciador de la Economía Política en Francia, sus obras son: Factum de la France; Traité sur les Grains y Dissertation sur la Nature de la Richesse.

 

 

[6] Boisguilbert, Dissertation sur la Nature de la Richesse, pág. 979.

 

[7] Boisguilbert, ídem, p. 997.

 

[8] Boisguilbert, Traité sur les Grains, p. 834.

 

[9] Boisguilbert, Dissertation sur la Nature de la Richesse. p. 911.

 

[10] Boisguilbert, Traité sur les Grains, p. 830.

 

[11] J. Cartelier Excedente y reproducción, op. cit. págs. 44-46 y Schumpeter Historia del análisis económico, op. cit. pág. 260.

 

[12] Boisguilbert, Dissertation .... págs. 988-9.

 

[13] Constituida entre los años 1757-58, sus principales miembros fueron: Mirabeau, Le Mercer de la Riviére, Dupont de Nemours, el abad Baudeau, Turgot y, por supuesto Quesnay.

 

[14] En un artículo escrito para la Enciclopedia, F. Quesnay escribiría “entiendo por evidencia una certeza que nos es tan imposible rechazar como nos es imposible ignorar nuestras sensaciones actuales” (pág. 398). Y, mas adelante “el Alma sería ella misma, el Sujeto, la fuente y la causa de sus ideas y no tendría, mediante tales ideas, ninguna relación necesaria con ningún ser diferente de ella misma. Entonces, las ideas estarían desde esta perspectiva destituidas de toda evidencia” (pág. 409). El Sujeto identificado consigo mismo (con el Alma), perteneciendo a un orden absolutamente distinto del de la evidencia. Al mismo tiempo la naturaleza, evidenciada en el orden natural, es por lo tanto la fuente de toda certeza. Esta oposición tajante niega toda relación sujeto-objeto en el acto de conocimiento y reconocer como evidente la existencia de un orden natural, económico, portador de leyes con independencia del sujeto cognoscente.

 

 

[15] El modelo del Tableau économique mas conocido es el Analyse de la formule Arithmétique du Tableau Économique, publicado por el autor en 1766.

 

[16]  Turgot, en sus  Ecrits Économiques ; citado por Jean Cartelier en Excedente y reproducción. op. cit. pág. 79.

 

[17] En el gráfico, los flujos físicos están reducidos a un sólo momento para simplificar el modelo, lo cual es posible en la medida que se trabaja a “precios constantes”.

 

[18] F. Quesnay, en Despotisme de la Chine, p. 930,  citado por J. Cartelier, op. cit. pág. 97.

 

[19] Mirabeau, en Philosophie Rurale, p. 950, citado por J. Cartelier op. cit. pág. 107. al mismo tiempo y, a los efectos de lo planteado pueden citarse  las siguientes expresiones de J. Locke “La hierba que ha comido mi caballo, la tierra que ha labrado mi siervo, el mineral que yo he extraído de un lugar sobre el que tengo derechos no compartidos por nadie, se convierten en mis propiedades sin designación ni consenso de nadie. Es mi trabajo lo que ha sido mío (sic), es decir, el mover aquellas cosas del estado común en que se hallaban es lo que ha determinado mi propiedad sobre ellas”. citado por U. Cerroni, op. cit, pág. 271.

 

[20] Esta imagen de la sociedad configurada como discurso científico por parte de los fisiócratas chocaba con los intereses y reticencias de otros sectores sociales, particularmente con los de los industriales y comerciantes y no únicamente en el marco de elaboraciones en el plano de “las ciencias” (Forbonnais, Graslín, etc.) ya que las políticas recomendadas por ellos (disminución del control del comercio internacional, impuestos solo al producto neto, etc.) implicaban un aumento de los precios agrícolas y por lo tanto de los salarios.

 

 

[21] F. Quesnay, En Droit Natural. pág. 741; citado por J. Cartelier, op. cit.  pág. 111.

 

[22] En la medida que se reconoce en la economía un orden natural sometido a leyes eternas por su naturaleza toda referencia a una explicación social no puede realizarse sin antes reconocer la preeminencia explicativa de aquella y como tal anterior (y exterior) a todas las demás prácticas sociales.

 

[23] Mirabeau, En Philosophie Rurale, pág. 692.

 

[24] Mirabeau, En Philosophie Rurale, pág. 692.

 

[25] Nacido en Escocia en 1723, sus estudios se dirigen principalmente hacia la filosofía natural y moral. En 1759 escribe su teoría de los sentimientos morales, donde explicita su filosofía del comportamiento humano que luego trasladará a sus escritos económicos desarrollados en su obra mas conocida Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones de 1776.

 

 

[26] Esta concepción del valor como trabajo “exigido” en Smith está fundamentada en detalle en la obra citada de J. Cartelier.

 

[27] K.Marx: Theories of Surplus Value, Vol  I, pág. 148; más adelante expondrá el siguiente ejemplo: “La cocinera de un hotel produce una mercancía para la persona que como capitalista ha comprado su trabajo, o sea el propietario del hotel, el consumidor de costillas de cordero tiene que pagarle al propietario del hotel por el trabajo de ella, y para el propietario del hotel este trabajo (aparte del beneficio) repone el fondo del cual continúa pagándole a la cocinera. En cambio si yo compro el trabajo de una cocinera para que ella cocine para mi (...) entonces su trabajo es improductivo, a pesar del hecho de que su trabajo se fija en un objeto material y podría muy bien (en lo que resultara) ser una mercancía vendible como lo es en realidad para el propietario del hotel” (op. cit. pág. 160).  Es decir un mismo trabajo será productivo o no bajo las relaciones sociales de producción capitalista en tanto este trabajo produzca o no plusvalía, es decir permita reproducir las condiciones de la producción capitalista.

 

[28] No obstante las semejanzas con los fisiócratas, es necesario marcar las importantes diferencias que A. Smith desarrolla respecto a la noción de excedente. Tanto en los fisiócratas como en Petty y otros economistas, el excedente no era más que un ingreso por la renta o “una especie de salario en particular” Por el contrario, en A. Smith, la ganancia es una forma especifica del excedente, regulado por el valor del capital empleado, es decir, por su tasa. En palabras de este autor: “Habría acaso quién se imagine que estos beneficios del capital son tan solo un nombre distinto por los salarios de una particular especie de trabajo, como es el de la inspección y dirección. Pero son cosa completamente distinta, regulándose por principios de una naturaleza especial, que no guardan proporción con la cantidad, el esfuerzo, la destreza de esta supuesta labor de inspección y de dirección. Los beneficios se regulan enteramente por el valor del capital empleado y son mayores o menores en proporción a su cuantía” (op. cit. pág. 48). Esta formulación es importante pues distingue por primera vez Capital de Ganancia, es decir, el excedente se distribuirá, según Smith, aparte de los salarios.

 

 

[29]Los elementos centrales de la teoría de Ricardo datan desde la publicación de su  Ensayo sobre la influencia del bajo precio del trigo sobre las utilidades del Capital  (orig. de 1815)  y de su Principles of Political Economy and Taxation de dos años más tarde.

 

 

[30] Sraffa (ed.)  Works and Correspondence of D. Ricardo, T. IV, pág. 18, citado por M. Dobb, op. cit., pág. 86.

 

[31] Respecto a A. Smith, su crítica fue explícita : “Al hacer hincapié en que la reproducción de la renta constituye una ventaja tan grande para la sociedad, el Dr. Smith no discurre que la renta es el efecto del precio alto y que lo que el terrateniente gana de esta manera lo gana a expensas de la comunidad en su conjunto. No hay ganancia absoluta para la sociedad en razón de la reproducción de la renta: se trata sólo de los beneficios de una clase a costa de otra clase” . En Sraffa (ed.) Works and Correspondence of D. Ricardo, T. 1, pág. 77.

 

[32] M. Dobb, op, cit., págs. 83-4. Esta concepción de D. Ricardo ha sido utilizada para ver en él un predecesor de las Teorías Marginalistas, al respecto Blaug en su Economic Theory in Retrospect (p. 83) ha planteado que  “La teoría de la renta diferencial es formalmente idéntica a la teoría de la productividad marginal aunque los crecimientos marginales considerados sean muy grandes en lugar de ser infinitesimales”, una proposición en contra de esa afirmación puede ser encontrada en J. Cartelier, op.cit., págs. 285-295.

 

 

[33] Vemos que al partir de semejante situación dada Ricardo repite determinadas supuestos fisiócratas acerca de la “naturalidad” de la propiedad territorial y de la renta. En otro tipo de organización de la tenencia de la tierra esta situación resultaría totalmente insostenible. Aclaramos esto pues, como en razón de una supuesta aplicación antropológica del esquema ricardiano se ha intentado proponer el principio de los rendimientos decrecientes al análisis de las comunidades llamadas “primitivas”, lo que consideramos una falacia. Tal situación describía en parte a la sociedad inglesa da principios del siglo XIX en la cual el desarrollo de la manufactura y las formas de tenencia de la tierra ponían limites precisos a la “oferta” de alimentos en relación al avance de su “demanda”  por parte de la nueva clase obrera industrial (Aunque también aquí cabe la aclaración de que una cosa es describir una situación y otra es explicar sus causas.

 

[34] Por ejemplo la obra de T. Hodskin Labour Defended Against the Claims of Capital (orig. 1827)  y la del Alemán Johan K. Rodbertus autor también de varias obras de economía sobre la base de las teorías de Ricardo.

 

[35] A. Smith, apoyándose en los postulados ciertamente fisiocráticos escribiría también “El interés de la tercera clase, no se halla tan íntimamente relacionado, como el de las otras dos, con el general de la sociedad” (op. cit. pág. 241).

 

 

[36] En términos del Ensayo: “El único efecto, pues, del progreso de la riqueza sobre los precios, independientemente de todas las mejoras, tanto en la agricultura como en las manufacturas, parece ser el alza del precio de las materias primas y del trabajo dejando todas las otras mercancías en sus precios originarios y la baja de las utilidades generales a causa del alza general de los salarios” (op. cit. T. IV, pág. 11). En los Principios dirá: “El beneficio depende de la “proporción del trabajo anual del país que se destina a la manutención de los trabajadores”.

 

[37] Nos referimos aquí, principalmente, a los trabajos de L. Dumont , op. cit.  y S. Gudeman, op. cit.

 

[38] Denominamos Economía Subjetivista, principalmente a la escuela marginalista, o escuela austríaca (Menger, Bohn-Bawerk y Wieser, como figuras principales) y la obra de Jevons en Inglaterra. Aunque también corresponde el término de los planteos de Marshall en Inglaterra , Walras y Pareto de la denominada escuela de Lausana, en el continente europeo. Para un análisis pormenorizado de los planteos de dichos autores consúltense las obras de M. Dobb (1982) (1975), A. Pesenti (1980) o bien la obra de Schumpeter (1954).

 

[39] Las opciones son discriminantes puesto que la evaluación de la utilidad marginal es subjetiva y se supone previa a todo cálculo de elección .

 

[40] Para quien esté interesado en profundizar sobre los modelos de la economía subjetiva y marginalista recomendamos el texto Modern Microeconomics de A. Koutsouiannis.

 

[41] Quien más desarrolló la noción de supervivencias fue E. P. Tylor; puede consultarse al respecto su obra Primitive Culture, (orig. Londres, 1871- 2 vols.-), traducción al castellano: Antropología. Introducción al estudio del hombre y de la Civilización, ed. El Progreso, Madrid, 1988.

 

[42] Los autores formalistas mar reconocidos del debate son: R. Burling (1976), E. Leclair (1976), M. Herskovitz (1952), R. Firth (1974). Los principales autores sustantivistas: G. Dalton (1976), K. Polanyi (1976), M. Sahlins (1976, 1977). Para un tratamiento más extensivo de la controversia entre estos autores pueden consultarse E. Leclair y A. Schneider (comps.) op. cit. 1968. R. Firth (comp.) op. cit. 1974 y M. Godelier (comp.) op. cit. 1976.

 

[43] A. V. Chayanov formó parte de la denominada Escuela para el análisis de la organización y producción campesinas, que polemizaba con las propuestas de Kautsky y Lenin en torno a la cuestión agraria rusa durante el período pre y posrevolucionario. Su obra principal fue La organización de la unidad económica campesina, publicada por primera vez en Moscú en el año 1925.

 

 

[44]Los principales autores de lo que se denominó Antropología Marxista son: M. Godelier (1976, 1979), C. Meillasoux (1964, 1975), E. Terray (1969), J. Kahn (1977), J. Friedman (1977), P. Phillipe Rey (1980).

 

[45] Véase por ejemplo, el análisis que hace Godelier en el texto “Modos de Producción, Estructuras Demográficas y Relaciones de Parentesco” op. cit. 1978.

 

[46]Es que la noción de articulación remite a un criterio de funcionalidad y/o de contradicción entre totalidades sociales que si bien tuvo en su momento la intención de deconstruir ciertas posiciones “dogmáticas” del materialismo histórico (promovidos por el marxismo “oficial” stalinista), al partir de la concepción de que una formación social es una combinación articulada de estructuras, terminó dando lugar una construcción teleológica. En acuerdo en este caso con otros autores, “La teoría general de los modos de producción” cuyo proyecto aparece en “Para leer el capital” solo se puede constituir mediante la reproducción de estructuras esenciales de la filosofía idealista de la historia” (Hindess y Hirst, 1979: 11). Para una lectura crítica sistemática de aquel proyecto del materialismo histórico, remitirse a la obra de estos autores.

 

[47]Para un análisis en particular sobre esta cuestión puede consultarse el trabajo de G. Gordillo (1992).

 

[48]El insistir críticamente sobre algunas formulaciones realizadas en el campo de los análisis “marxistas” es ante todo para aclarar la forma específica que adquieren las caracterizaciones sobre el problema que estamos abordando; ello no implica dejar de reconocer el importantísimo aporte que tales aproximaciones han realizado al respecto y menos aún desconocer la herencia que las posturas aquí presentadas recibieron respecto al mismo. En particular con los análisis de Antropología Económica que constituyen la impresionante obra de M. Godelier. Al respecto, un importante viraje de aquellas posiciones se encuentra en su compilación de trabajos denominada El análisis de los procesos de transición, (op. cit.), perspectiva que hubiésemos deseado se profundice.

 

[49] Estos datos fueron proporcionados mediante una comunicación personal por el antropólogo canadiense Pierre Boucage en México (1984).

 

[50]  Resulta mas apropiado, de acuerdo a lo planteado  el concepto de prácticas en el sentido que le ha dado Bourdieu al mismo. Es decir, en términos de estrategias implementadas por los agentes sociales (cuyas expresiones pueden ser conscientes o no) en defensa de intereses ligados a la posición que ocupan en un campo determinado. Noción ésta que está íntimamente ligada a la de “hábitus”, es decir, la serie de disposiciones a actuar ligadas a la experiencia vivida de “lo posible” y “lo no posible”, entre otras. Para un análisis en detalle de este concepto puede consultarse principalmente su obra Le sens practique Ed. Minuit, Paris, 1984; o bien la obra de este autor y L.J.D. Wacquant (1995).

 

[51] Esta posición respecto al carácter contradictorio de la tecnología en el capitalismo es reconocible en varios autores que se han dedicado al tema, entre otros Braverman, Gorz, C. Scott. De este último autor, dedicado específicamente a la producción azucarera, es importante rescatar algunos otros problemas o “paradojas” vinculados a la introducción de ciertas tecnologías que se introducen con el objetivo de incrementar y dar respuesta a necesidades de control de mano de obra. En tal sentido, expone que la tecnología puede incrementar la vulnerabilidad del proceso productivo al asignar el poder de interrumpir el proceso de trabajo a un reducido número de trabajadores (C. Scott; 1984:104). Puede decirse  también que la incorporación de tecnologías cada vez mas complejas supone trabajadores capacitados para su control y manejo. En un plano extremo, por ejemplo, la robotización absoluta (que constituyó la utopía de algunos sectores del capital a nivel mundial en la década de 1980), ha mostrado sus limitaciones ya que el ahorro de mano de obra que produce en los primeros momentos, al poco tiempo se traduce en altos costos de mantenimiento y capacitación permanente de los trabajadores encargados de hacer funcionar el sistema de producción.

 

[52]El concepto de subsunción indirecta del trabajo al capital lo hemos tomado de los escritos de A. Bartra (1982) en sus análisis sobre el proceso de transferencia de valor del traba­jo y la producción de campesinos en México. También Gutierrez Perez y Trápaga Delfín (1986) utilizan, con algunas particula­ridades, dicho concepto. Para el caso que nos ocupa, es decir las economías domésticas de los pobladores indígenas del Chaco centro-occidental,  pueden consultarse los trabajos de G. Gordillo (1992), H. Trinchero y D. Piccinini (1992).

 

[53] Es importante aclarar que para Marx ambas expresiones del proceso de subsunción (formal y real) son constitutivas del Modo de producción capitalista y que dichos conceptos expresan tanto teórica como históricamente el proceso de expansión capitalista analizado por él para dar cuenta, como se dijo, del movimiento tendencial de la producción manufacturera a la gran industria. Sin embargo, de allí no deberían extraerse conclusiones respecto a que este movimiento es un proceso lineal ni que implica formas antagónicas de la dominación del trabajo sobre el capital. De hecho, el propio Marx ha analizado la coexistencia de ambas formas de subsunción en sus estudios sobre el desarrollo de capitalismo. Sin embargo, va a ser muy concreto en señalar que la forma clásica, a la que alude mediante las categorías de subsunción formal y real, ocurre en Inglaterra: “En la historia del proceso de escisión hacen época desde el punto de vista histórico, los momentos en que se separa súbita y violentamente a grandes masas humanas de sus medios de subsistencia y reproducción y se las arroja, en calidad de proletarios totalmente libres, al mercado de trabajo. La expropiación que despoja de la tierra al trabajador, constituye el fundamento de todo el proceso. De ahí que debamos considerarla en primer término. La historia de esa expropiación adopta diversas modalidades en distintos países y recorre una sucesión diferente y en diversas épocas históricas sus diferentes etapass. Sólo en Inglaterra, y es por eso que tomamos el ejemplo de este país, dicha expropiación reviste su forma clásica” ( subrayado agregado) (K. Marx, 1980, Tomo I, vol 3: 895).

 

[54] Para un análisis en particular de este proceso puede consultarse H. Hugo Trinchero “Transformaciones de la economia doméstica indígena en el Chaco centro-occidental”, op. cit.

 

[55] Una de las cuestiones centrales que intenta mostrar Marx es que la dinámica específica de la acumulación de capital que impone la misma compentencia en los mercados genera sus propias limitaciones. Una de ellas y tal vez la mas importante en tanto crítica al voluntarismo explicativo de las teorías económicas tomadas como conjunto, es aquella que indica la contradicción entre la necesidad de ampliación de la producción y la creación de valor. El modo de producción capitalista incluye, según Marx, una tendencia al incremento absoluto de las fuerzas productivas en forma independiente del valor y de la plusvalía a él vinculada. en este sentido, pueden establecerse dos tendencias internas y contrapuestas al desarrollo del capital: una que implica la tendencia, dada por la competencia ilimitada entre capitales, hacia una expansión de los valores de uso que deje de corresponder con los valores de cambio, por lo que la producción debe cesar momentáneamente. Esta tendencia implicada en la  “necesidad” ilimitada de desarrollo de las fuerzas productivas producto de la competencia intercapitalista y  los “fines” limitados de la valorización del capital existente es la que configura la contradicción central de la acumulación capitalista. (P. Mattick: 1977:88-9). Este conflicto específico de la producción capitalista se expresa tecnológicamente en la relación entre obsolecencia e innovación. Por lo general se nos presenta la innovación tecnológica como algo innato a la producción capitalista, escondiéndose tras esta mirada el hecho de que la obsolescencia también le es innata al mismo tiempo. Dicho lo anterior de otra manera: tanto la innovación como la obsolescencia son fenómenos configurados por el campo de límites y posibilidades que impone el proceso de valorización. El capital debe innovar permanentemente para competir al mismo tiempo que debe valorizar la tecnología existente a riesgo, en ambos casos y simultáneamente, de sucumbir en la competencia.

 

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